Trino Márquez 9 Agosto, 2012
Que se sepa, hasta ahora nadie en su
sano juicio ha pensado que el CNE, órgano del régimen chavista, funciona como
un ente neutral, que vela porque las elecciones sean procesos transparentes en
los que se imponga la imparcialidad y la trasparencia. Todo el mundo sabe que
la autocracia, luego de controlar la Asamblea Nacional a su antojo, producto de
la abstención en las elecciones legislativas de 2005, impuso su mayoría en todos
los poderes del Estado. Entonces, constatar lo evidente –que el caudillo domina
todos los poderes, incluido el CNE- carece de originalidad.
¿Qué hacer frente a esa realidad
inmodificable? ¿Exigir cambios que no se darán? ¿Abstenerse? ¿Descuartizar al
organismo electoral? Creo que lo único posible, dadas las circunstancias en las
cuales nos encontramos, es exigirle a la autoridad electoral que le imponga
normas mínima al candidato- presidente y que reduzca su desmedido ventajismo y
abuso de poder.
Convertir al CNE en un adversario, en
un enemigo a vencer, en objeto de denuncias implacables, constituye un grave
error que solo contribuye a que se estimule la abstención y se “enfríe” un
volumen de votos que le permitirían a la oposición ganar las elecciones del 7
de octubre con mayor comodidad de la que señalan las encuestas.
Quienes atacan de manera frontal al
CNE y proponen que Henrique Capriles y la MUD lo hagan, se equivocan de plano.
La confrontación con el CNE solo
favorece la estrategia del régimen, interesado en que los votantes democráticos
se convenzan de que no tiene sentido votar porque las elecciones están amañadas
y los resultados preestablecido por un mecanismo perverso que de antemano fijó
los resultados que darán como ganador a Hugo Chávez, independientemente de cuál
sea la voluntad del electorado.
Pierden de vista estos caballeros que
el problema fundamental no reside en el CNE, sino en los partidos y fuerzas que
se oponen al Gobierno. Estos grupos deben garantizar que todas las mesas
electorales estén atendidas y que haya testigos en cada una de ellas.
Las dictaduras –o semidictaduras- se
derrotan con los instrumentos que ellas mismas proporcionan. Ese fue el caso de
los sandidnistas, obligados a convocar elecciones por la presión del contexto
internacional, o de Augusto Pinochet, forzado por las circunstancias internas.
En ambos entornos, los sectores
democráticos nicaragüenses y chilenos se vieron forzados a participar en
proceso comiciales en los que ellos no podían imponer, ni exigir, condiciones
equilibradas porque, simplemente, las elecciones no se habrían realizado. A
pesar de la atmósfera adversa, de las asimetrías, de las injusticias impuestas
por esos gobiernos abusadores, la voluntad popular logró imponerse.
En Nicaragua ganó, contra todos los
pronósticos, Violeta Chamorro; en Chile triunfó el voto que impidió que el
autócrata permaneciera por un período adicional en el poder.
Los ataques despiadados al CNE solo
benefician al teniente coronel y a la camarilla que lo apoya. Fomentar leyendas
urbanas como el cable submarino a Cuba o el satélite chino, únicamente
contribuye a desmovilizar a los votantes de la oposición y sembrar dudas y
resquemores en las filas del electorado opositor. Este enfriamiento del
electorado le interesa al Gobierno. Congelar votos opositores por la duda y la
desconfianza es los que persigue el régimen. No hay que complacerlo.
Nuestra labor tiene que consistir en
invitar a votar. Cubrir con nuestra presencia todas las mesas de votación.
Llenar de optimismo y confianza a los votantes, a pesar del ventajismo que
propicia y avala el CNE. Frente a la voluntad de pueblos decidido a salir de
unos gobernantes pésimos no hay argucia ni triquiñuela que valga. Esta verdad
la han demostrados numerosas naciones.
El único que gana con los ataques
desmedidos al CNE es el Gobierno: Capriles ha comprendido este axioma, por eso
no pierde tiempo en denuncias que carecen de sentido. Con esas acusaciones, a
dos meses de las elecciones, gana el régimen y pierde la oposición.
@tmarquezc.
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