María José Vargas 02 de febrero de 2022
Decenas
de ciudadanos procedentes de Venezuela llegan a los distritos más remotos del
Perú con el propósito de atender, con sus conocimientos, a los más vulnerables.
Abordar áreas desasistidas se presenta como una verdadera oportunidad para
ellos y para la sociedad que los recibe, que en muchos casos, tiene que lidiar
con discursos xenófobos y percepciones erradas sobre esta población.
Yenifer Yánez se inclina para ver mejor la pierna de su paciente. Es una mujer, de 52 años, que solo fue por un chequeo general sin expresar quejas de un dolor aparente. Mientras conversaban, la médica observa una herida abierta en el tobillo derecho que le llamó la atención y pregunta cómo se la hizo. La mujer, sorprendida, dijo con algo de resignación que se trataba de una cortada que sufrió hace unos cuatro años luego de ser atropellada, pero nunca sanó.
La
médica toma yodo, agua fisiológica y gasa para retirar cuidadosamente
todo resto purulento que le afectaba. Se toma el tiempo de conversar más sobre
la herida y le pregunta si padece diabetes o si tiene problemas de
coagulación. La mujer lo niega aunque después dice que no ha tenido la
oportunidad de hacerse los exámenes para poder descartar.
Aquella
cita médica transcurre en un salón escolar del distrito José Sagobal, en la
provincia de San Marcos, en Cajamarca. Un departamento que tiene siete de las
10 provincias más pobres del país, incluyendo Chota, lugar de nacimiento del
presidente Pedro Castillo. Dicha estadística ha sido representada en el mapa de
pobreza monetaria provincial y distrital del Instituto Nacional de Estadísticas
e Informática (INE) en 2020.
La doctora no es peruana. Nació en San Juan de Los Morros, Venezuela, y forma parte de los 1,2 millones de venezolanos que han emigrado a este país. A José Sagobal llegó como parte de un contingente de 12 profesionales y técnicos dispuestos para abordar esa zona recóndita de la sierra norte, donde el Estado no suele llegar, en un vuelo de la Fuerza Aérea Peruana (FAP).
El
grupo se constituyó en el marco de una iniciativa denominada Chance Para Sumar,
implementada por la ONG peruana Cedro con financiamiento estadounidense. Sus
promotores lo crearon como un modelo para sacar provecho del potencial laboral
de la comunidad venezolana en la atención de demandas sociales.
“Buscamos
integrar a profesionales venezolanos para la cobertura de brechas en distintos
lugares y provincias de Perú. La idea es buscar fuerzas, unirnos y proveer de
servicios básicos y atenciones a todos y todas las personas en territorio”,
precisa Nancy Arellano, directora del programa Chance Para Sumar.
La
integración de millones de personas ha avanzado en su afianzamiento, sin dejar
de enfrentar desafíos que derivan de mensajes estigmatizantes contra los
migrantes y refugiados procedentes de Venezuela.
La
preocupación por el efecto de ese discurso ha quedado reflejada en el interés
de académicos, centros de estudios especializados y organizaciones
internacionales por determinar cómo los estereotipos afectan la percepción
común sobre los venezolanos y cómo se presenta la imagen de esa comunidad en
medios de comunicación y redes sociales especialmente en tiempos de campaña
política.
La
cultura de discriminación se encuentra generalizada en el país de acuerdo
a grupos de personas que fueron consultados para el estudio de opinión
sobre la población extranjera en Perú, realizado por la Universidad del
Pacífico con apoyo de Acnur, en marzo de 2021. En ese sentido, la percepción,
en muchos casos, es negativa debido a la imagen criminalizante que presentan de
esta población en medios masivos.
Para
los voluntarios que se suman al programa, sin embargo, no los desanima esa ni
ninguna otra dificultad en el empeño de demostrar que tienen mucho para
contribuir. Mientras ese grupo brindaba asistencia en Cajamarca, otros dos
colectivos de migrantes venezolanos hacían la misma labor en la provincia de
Huanta, en Ayacucho, y en Purús, ubicado en el departamento de Ucayali. Ambas zonas
también tienen elevados índices de pobreza e infinidades de áreas desasistidas.
