Por Vanessa Davies
La oposición debe decir
claramente cuáles son los límites y posibilidades de la ruta que va a seguir,
recomienda la psicóloga social y profesora de la UCV. Los venezolanos estamos
hartos de la crispación, advierte, pero defendemos la salida electoral
Dos pollitos mojados
seguramente se veían mejor que los dos integrantes de Contrapunto que, el
lluvioso viernes 4 de noviembre, tocaron la puerta de la oficina de la
psicóloga social Mireya Lozada. Pero la calidez de su bienvenida -que incluyó
café caliente, galletas y pastelitos- borró el accidentado inicio de esa
jornada en Caracas. En los primeros minutos la psicóloga actuó como psicóloga
-ella es de las buenas- más que como entrevistada, y escuchó comprensivamente
quejas, reclamos por la situación del país y desahogos. Tal parece que no hay
un espacio de la vida nacional en el que el malestar no sea el gran
protagonista.
Lozada, profesora e
investigadora de la Universidad Central de Venezuela (UCV), ha mantenido los
esfuerzos por la reconciliación en Venezuela y en favor del diálogo. Lo hizo
cuando parecía que la sangre llegaría al río, y persistió en su idea cuando
bajaron las tensiones. La suya, en este momento en el cual gobierno y oposición
tomaron la decisión de dialogar con facilitación internacional, es una voz más
que autorizada; es un voz comprometida con la paz y con la inclusión. No solo
coordina el posgrado en Psicología Social de la UCV sino que promueve la
iniciativa “Aquí Cabemos Todos”.
“El diálogo va a tener sus
vaivenes y se va a intentar socavar las bases que lo sustentan, desde la
fragilidad o anulación del otro”, advierte Lozada. Como el gobierno “ha
violentado el derecho ciudadano” al revocatorio, ahora tiene “que dar muestras
claras de que va a rectificar, de que va a retomar el hilo constitucional”,
manifiesta.
De acuerdo con sus
apreciaciones, dos factores inciden en contra de las mesas conjuntas
gobierno-MUD: la satanización del adversario, porque si lo negué antes, ¿ahora
cómo lo reconozco como interlocutor válido? Y también “la política como
espectáculo, la puesta en escena”, la representación mediática del conflicto.
Este momento requiere un temple que “no puede seguir los vaivenes de las
tendencias de opinión mediática, que tienen todo el derecho a expresarse pero
que no pueden ser las que guíen” el proceso.
Hay una interacción entre
los sectores políticos, y también “una dinámica social que está a la espera de
los resultados de ese diálogo”, recuerda. Por ello “los actores de la oposición
deben definir una política comunicacional que genere confianza, que muestre
claramente los límites y posibilidades y que no cree falsas expectativas”.
Aunque la población está agotada y espera salidas, “también ha alcanzado la
madurez suficiente para que se le diga claramente cuál es la ruta a seguir,
cuáles son los límites y posibilidades de esa ruta y cuáles son las acciones de
los ciudadanos que pueden contribuir a llevar adelante esos objetivos y
alcanzarlos”, reflexiona.
La sociedad está sufriendo
Lozada señala que la
disonancia entre el discurso oficial que sostiene que todo está bien y la
realidad que ratifica lo contrario genera malestar. La persona se puede sentir
burlada, porque su día a día es de escasez, aunque le digan lo opuesto. Así, la
persona no se siente escuchada ni protegida; tampoco “se busca solución
efectiva a esas demandas” que expresa la colectividad con acciones como asalto
de camiones y linchamientos.
La impunidad y la corrupción
generan “una ruptura ética” y descomponen la sociedad, alerta la psicóloga.
“Está dándose una lucha por la sobrevivencia” y una fragmentación en lo social,
en lo político, en lo militar. La crisis socioeconómica no solo afecta la
credibilidad sino que lleva a la deslegitimación de instituciones y sectores
políticos, afirma Lozada. Simultáneamente aumenta el militarismo “en un clima
político de tensión constante, de crispación, de enfrentamiento”.
La sociedad sufre, el país
“enfrenta un sufrimiento social que tiene consecuencias” y que se traduce en
dolor, impotencia, indignación y desesperanza. Todo “va minando la capacidad de
resistencia de la población”, y además altera la convivencia. La analista lo
define como un sufrimiento ético-político que puede “dar lugar a salidas
insurreccionales”.
