Escrito por
Francisca Risatti / Fernando Gualdoni el Aug 10th, 2012
La desaparición de alternativas
políticas en varios países debilita la democracia y abre la vía para que los
sacerdotes sean la voz discordante frente a los Gobiernos
La ausencia de oposición en varios
países sudamericanos, sea por incompetencia, descrédito o por la intimidación
del poder gobernante, ha debilitado la democracia y encumbrado a la Iglesia
católica como prácticamente la única voz discordante. Aunque los sacerdotes
siempre han participado en la política, antes y después de las independencias hispanoamericanas,
en lo que va del nuevo milenio esa presencia se ha hecho más notable. En
Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina se producen fuertes enfrentamientos de
los presidentes con la jefatura eclesiástica, mientras que en Perú y Brasil los
sacerdotes a menudo secundan el malestar
social que generan proyectos mineros o de infraestructuras.
“Trogloditas, cavernícolas… se están
atribuyendo el papel del Estado”, llegó a gritar el presidente venezolano
contras los obispos por sus críticas al chavismo. “La Iglesia católica es un
símbolo del colonialismo europeo y debe desaparecer de Bolivia”, afirmó el presidente Evo Morales. También Rafael Correa,
presidente de Ecuador y feligrés devoto, ha reaccionado a las críticas de la
jerarquía eclesiástica, acusándola de interferir en las políticas públicas. Mientras,
el sonado enfrentamiento
entre Cristina Kirchner y el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio,
llegó a tal punto que la mandataria optó por acudir a misas oficiales lejos de
la catedral porteña para no oír los sermones del cardenal jesuita sobre la
corrupción rampante y la pobreza endémica. En Perú, Ollanta Humala tuvo que
convencer al arzobispo de Lima y miembro del Opus Dei, Juan Luis Cipriani, de
su tránsito desde la izquierda nacionalista hacia el libre mercado para lograr
el apoyo de los votantes conservadores en el camino a la presidencia.
“La Iglesia tiene una función
religiosa, pero la religión no se puede reducir a los límites de la sacristía.
Como venezolanos también tenemos la obligación de participar en la marcha del
país y opinar sobre los que consideramos que pueden ser medidas que nos apartan
de una línea de convivencia o que dañen a la sociedad, como la violencia o la
corrupción. En ese sentido, tenemos que intervenir y eso no necesariamente es
hacer política. Si nos quedáramos callados ante los problemas también sería una
política”, dice el arzobispo Diego Padrón, presidente de la conferencia
episcopal venezolana.
En la memoria a corto plazo de la
mayoría de los latinoamericanos hay dos iglesias: la que cerró los ojos o
colaboró con las diferentes dictaduras que asolaron la región y la que enarboló
la bandera de la teoría de la liberación para luchar junto a los pobres y
oprimidos. En los primeros años del nuevo milenio intenta emerger una Iglesia
latinoamericana que, desde la jerarquía hasta la base, busca velar por los
derechos civiles y medioambientales, y empatizar con los marginados y pobres,
que siguen siendo la mayoría de la población. El cambio es en parte un signo de
los nuevos tiempos, pero también se debe al avance de las iglesias protestantes
en la región. El historiador de la Universidad de Michigan Michael Levine,
experto en la evolución de la Iglesia en América Latina, insiste en que en la
zona “ya no se debe hablar de Iglesia, sino de iglesias, puesto que la
presencia de grupos protestantes es notable y creciente, y mucho más cercana,
diversa ideológicamente y mejor organizada”.
“En Bolivia, la Iglesia ha tratado,
quizás a veces entre signos de interrogación, de iluminar los espacios que
hemos vivido en los últimos 50 años. Espacios de dictaduras y de democracias”,
asegura el arzobispo de Santa Cruz de la Sierra, Julio Terrazas. “Nosotros no
somos un partido de la oposición, somos la voz cristiana que resuena cuando hay
derechas y hay izquierdas que no respetan la dignidad de las personas y los
derechos fundamentales (…) Ojalá sean los laicos los que asuman toda la marcha
de la sociedad, pero siempre será nuestro deber denunciar lo que daña a la
persona, porque hay un embrujo de los políticos que cuando llegan al poder se
olvidan de los problemas (…) Desde hace tiempo viene creciendo el narcotráfico
en nuestro país y creo que quien no admite esto no está mirando la realidad
para poder redimirla, sino dedicándose a señalar como enemigo a todo el que
hable del problema”, concluye el redentorista Terrazas.
El malestar de la Iglesia boliviana
con Morales empezó cuando el presidente señaló a la institución como cómplice
de lo que él ha calificado de genocidio colonialista español. Primero hubo
roces con los sacerdotes de la región oriental, enfrentada al Gobierno por los
recursos energéticos, luego ese malestar se extendió a diócesis del resto del
país. La Iglesia venezolana ha sido un dolor de cabeza para Chávez. Ha
censurado la reforma constitucional que le permite al presidente
perpetuarse en el poder y aumentar sus competencias, la guerra contra los
medios de comunicación, y hasta el secretismo sobre el cáncer que padece el
mandatario. En
Quito el choque de Correa con la Iglesia ha tenido más que ver con el
proceso de designación de las autoridades eclesiásticas y el cruce de opiniones
normal entre los valores de la Iglesia y el impulso de políticas más liberales
por parte del presidente.
Antonio Arregui, presidente de la
Conferencia Episcopal Ecuatoriana, explica que tanto en Ecuador como en el
resto de América Latina, la tendencia del poder político a utilizar la Iglesia
en su favor es conocida y en ocasiones muy evidente. “Nosotros debemos procurar
no dejarnos ganar por una u otra oferta política, sino centrar la mirada en los
derechos humanos. En ese sentido, alguna vez nos hemos visto clasificados como
oposición al régimen cuando hemos expresado nuestro criterio sobre temas tan
conocidos como la defensa de la vida o la necesidad de proteger el medio
ambiente. Si hubiera una oposición más fuerte, la vida democrática sería más
saludable, siempre y cuando no se provoque inestabilidad. Aquí la oposición ha
sido muchas veces solo una herramienta para acabar con el poder político
vigente”, dice Arregui.
Hace cinco años, los obispos de
América Latina denunciaron “la situación social marcada por la exclusión y la
pobreza”. Fue un intento de recuperar el espíritu de la conferencia de Medellín
de 1968 que dio al continente su propia teología, la de la liberación, que
planteó cómo ser cristiano bajo la opresión política o económica. El teólogo
dominico español Jesús Espeja cree que debe haber un serio intento de recuperar
en la región los valores cristianos de la fraternidad y la solidaridad, y que
en ese camino es imposible que la Iglesia quede al margen de la política. “La
Iglesia debe optar preferentemente por los excluidos, ser su hogar y su voz
(...) El movimiento teológico de liberación sigue vigente, pero necesita un
nuevo impulso”, opina Espeja.
A pesar del papel de oposición que
muchas diócesis juegan en la región, los religiosos insisten en que la tarea
les incomoda bastante. Quizás les viene a la mente el teólogo chileno Pablo
Richard, que hace ya tiempo escribió: “Siempre que la Iglesia se ha apoyado en
el poder temporal para sobrevivir, lo ha hecho en detrimento de su identidad
propia y específica como comunidad de fe y esperanza”.
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