Hasta
la fecha y tras realizar abordaje en zonas de Puno, Huancavelica, Ayacucho,
Cajamarca, Cusco y Ucayali han atendido a más de 5.000 personas. Llegaron a sus
destinos con el apoyo de la FAP que motoriza el programa Alas de Esperanza
precisamente para apoyar a voluntarios dispuestos a brindar atención social en
áreas remotas.
“La
calidad de los servicios que se brinda en esas zonas del país es muy pobre, es
por ello que necesitamos personal capacitado y qué mejor oportunidad la que
tenemos nosotros de contar con personal venezolano a través de la ONG Cedro”,
comenta el Coronel Américo González, coordinador de Alas de Esperanza.
Llegar
hasta la sierra peruana, por ejemplo, no fue tarea sencilla. El mal tiempo
retrasó el viaje pautado para el miércoles 24 de noviembre. La recomendación de
la FAP era esperar y salir al día siguiente desde Lima hasta la ciudad de
Cajamarca. Así se hizo y desde ese punto se trasladaron por tierra. Tardaron
cuatro horas más para alcanzar el distrito de José Sagobal.
Los
voluntarios arribaron después de las 3.00 de la tarde y temían que fuese un día
perdido. Al llegar dejaron sus equipajes y de inmediato se pusieron a trabajar.
Las personas los esperaban desde temprano, unos estaban muy cansados, pero
muchos otros se quedaron y lograron ordenarse en filas para esperar el turno de
ser atendidos.
“¿Con
qué nos encontramos en estos viajes? Nos encontramos con una población bastante
grande, que nos esperaba con ojos de esperanza, de amor y con esa alegría de
ser atendidos”, cuenta la enfermera Johana Monsalve. Ella también es venezolana
y es la segunda vez que se suma a una labor de voluntariado en lugares de
difícil acceso en Perú.
La
licenciada Monsalve se ubicó en la entrada de una carpa verde que se encontraba
a un costado del patio del colegio. Sentada tras un escritorio atendió a cada
cajamarquino que se hizo presente para el triaje. Se sorprendió por la gran
cantidad de niños y niñas que nunca habían recibido una atención médica.
Ella
hacía las preguntas previas a cada consulta. Con paciencia y sin prisa tomaba
el peso, la talla, medía el oxígeno y la presión arterial de quienes esperaban
ser atendidos. La emoción por lo que estaba sucediendo embargaba tanto a
voluntarios como a los asistentes de la jornada. Para los más de 15.000
habitantes de José Sagobal no es común recibir visitas que estén interesadas
en su estado de salud y en la educación. “Es gratificante que con
tu profesión puedas ayudar a muchas personas”, dice la enfermera.
La
jornada allí se extendió por tres días. Se realizaron entregas de donativos de
alimentos y medicinas. También asistieron miembros de USAID, donante de Chance
para Sumar, y además de voluntarios de otras organizaciones.
Voluntariado
en la Amazonía peruana
Antes
de ir a Cajamarca, la doctora Yánez fue voluntaria en la Amazonía peruana. En
la última semana de octubre navegó el río Purús para llegar hasta las
comunidades nativas de la provincia del mismo nombre, en el departamento de
Ucayali, zona fronteriza con Brasil.
La
ausencia de las autoridades y las pocas atenciones en esa zona del país han
hecho que los pobladores no se sientan parte del gentilicio peruano. Las
necesidades eran cubiertas, en su mayoría, en suelo brasileño. La llegada de
los voluntarios sorprendió a todos porque muy pocas personas los visitan y
mucho menos en tiempos de pandemia.