Sin embargo, la población ha
demostrado en todos los años de confrontación nacional –y lo sigue haciendo-
“que sigue apostando por una salida pacífica y democrática al conflicto, en
todos los sectores sociales”. Las ofertas que se ubican al margen de la
democracia “no consiguen avanzar”, contrasta Lozada. “Aunque a nosotros nos
cuesta celebrar la democracia y defenderla, ella está allí. Se trata de
reconocer y defender nuestro carácter democrático y seguir en esa ruta
pacífica, electoral y democrática” que se mantiene. “Hay una cultura
democrática en nuestro país, en nuestra sociedad que defiende la convivencia” y
que busca una salida electoral “para resolver esta conflictividad que se ha
extendido durante muchos años”.
Hartos de la crispación
-¿De qué estamos cansados
como sociedad?
-Ese clima político de
tensión permanente, la constante crispación, la confrontación de actores
políticos, la violación de derechos humanos, el desamparo que sufre la ciudadanía
por la inseguridad van agotando la capacidad de la gente. Se está
sobreestimando la capacidad de resistencia de la población, y llega un momento
en que esa resistencia cede, sobre todo en un contexto de escasez, de
desabastecimiento, de desempleo. Pero somos capaces, aún en estas
circunstancias, de seguir apostando por la democracia, de seguir defendiéndola
y seguir buscando salidas constitucionales. Eso me parece que debemos
celebrarlo y debemos reconocerlo. Eso plantea a los actores políticos un
desafío.
La polarización ha causado
daños humanos, territoriales, de infraestructura. En la misma línea “ha
estimulado la desconfianza y la negación del otro. Creo que ese es uno de los
daños mayores que ha producido”, estima Lozada, porque se ve al contrario como
enemigo y no como adversario. “Eso obstaculiza el manejo democrático y pacífico
de los conflictos, y limita las posibilidades de acuerdo en asuntos de interés
común”, además de excluir a los sectores sociales que buscan su espacio.
El sufrimiento social que
observa Mireya Lozada está causado “por la constatación, en la vida cotidiana,
de limitaciones, de dificultades para vivir. Es la vivencia diaria y dramática,
en la vida cotidiana, de muchas dificultades”.
-¿El liderazgo político está
sufriendo también?
-El sufrimiento lo están
viviendo sobre todo los sectores de menores ingresos, que no tienen cómo
adquirir lo básico y que confrontan niveles de violencia, represión y control,
incluso por parte de programas que violentan sus derechos. Pero el resto de la
población también está enfrentando dificultades. Uno siente indiferencia,
cinismo de los actores políticos en relación con ese sufrimiento y ese malestar
social. No es posible que haya medicinas que se vencieron en unos depósitos
mientras la gente las está necesitando y que la clase política sea indiferente
a ese hecho. Incluso, se bromea con cierta dosis de cinismo sobre el malestar
social. Eso está mostrando una distancia alarmante entre la clase política y la
población a la que dice representar.
-¿Lo dice por quienes
gobiernan?
-Por la clase política que
tiene la obligación y la responsabilidad de atender esas necesidades. Es
preocupante, porque no se está escuchando a la población, no se está
resolviendo con eficiencia la problemática. Eso permite cuestionar la capacidad
de esos gobernantes para resolver los problemas cotidianos de la gente.
La población seguirá
expresando su malestar
-¿Qué tanto más se puede
“estirar esa liga”?
-Hay inquietudes en cuanto a
cuándo puede darse ese desborde social. ¿Cuál es el punto de quiebre, de
tolerancia y de resistencia de la población? La población ha venido lidiando
con esta crisis y ha tenido que enfrentarla, individualmente o con las redes de
apoyo que se han creado. Pero esa resistencia no es infinita, esa resistencia
tiene límites. Las vías que ha tratado de ofrecer la oposición para buscar una
salida electoral van siendo obstaculizadas. Ese cierre de un espacio, de unos
canales donde se pueda procesar ese malestar y transitar hacia nuevas situaciones
es riesgoso, porque puede derivar hacia otro tipo de expresiones de desborde
social que ya conocemos.
-¿Qué cree que lo ha
contenido?
-Se están dando otras formas
de expresión, de desborde en diferentes contextos. El malestar social ha ido
tomando una forma extendida en acciones anárquicas, de anomia social. Son
acciones riesgosas, que ponen en peligro a la población. Está demostrándose el
desborde, pero también la contención. Esta situación no puede prolongarse
indefinidamente; tiene que encontrar un cauce, y el cauce está siendo
obstaculizado.
