Tulio Hernández 17 de marzo de 2024
@tulioehernandez
Confieso
que es la primera vez que acudo al verbo “naricear”. Y al adjetivo “nariceado”.
Claro que los había escuchado y seguramente leído. Pero siempre me han
resultado algo incómodos y chocantes por lo que designan.
Pero
esta vez recurro a ellos porque ambos me parecen impresionantemente precisos
para describir la manera como el régimen militarista ha anunciado, de
madrugonazo, la fecha de las elecciones presidenciales, a celebrarse el próximo
28 julio, y los aberrados —por arbitrarios, inconstitucionales y ventajistas—
procedimientos, pasos y plazos fijados para que se realice el proceso.
El texto que mejor describe la convocatoria electoral chavista es el mismo que incorpora el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) para el verbo “naricear”. Lo define así: “Pasar una cuerda por un agujero abierto en la nariz de la res para obligarla a obedecer o a caminar”.
Y en
otros diccionarios, como el de la Asociación de Academias de la Lengua
Española, se leen cosas similares: “Colocar la naricera al ganado para
mantenerlo quieto”. O más generales, directas y fulminantes: “Imponer algo a
una o varias personas”. En el propio DRAE se acepta “nariceado” como un
venezolanismo, un adjetivo que se explica como: “Dicho de una persona obligada
o forzada a hacer algo”. Pues bien, exactamente eso, naricearnos —en las tres
acepciones de agujero abierto en la nariz, mantener quieto al ganado, o imponer
u obligar a hacer algo a una o varias personas—, es lo que ha venido haciendo
con nosotros, los venezolanos que creemos en la democracia, el régimen
militarista que nos lleva rumiando amarguras, tomados con el lazo del
autoritarismo, desde hace un cuarto de siglo.
Desde
1999, cuando ocurrió la primera gran imposición a través de la Asamblea
Nacional Constituyente —que se apropió arbitrariamente del sistema de justicia
y el poder electoral, poniéndolos de rodillas al servicio de su proyecto
político–—, hasta este abril de 2024, cuando el poder Ejecutivo y el árbitro
electoral vuelven a burlarse de la comunidad nacional, y de la internacional
también, convocando unas elecciones lo más distante de ser libres, plurales,
democráticas y confiables, naricear es uno de los verbos dominantes.
Claro,
ha habido momentos en que los rebaños hemos logrado soltarnos del aro en la
nariz y del lazo que los jefes del narcoestado llevan en sus manos, y recortan
o alargan de acuerdo al momento político. “Desnaricear” —verbo que no conseguí
en el DRAE— podría llamarse el acto. Por ejemplo, en la consulta para la
reforma de la Constitución, cuando el país le dio un rechazo rotundo a la
propuesta de Chávez; en las elecciones legislativas de 2015, cuando las fuerzas
democráticas arrasaron obteniendo la mayoría absoluta; o en las recientemente
realizadas elecciones primarias para escoger la candidatura única para las
elecciones presidenciales con una participación masiva y la aclamación sin
titubeos de María Corina Machado.
Pero
aun así, aunque nos hayamos librado del lazo y el anillo en la nariz, violando
todas las reglas de juego, al poco tiempo —días, semanas o meses después— la
cúpula regresa, ahora con ardides por la fuerza, por las buenas o por las
malas, les gusta decir, a colocar de nuevo el anillo, atravesar la cuerda,
tomarla en sus manos y pronto vemos otra vez a la manada, como en los westerns, caminando
sin remedio, camino del matadero.
Así
ocurrió con la reforma constitucional. Aunque el soberano la rechazó, el
régimen, en la práctica, la aplicó vía decretos. Igual con la conformación de
la Asamblea Nacional presidida por la Unidad Democrática. Al poco tiempo la
cúpula gubernamental la intervino, incluso militarmente, la fue acosando y al
final inutilizando y sustituyéndola, a la larga, por una Asamblea Nacional
espuria. Y algo semejante acaba de ocurrir con las primarias, como no pudieron
boicotear con éxito su realización y su voz unitaria, pues el Tribunal Supremo
de Justicia se hizo cargo de la inhabilitación de la candidata indetenible
María Corina Machado. En los tres casos, el nariceo retorna de nuevo, por la
fuerza, para enderezar el descuido de los “nariceadores” en situaciones
extremas.
Y así
vamos ahora, nariceados y conducidos a la carrera, para las elecciones
convocadas el 28 de julio, con un cronograma concebido para no dar tiempo a las
fuerzas opositoras de prepararse con fortaleza. Elecciones trampa jaula.
Realizadas fuera de la tradición instaurada por la democracia de realizarlas en
el mes de diciembre para que el nuevo presidente y su equipo asuman en un plazo
breve sus funciones comenzado el nuevo año.
Con la
criminalidad perversa de impedir que la candidata llamada a derrotar de manera
aplastante al candidato Maduro, esta quedará inhabilitada, a menos que haya una
movilización nacional de dimensiones hasta ahora desconocidas. Y obviamente, la
posibilidad de una candidatura unitaria sustituta —en caso de que no quede más
opción— deberá ser tomada a la carrera y sin posibilidades de una nueva
participación popular para elegirla, y con el riesgo, la carta bajo la manga
oficialista, de que pueda ser también inhabilitada.
Con un
lapso para la campaña que no durará ni un mes, y con la posibilidad de una
observación electoral que apenas si tendrá tiempo de organizarse técnicamente,
el escenario es cada vez más ventajista. Sin olvidar, también, que las
detenciones de Rocío San Miguel y los directivos de varios comandos de campaña
de Machado, anuncian para este proceso electoral una nueva saga represiva.
Otra
vez nos toca bailar al son que el régimen toque. Queda en manos de los partidos
políticos y el liderazgo social, como el del equipo que condujo las primarias,
recurrir a la imaginación para lograr nuevas liberaciones. El papel de la
manada actuando unida es decisivo. El de la imaginación y acción unitaria del
liderazgo también. Las reses pueden tirarse al piso y no dejar que las
arrastren. O correr en tropel arrastrando ellas a una sola voz a los
arrastradores. Los toros de cachos mejor dotados pueden hacer tropezar a los
“nariceadores”.
Lo
único inaceptable sería que las manadas democráticas asistan otra vez —sin
planes B y C, ni cartas bajo la manga, ni ardides de última hora, ni acuerdos
claros a tiempo— ingenuas o inercialmente al matadero. O innovamos o erramos,
decía un maestro por allí.
Tulio
Hernández
@tulioehernandez
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