En una
de las últimas comunidades visitadas no la dejaban salir ni al grupo de
personas que la acompañaba. Los residentes no querían que la inesperada visita
fuese corta y temían que algo así no volviera a ocurrir. Ellos tenían mucho que
decir, pero los voluntarios tenían muy poco tiempo para escuchar.
Un río
divide a los dos países. La diferencia entre el lado brasileño con el lado
peruano es abismal. En este último, prevalece la pobreza extrema y poco a poco
las nuevas generaciones van perdiendo su identidad ante la indiferencia de
quienes han gobernado en los últimos años. Si surge una emergencia de salud,
los habitantes deben correr hacia Brasil para poder ser atendidos.
Al
llegar a la comunidad de Bufeo, la médica fue abordada por una familia que
llevó a una niña, de tres años, muy enferma. Tenía diarrea y fiebre desde hace
varios días y estaba completamente débil. Estaba deshidratada. Los pobladores
comentaban que se trataba de un posible cuadro de cólera y le pidieron que la
atendiera.
Yánez
tuvo que improvisar y preparó un suero de agua con azúcar y sal, y le explicó a
los padres cómo debían dárselo. Esto ocurrió luego de que los progenitores
navegaron por más seis horas con la menor en brazos en búsqueda de una posta
médica que al final no les brindó la atención necesaria. “Si no llega la
doctora, ¿qué hacemos nosotros los pueblos indígenas?”, expresó uno de los representantes
de la comunidad al recordar que no cuentan con acceso a medicamentos.
A ese
mismo viaje, asistió la profesora de artes plásticas Ysora Pérez, quien reside
en el país desde el primer trimestre de 2020. Su plan era visitar a su hijo por
tres meses, pero la pandemia la obligó a quedarse.
Ella
se dio cuenta que la edad puede ser contraproducente en este país. La docente
venezolana se impactó cuando leyó en un periódico que había muerto un anciano
de 50 años. “No te imaginas la cantidad de veces en las que tuve que bajar mi
CV y evitaba poner todos mis grados y posgrados. Me sentía como si estuviera
desnuda o que estaba engañando por estar simulando que no sabía, pero sí
sabía”, describe Pérez, de 54 años, sobre lo que ocurría cada vez que buscaba empleo.
Se
frustró y desesperó muchas veces, pero un día notó que otros eran sus
propósitos. “Entendí que llegué aquí para servir al otro. Desde que empecé a
servir a los demás, a mí se me empezaron abrir las puertas”, sostiene.
Pérez
se encontró con una realidad llena de carencias en la selva. Ir hasta los
sitios más escondidos de Perú le permitió desarrollar sus conocimientos y
ofrecer acompañamiento académico y recreativo a niños y adolescentes por casi
una semana.
Tanto
ella como la doctora Yánez visitaban dos o tres comunidades que quedaban a dos
o tres horas de distancia. Para llegar a ellas era necesario trasladarse en
embarcaciones que contaban con un motor especial por la poca profundidad del
agua.
Debían
salir temprano con la luz del sol y regresar con esa misma luz del sol porque
no contaban con electricidad. No había agua potable y la que era de consumo era
la de un río turbulento o el agua de coco.
El
desafío de integrarse en medio de la xenofobia
Desde
2017 han llegado ciudadanos venezolanos de forma masiva a Perú huyendo de una
crisis que no parece acabar. A medida que transcurren los años, la integración
entre los migrantes y peruanos resulta compleja y se ha visto perjudicada
gracias a discursos estigmatizantes que comparten ciertos factores políticos y
a la criminalización que sufre esta población en medios de comunicación
impresos, televisivos y en redes sociales.
La
xenofobia y la representación de los venezolanos en el país ha sido de interés
académico en el último año. El Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la
Pontificia Universidad Católica ha elaborado un informe en 2021 que tituló: La
percepción pública respecto a las personas venezolanas en el espejo de los
medios de comunicación en el Perú.
