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viernes, 10 de agosto de 2012

UNIDAD DIVERSA


Carlos Blanco
carlos.blanco@comcast.net
@carlosblancog 


Hay un proceso de ventajismo conjunto de Gobierno y el CNE, con la Milicia Nacional

La candidatura de Henrique Capriles gana fuerza. Su tendencia ascendente es evidente en la calle y está a la ofensiva; en forma inesperada ha comenzado a marcarle la agenda a Chávez. No hallan cómo combatirlo. El pináculo del ridículo más reciente ha sido la argumentación presidencial que disputa un supuesto parentesco del candidato opositor con Bolívar. El asunto es bufo como tema, pero que a Chávez lo incomode es más bufo todavía. En el campo oficialista se ven desconcierto político y matices de desesperación.

Nadie que permanezca cuerdo puede asegurar que ya Capriles tiene los votos consolidados, pero el electorado en una cierta porción decisiva le hace guiños al líder opositor mientras el Presidente se ha tornado aburrido, con una campaña carente de imaginación. Tan mal está Chávez que ahora ofrece hacer las paces con sus enemigos del empresariado y la clase media, claro, sólo por dos meses. Chávez no ha perdido las elecciones pero puede perderlas con votos contados. Hay regiones del país en que, a precios de hoy, ya las perdió.

Ahora los demócratas se enfrentan a un período decisivo en el cual toda la acumulación de fuerzas y energías deberá ponerse a prueba para remontar el trecho decisivo. En este período se discuten dos visiones dentro de la oposición: una, dominante, que representan Capriles y su grupo; y otra, de quienes comparten la necesidad y las ganas de la victoria del candidato opositor, pero tienen observaciones sobre el rumbo en esta etapa de la campaña. Ambas procuran la victoria de Capriles; comparten entusiasmos y ganas, pero tienen diferencias.

NO BASTA LA INFANTERÍA. En la guerra, para ganar y consolidar el terreno la infantería es indispensable, pero la artillería, los ingenieros, los blindados, la logística, la inteligencia, son todos elementos necesarios. La diversidad de armas concurre a la obtención del objetivo. Asimismo ocurre en la lucha política, especialmente en la democrática, por definición, diversa; las diferentes funciones -y visiones- cooperan con el objetivo compartido. Deberá recordarse que las movilizaciones desde 1999 hasta 2005 con las multitudes en la calle, criticadas por los jefes de hoy, crearon las bases para los avances posteriores.

El empleo de diversas “armas” ocurre ahora también: unas cosas las dice el candidato, otras Leopoldo López inmediatamente después, o Armando Bricquet, algunas su comando, más allá la MUD, también los dirigentes de los partidos, representantes de las ONG, los empresarios con vara alta, y además unas cuantas voces de quienes participan en los medios de comunicación. Esa diversidad de funciones puede también expresar diversidad de visiones que sin cuestionar el objetivo compartido pueden diferir sobre la mejor forma de alcanzarlo.

Aceptar esa pluralidad es democracia. Sin embargo, hay un insensato nivel de intolerancia en núcleos de la oposición que no quieren debate, ni ideas diferentes a las del grupo inexpugnable que diseña junto al candidato, su política. La pasión por el pensamiento unificado, único y uniforme, es perversa porque impide revisiones apropiadas. Hay una experiencia que estos cultores del unanimismo chavista dentro de la oposición deberían considerar: después de las primarias el candidato Capriles se resistía (con argumentos por cierto, porque así ganó las primarias) a atacar a Chávez; se refería a los problemas pero no a su causante o responsable; progresivamente se levantó una posición crítica vigorosa que alcanzó al candidato y a su comando, y se produjo un extraordinario y productivo viraje: Capriles comenzó a atacar al Presidente o, como lo llama, “al otro candidato”. Que lo hayan tenido previsto porque no contábamos con su astucia o que hayan escuchado la demanda, es irrelevante; el viraje ocurrió y colocó a Chávez a la defensiva, al menos temporal.

LO QUE AHORA SE DISCUTE. La posición mayoritaria dentro del comando de Capriles estima que no hay que alterar el curso actual de la campaña en discusiones o enfrentamientos laterales, que distraerían del objetivo. Consideran que el secreto del voto está garantizado y que una cobertura de 100% de las mesas con representación opositora no dará lugar a trampas y pataleos oficialistas. El supuesto que está detrás de esta posición no es ingenuo; esta visión sabe del ventajismo del gobierno, de los intentos legales e ilegales del régimen por ganar, pero considera que si hay los votos, se cuentan y se tienen en la mano, el régimen no podrá alterar los resultados, los militares tendrán que reconocer -y hasta garantizar- el resultado; no ignora este enfoque que podrían venir acciones violentas pero -estiman- que en el contexto de una victoria democrática no tendrían destino.

La otra posición considera que el secreto del voto puede existir pero que una porción importante de venezolanos no lo cree precisamente porque el Gobierno, con la mano boba por allá abajo, promueve la duda en la materia. En este sentido, aceptar la captahuellas adosada a la máquina de votación parece un poderoso disuasivo frente a la libertad de conciencia. El tema de la cobertura de las mesas es otro asunto importante porque se han creado miles de mesas, muchas de ellas en lugares controlados por el chavismo. Pero, lo más importante es que hay un proceso de ventajismo conjunto del Gobierno y el CNE aderezado con la participación de la Milicia Nacional en el Plan República -controlada políticamente por el PSUV-, además de los temas del manejo del Registro Electoral, de la disposición física y el control de las máquinas de votación, que crean las condiciones para un fraude electoral, entendido éste en un doble sentido: el que deriva del ventajismo abusivo que intimida al votante, y el que deriva de las acciones que pueda desplegar el gobierno, el PSUV, el CNE, la Milicia y la FAN el día de las elecciones. Esta posición defiende la necesidad de denunciar vigorosamente esta situación, sea para lograr que algunos de estos factores fraudulentos dejen de estar presentes, sea para evidenciar su existencia aunque no pueda lograrse que dejen de operar.

La posición dominante dentro de la oposición sostiene que decir estas cosas puede fortalecer el propósito intimidatorio del régimen y llevar agua al molino indeseado de la abstención. Por el contrario, la otra posición defiende la tesis de que sólo con una visión real del desafío y una denuncia vigorosa de las condiciones electorales puede lograrse el objetivo de ganar, de que la victoria sea reconocida y que se mantenga, aun si es disputada.

Al candidato se le acompañará cualquiera que sea la estrategia que domine al final. La situación pinta bien, la desesperación oficial es evidente. El que Sandra, la pizpireta, haya optado por la medalla de oro del ridículo, ganada en muy buena lid, al prohibirle el uso de la gorra tricolor a Capriles, habla de otro miedo, el que siente el poder.


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