El derecho ciudadano al
revocatorio ha sido irrespetado, sentencia: “Esa violación del derecho del
elector, justamente a una población que sigue apostando por la salida electoral
pacífica, lleva a un sector mayoritario a protestar, a salir a las calles, a
expresarse. Ese sector no va a ceder”. Avizora que la población “va a seguir
expresando su malestar, y lo va a hacer paralelamente a las iniciativas de
dialogo que se han emprendido”
-Gobierno y oposición están
dialogando y se están insultando.
-En un contexto como el
nuestro, en el que durante 17 o 18 años se ha satanizado al adversario, se lo
ha descalificado y se lo ha negado, el diálogo es difícil y no se va a lograr
de inmediato.
Las experiencias mundiales
revelan que los diálogos de paz “pueden tomar años”, como sucedió en
Centroamérica, en Vietnam, en Irlanda. Puntos como la amnistía, la reparación
social, el poder político hicieron cuesta arriba el consenso en otras naciones.
En Venezuela posiblemente también, porque la polarización vuelve muy difícil
alcanzar acuerdos. La de ahora no es la primera iniciativa de diálogo en el
país en los últimos 17 años, pero el actual representa “uno de los mayores
desafíos”.
“Absolutamente necesario”
A pesar de las abundantes
opiniones en contra, Mireya Lozada no tiene dudas acerca de lo imprescindible
del “cara a cara” entre todos los sectores: “El diálogo es absolutamente
necesario”. Pese a ello, “es usado como un mecanismo de coerción” por el
gobierno, piensa Lozada, y por eso emplea estrategias para debilitar o sacar de
juego a líderes de la oposición “o a fuerzas vivas de la sociedad”. Igualmente,
para desmoralizar a sus adversarios y para fortalecer a sus aliados.
-¿Venezuela puede esperar
tanto tiempo como ha ocurrido en otros países?
-Como los procesos de
diálogo pueden durar tanto tiempo, hay algunos acuerdos y consensos que son
urgentes y básicos para atender las demandas de la población y el sufrimiento
social. El malestar de la población, que no solo se expresa en todos los
sectores sociales, también se va a expresar en relación con las respuestas que
den esas mesas de negociación a esa demanda social. De hecho, ya se ha generado
malestar frente al diálogo, porque se habla de que hay negociación a espaldas
de las mayorías, que hay intervencionismo extranjero, que hay mayorías a favor
del revocatorio y no del diálogo, que hay el derecho a estar informado de los
pasos que dan los partidos y dirigentes. Estos son factores que inciden en la
representación que la gente se está haciendo del diálogo. También se dice que
el diálogo lo está usando el gobierno para ganar tiempo, o para dividir a la
oposición.
-¿La sociedad va a esperar
todo ese tiempo?
-Es una gran responsabilidad
para los sectores políticos asumir el diálogo de seguridad con el grado de
responsabilidad que les corresponde. Pero en caso de que no avancen o de que
privilegien intereses personales o grupales sobre las demandas populares, la
población va a expresarse y no sabemos qué formas va a tomar esa expresión
cuando pareciera que no es posible una salida democrática.
La reconstrucción necesita
inclusión
Mucho se habla de la
reconciliación nacional. Mas el punto previo es establecer los puntos en común
de la sociedad venezolana, plantea Lozada. “Justo porque hemos vivido este
tiempo y nos ha puesto a prueba, tenemos una posibilidad preciosa de generar
una mirada autocrítica a las experiencias y aprendizajes de lo que ha sido
llamado la Cuarta y la Quinta República. Tenemos la posibilidad de contrastar,
de evaluar ambas y ver qué experiencias y aprendizajes se derivan”, enfatiza.
Unidos “podemos reconstruir el tejido social”, y eso incluye “todos los
sectores, porque la idea es que sea un proyecto inclusivo y sustentable",
defiende.
-¿Eso puede salir de la mesa
de diálogo?
-Ojalá esas mesas nos lleven
a reconocer las mayorías y minorías. A lo largo de este tiempo se ha dado una
lucha por el reconocimiento de distintos sectores sociales, porque se han
excluido unos e incluido otros, pero en este momento tenemos por delante el
reto del reconocimiento: de reconocernos como mayorías y minorías. Es la
reconfiguración de lo social y lo político en torno a un marco común, que es el
marco constitucional, y reconocer nuevos liderazgos y la necesidad de definir
un proyecto de país en un modelo posrentista.
15-11-16
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