Hildergard
Willer, integrante del equipo de investigación del proyecto, explica que ante
la percepción de rechazo que siente un gran número de migrantes y refugiados
venezolanos, se pudo demostrar con datos lo que viene ocurriendo a partir del
análisis de dos medios impresos de corte popular y las ediciones de los
noticieros de dos canales de televisión.
Un
análisis exhaustivo realizado desde el 1 de febrero hasta el 11 de abril de
este año arrojó que en 80% de las notas periodísticas aparece el venezolano en
el papel de victimario o infractor de la ley.
Aunque
el discurso populista de rechazo hacia la migración ha estado presente en
varias campañas electorales en Perú, Willer considera que en el último proceso
comicial de cara a las presidenciales no fue un tema que ocupara mucho espacio
en las agendas de los candidatos.
El
escenario presentado en la segunda vuelta entre las candidaturas de Keiko
Fujimori y Pedro Castillo fue diferente ya que, en ciertos casos, la migración
venezolana fue presentada de manera más amable y despertaba empatía. “Con dos
posiciones tan polarizadas, digamos que la gente que estaba en contra de
Catillo, usó a la población venezolana para una prueba de lo que podría devenir
un gobierno si se votaba por Pedro Castillo haciendo esa analogía que no es
certera”, explica.
Willer
junto con el equipo de investigación confrontaron a editores y productores de
los medios escogidos para el análisis. Ellos confesaron que se sintieron
sorprendidos por el gran porcentaje de las notas que publicaban y que
reflejaban al hombre venezolano como victimario o a la mujer venezolana
sexualizada.
El
estudio de opinión, realizado sobre la población extranjera en el Perú este año
y elaborado por la Universidad del Pacífico y con apoyo de Acnur, destaca que
la gran mayoría de las personas encuestadas consideran que la diversidad
cultural es un valor que promueve la riqueza y el desarrollo de un país (83%),
frente a las personas que tienen opiniones neutras (10%) o negativas (7%).
En
cuanto al grado de interacción con personas refugiadas y migrantes venezolanas,
743 encuestados (69%) afirmaron que han interactuado con esta población en
espacios como la vía pública o el transporte público.
Otra
encuesta citada en el estudio y difundida por Equilibrium CenDE, en 2020,
refiere que 43% de las personas peruanas consultadas considera que “la imagen
que transmiten los medios de comunicación sobre los extranjeros es negativa”.
Además, 61% de la población asegura que los medios de comunicación “promueven
la discriminación”.
Con el
propósito de revertir la imagen de aquellos que han llegado a Perú para mejorar
sus condiciones de vida y para que en ese proceso su estadía resulte amena,
diversos programas impulsados por fundaciones y organizaciones independientes
han volcado la atención en la promoción de la integración de ambas culturas.
Acnur
y la OIM impulsan la campaña Tu Causa Es Mi Causa, que busca reforzar la
solidaridad con las personas refugiadas y migrantes, en particular con las y
los venezolanos en el Perú.
El
programa Chamas en Acción surge ante la necesidad de crear redes de apoyo
frente a la situación de riesgos y vulneración de los derechos de las niñas y
adolescentes migrantes, refugiadas y solicitantes de asilo.
También
está la Escuela de Soñadores implementado por la ONG Unión de Venezolanos en
Perú con el apoyo financiero de USAID. El propósito es acompañar y, en algunos
casos, otorgar capital semilla a las ideas de negocios de emprendedores
venezolanos y peruanos.
El
Proyecto IntegrAcción, implementado por COPEME y la Fundación Terranueva, busca
mejorar las condiciones sociales y económicas, de manera que las poblaciones se
encuentren mejor integradas en las ciudades de Quito (Ecuador) y en Lima
(Perú).
Migrantes
venezolanos que aportan en la sociedad receptora
Lizliana
Parra ha visto crecer su negocio en medio de la pandemia de COVID-19. Los días
de restricciones estrictas le permitieron estudiar de forma virtual e intensiva
sobre el arte de las pestañas y el maquillaje permanente. La práctica, su
interés por el nuevo oficio y la llegada de más clientes han hecho que se
consolide como toda una emprendedora de belleza al sur de Lima.
