Carlos Blanco
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@carlosblancog
Hay un proceso de ventajismo conjunto
de Gobierno y el CNE, con la Milicia Nacional
La candidatura de Henrique Capriles
gana fuerza. Su tendencia ascendente es evidente en la calle y está a la
ofensiva; en forma inesperada ha comenzado a marcarle la agenda a Chávez. No
hallan cómo combatirlo. El pináculo del ridículo más reciente ha sido la
argumentación presidencial que disputa un supuesto parentesco del candidato
opositor con Bolívar. El asunto es bufo como tema, pero que a Chávez lo
incomode es más bufo todavía. En el campo oficialista se ven desconcierto
político y matices de desesperación.
Nadie que permanezca cuerdo puede
asegurar que ya Capriles tiene los votos consolidados, pero el electorado en
una cierta porción decisiva le hace guiños al líder opositor mientras el
Presidente se ha tornado aburrido, con una campaña carente de imaginación. Tan
mal está Chávez que ahora ofrece hacer las paces con sus enemigos del
empresariado y la clase media, claro, sólo por dos meses. Chávez no ha perdido
las elecciones pero puede perderlas con votos contados. Hay regiones del país
en que, a precios de hoy, ya las perdió.
Ahora los demócratas se enfrentan a un
período decisivo en el cual toda la acumulación de fuerzas y energías deberá
ponerse a prueba para remontar el trecho decisivo. En este período se discuten
dos visiones dentro de la oposición: una, dominante, que representan Capriles y
su grupo; y otra, de quienes comparten la necesidad y las ganas de la victoria
del candidato opositor, pero tienen observaciones sobre el rumbo en esta etapa
de la campaña. Ambas procuran la victoria de Capriles; comparten entusiasmos y
ganas, pero tienen diferencias.
NO BASTA LA INFANTERÍA. En la guerra, para ganar y
consolidar el terreno la infantería es indispensable, pero la artillería, los
ingenieros, los blindados, la logística, la inteligencia, son todos elementos
necesarios. La diversidad de armas concurre a la obtención del objetivo.
Asimismo ocurre en la lucha política, especialmente en la democrática, por
definición, diversa; las diferentes funciones -y visiones- cooperan con el
objetivo compartido. Deberá recordarse que las movilizaciones desde 1999 hasta
2005 con las multitudes en la calle, criticadas por los jefes de hoy, crearon
las bases para los avances posteriores.
El empleo de diversas “armas” ocurre
ahora también: unas cosas las dice el candidato, otras Leopoldo López
inmediatamente después, o Armando Bricquet, algunas su comando, más allá la
MUD, también los dirigentes de los partidos, representantes de las ONG, los
empresarios con vara alta, y además unas cuantas voces de quienes participan en
los medios de comunicación. Esa diversidad de funciones puede también expresar
diversidad de visiones que sin cuestionar el objetivo compartido pueden diferir
sobre la mejor forma de alcanzarlo.
Aceptar esa pluralidad es democracia.
Sin embargo, hay un insensato nivel de intolerancia en núcleos de la oposición
que no quieren debate, ni ideas diferentes a las del grupo inexpugnable que
diseña junto al candidato, su política. La pasión por el pensamiento unificado,
único y uniforme, es perversa porque impide revisiones apropiadas. Hay una
experiencia que estos cultores del unanimismo chavista dentro de la oposición
deberían considerar: después de las primarias el candidato Capriles se resistía
(con argumentos por cierto, porque así ganó las primarias) a atacar a Chávez;
se refería a los problemas pero no a su causante o responsable; progresivamente
se levantó una posición crítica vigorosa que alcanzó al candidato y a su
comando, y se produjo un extraordinario y productivo viraje: Capriles comenzó a
atacar al Presidente o, como lo llama, “al otro candidato”. Que lo hayan tenido
previsto porque no contábamos con su astucia o que hayan escuchado la demanda,
es irrelevante; el viraje ocurrió y colocó a Chávez a la defensiva, al menos
temporal.
LO QUE AHORA SE DISCUTE. La posición
mayoritaria dentro del comando de Capriles estima que no hay que alterar el
curso actual de la campaña en discusiones o enfrentamientos laterales, que
distraerían del objetivo. Consideran que el secreto del voto está garantizado y
que una cobertura de 100% de las mesas con representación opositora no dará
lugar a trampas y pataleos oficialistas. El supuesto que está detrás de esta
posición no es ingenuo; esta visión sabe del ventajismo del gobierno, de los
intentos legales e ilegales del régimen por ganar, pero considera que si hay los
votos, se cuentan y se tienen en la mano, el régimen no podrá alterar los
resultados, los militares tendrán que reconocer -y hasta garantizar- el
resultado; no ignora este enfoque que podrían venir acciones violentas pero
-estiman- que en el contexto de una victoria democrática no tendrían destino.
La otra posición considera que el
secreto del voto puede existir pero que una porción importante de venezolanos
no lo cree precisamente porque el Gobierno, con la mano boba por allá abajo,
promueve la duda en la materia. En este sentido, aceptar la captahuellas
adosada a la máquina de votación parece un poderoso disuasivo frente a la
libertad de conciencia. El tema de la cobertura de las mesas es otro asunto
importante porque se han creado miles de mesas, muchas de ellas en lugares
controlados por el chavismo. Pero, lo más importante es que hay un proceso de
ventajismo conjunto del Gobierno y el CNE aderezado con la participación de la
Milicia Nacional en el Plan República -controlada políticamente por el PSUV-,
además de los temas del manejo del Registro Electoral, de la disposición física
y el control de las máquinas de votación, que crean las condiciones para un
fraude electoral, entendido éste en un doble sentido: el que deriva del
ventajismo abusivo que intimida al votante, y el que deriva de las acciones que
pueda desplegar el gobierno, el PSUV, el CNE, la Milicia y la FAN el día de las
elecciones. Esta posición defiende la necesidad de denunciar vigorosamente esta
situación, sea para lograr que algunos de estos factores fraudulentos dejen de
estar presentes, sea para evidenciar su existencia aunque no pueda lograrse que
dejen de operar.
La posición dominante dentro de la
oposición sostiene que decir estas cosas puede fortalecer el propósito
intimidatorio del régimen y llevar agua al molino indeseado de la abstención.
Por el contrario, la otra posición defiende la tesis de que sólo con una visión
real del desafío y una denuncia vigorosa de las condiciones electorales puede
lograrse el objetivo de ganar, de que la victoria sea reconocida y que se
mantenga, aun si es disputada.
Al candidato se le acompañará
cualquiera que sea la estrategia que domine al final. La situación pinta bien,
la desesperación oficial es evidente. El que Sandra, la pizpireta, haya optado
por la medalla de oro del ridículo, ganada en muy buena lid, al prohibirle el
uso de la gorra tricolor a Capriles, habla de otro miedo, el que siente el
poder.
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