Ella
es venezolana. Llegó a la capital peruana proveniente de Santa Bárbara del
Zulia, en 2017, junto con su esposo. A sus hijos los tuvo que dejar en casa al
cuidado de una de sus abuelas para poder empezar de cero y adaptarse a la nueva
sociedad que la rodeaba.
“Cuando
tomamos la decisión de venirnos, muchos nos preguntaban por qué dejábamos a
nuestros hijos en Venezuela. Yo me desesperaba y me volvía sorda, pero una de
mis tías también me dijo: ‘Al bajar del avión besa a la tierra que te recibe’”,
recuerda Lizliana.
Los
inicios en Lima no fueron fáciles para ella y su pareja. No era sencillo
encontrar trabajo y el poco dinero que tenían debían rendirlo. Se encontró con
estafadores y con personas que se aprovecharon de su buena voluntad, pero eso
no la hizo perder el foco.
En un
mercado empezó a vender arepas, hallaquitas y platos típicos de su estado
natal. Peruanos y venezolanos la solicitaban por su sazón y por lo novedoso de
la comida que presentaba como ambulante. Eran los tiempos en los que empezaban
a llegar migrantes de manera masiva.
Es
Licenciada en Comunicación Social y técnico superior en Recursos Humanos, pero
en Venezuela se desempeñó más en labores administrativas. Aquí, en Lima, pudo
conseguir empleo en un salón de belleza. Lizliana no tenía conocimiento alguno
sobre Lash Artist & PMU, oficios que hasta ahora le han brindado muchas
satisfacciones y que ejerce con su propio local ubicado en una galería
comercial.
Emigrar
ha hecho que Lizliana sea menos indiferente ante las necesidades de otros.
Estar lejos de casa y sin tener a sus hijos a su lado por unos cuantos meses
hicieron que valorara desde las cosas más simples hasta lo más grandioso.
Su
bondad ha traspasado las redes sociales, lugar que le ha permitido ganar
seguidores por su trabajo y por las buenas acciones. En octubre, mes del cáncer
de mama, lanzó una campaña que se viralizó entre cierta población migrante.
Parra anunció que donaría la pigmentación de cejas a 10 pacientes
sobrevivientes de la enfermedad bajo el lema “Sonriamos juntos”.
Lizliana
no fue paciente oncológica en el pasado y tampoco tiene una historia cercana
con la enfermedad. Se motivó porque considera que el mundo necesita más
empatía, solidaridad y extender la mano al más necesitado. Siente que las
personas no deberían regalar lo que ya no les sirve, al contrario, cosas que
estén en buenas condiciones y que llenen.
“Muchas
de las personas sobrevivientes quedan sin cejas, sin pestañas, y aparte, con el
alma destruida. Si yo puedo hacer algo desde lo que yo he aprendido y puedo
bendecir a alguien, hagámoslo”, destaca la emprendedora.
En ese
mes pudo beneficiar a dos clientas sobrevivientes de cáncer, pero eso la ha
impulsado a querer capacitarse a fondo en la micropigmentación oncológica o
paramédica que permite la reconstrucción de la areola de los senos.
No
descarta que su emprendimiento se expanda y pueda capacitar a otras personas.
“Yo quisiera crecer más y creo que Perú me lo permitiría. Me veo con un negocio
más grande y permitiendo proveer empleo a otros y que este rubro les cambie la
vida como me la cambió a mí”.
Un
grupo nutrido de venezolanos y venezolanas han podido integrarse de manera
satisfactoria en las sociedades receptoras. Hombres y mujeres han logrado
involucrarse en diferentes áreas y un ejemplo notable ha sido en el deporte. El
país caribeño ha visto como sus más grandes atletas, que alguna vez representaron
el tricolor, han tenido que partir para buscar un lugar afuera y poder seguir
entrenando.
Venezuela
ha perdido a jugadores y entrenadores de diferentes especialidades debido a la
crisis. Uno de esos casos ha sido en el waterpolo, una disciplina que se juega
en una piscina entre dos equipos.
Carlos
Emilio Torrealba llegó a Perú con su familia en 2015. En Venezuela fue
seleccionador de la modalidad en su natal Barquisimeto, pero le tocó emigrar
ante el llamado a su puerta de una nueva oportunidad. “Yo me vine para un
contrato por tres meses, pero mi trabajo siguió creciendo, siguió creciendo y
aún me ves aquí”, dice.
Empezó
a entrenar a un club en Lima y con categorías menores, pero gracias a su buen
desempeño recibió el llamado de la federación para entrenar a la selección
femenina de polo acuático o waterpolo. Él junto con otros dos connacionales
también realizan la labor de dirigir a la representación masculina. “Los
entrenamientos de ambos equipos los estamos dirigiendo puros venezolanos”,
expresa con satisfacción.
Ha
estado presente con la selección que lidera en los Juegos Panamericanos Lima
2019 y más recientemente obtuvo una clasificación para participar en el mundial
de la disciplina realizado en Israel. Lamentablemente no obtuvieron los mejores
resultados en dicha justa y reconoce que la disciplina no es muy conocida en el
país, pero ha empezado ha tener un mejor nivel de competencia.
No
olvida que en su recorrido profesional por tierras ajenas ha pasado por ciertos
inconvenientes, pero no le presta mayor atención. Sin embargo, recordó que se
ha sentido discriminado en varias ocasiones.
“Uno
de los momentos ocurrió cuando el padre de un joven que entrenaba le preguntó
si conocía al ladrón que le robó un celular ya que era de nacionalidad venezolana.”Señor,
no podría conocer a todos los malandros de mi país”, respondió con notable
incomodidad.
“También
me dijeron en una oportunidad: qué bueno que eres entrenador de la selección,
pero lástima que eres venezolano”, recordó que se lo dijo una persona cercana a
los padres de los atletas.
Esos
momentos desafortunados no han hecho que Calos Emilio pierda el interés en
lograr que la selección peruana de waterpolo alcance los mejores niveles de la
disciplina en el continente. Agradece al país por abrirle las puertas que
le han permitido ejercer su profesión, pero insiste en que no ha perdido la fe
de que en Venezuela mejore la situación y le permita volver.
Todo
suma
A la
doctora Yenifer Yánez le gustaría que a las labores de voluntariado se sumen
más colegas. Siente mucha indignación ante la desigualdad que se vive en esas
zonas del país que son invisibles para el Estado, pero obtiene mucha
satisfacción poder ayudar en el poco tiempo dispuesto para las jornadas. “Esto
me dice que no todo es dinero y que con los conocimientos básicos podemos
ayudar”.
Como
muestra de cariño en los lugares que visitó, algunos niños y niñas se acercaban
a su improvisado consultorio para agradecerle que estuviera allí. Le
entregaron dibujos de paisajes y figuras abstractas hechos por ellos
mismos. Una acción que la conmovió hasta las lágrimas y que asegura no
olvidará.
Los
habitantes de José Sagobal agradecieron en todo momento el gesto de estar en un
lugar olvidado. No todos los días son tomados en cuenta y la enfermera Johana Monsalve
no borrará de su memoria cómo la recibieron y despidieron de ese lugar y de las
comunidades aledañas. “Gracias por atendernos y gracias por recordarnos”, fue
la respuesta que más se repitió entre sus pacientes.
***
Créditos:
Reportería y texto: María José Vargas
Acompañamiento editorial: David González
Fotos y videos: Rodrigo Elías, Grecia Delta y María José Vargas
Edición de audios y video: Vicente Fermín
Diseño Gráfico: Fabrizio Oviedo
Diseño web: Wilmer Toyo
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