Fernando Mires 12 de agosto de 2012
Son tantos los disparates que uno sólo
puede recordar el último hasta el día de mañana, cuando dirá una barbaridad aún
más grande. Entonces alguien preguntará ¿dónde está el límite que separa al
delirio de lo real? ¿No hay nadie que le diga, basta, la paciencia del mundo no
es infinita? Pero este mundo aguanta mucho. Sobre todo cuando los delirios
tienen lugar en ambientes propicios.
El ambiente era propicio: Caracas,
Noviembre de 2009. Otra vez uno de esos congresos “mundiales” que financian
todos los venezolanos. En medio de festivos viajantes, representantes de los
andrajos de lo que fue una vez la izquierda mundial, venidos de los cinco continentes
a escuchar la voz del profeta de los tiempos idos, habló el presidente de todos
los chavistas llamando a formar la Quinta Internacional. Al día siguiente, como
suele suceder, ni el mismo se acordaba de tan grande iniciativa. Nunca, en todo
caso, volvió a insistir sobre el tema.
Pero ese 3 de Agosto de 2012, cuando
en las Naciones Unidas fueron dados a conocer los resultados que condenaron por
amplia mayoría los asesinatos en masa que comete Bashar El Asad, 12 gobiernos
votaron a favor del genocidio. ¿Había nacido la Quinta Internacional?
La primera Internacional fue fundada
por el socialista Marx y el anarquista Bakunin y su propósito era coordinar
políticamente las iniciativas de los sindicatos obreros. La segunda la fundaron
los socialdemócratas con el claro objetivo de democratizar al capitalismo hasta
el punto que ya no se pareciera más a sí mismo (Bernstein). La tercera la fundó
Lenin con el propósito de expandir la revolución socialista mundial. La cuarta
la fundó Trotzki con el fin de arrebatar a Stalin el monopolio de la revolución
mundial.
La quinta, en cambio, es la
internacional de las dictaduras y autocracias y su proyecto es levantar un
frente en contra de la que ellas llaman “el imperio”. Ahí no están todavía
todos los que son aunque sí son todos los que están. Pero no todos son iguales.
Observando al ominoso grupo podemos distinguir tres fracciones: Los aliados
estratégicos, los salvajes, y los autócratas exóticos.
Los aliados estratégicos de Bashar El
Asad son tres: Rusia, Irán y China.
Rusia e Irán forman parte junto a
Siria de una tríada: la última línea de fuego erigida en contra del avance de
la revolución árabe. Para Rusia, además, se trata de conservar el último
bastión del imperio fundado por Stalin. Para Irán, a su vez, se trata de
proteger a su único aliado en la región árabe. El caso chino es distinto.
Alguna vez habrá que decir que el
milagro chino –que tanto cautiva el corazón de los neoliberales occidentales-
fue resultado de un genocidio que costó millones de vidas. Que la clase obrera
en China nunca ha podido defender sus derechos frente al Estado. Que China ha
llegado a ser una potencia cruzando la economía industrial y digital nacida en
occidente, con un régimen despótico de “tipo asiático” (Marx).
En el segundo grupo de la Quinta
Internacional encontramos a las dictaduras más salvajes de la tierra: junto a
Siria, la dictadura civil-militar de Birmania, la genocida de Zimbabwe, las
dinastías de Corea del Norte y Cuba, y por cierto, la Bielorrusia de Lukashenko:
“el último dictador de Europa”.
Mas, no todas las dictaduras del mundo
forman parte de la Quinta Internacional. Hay algunas, como la de Arabia
Saudita, que por razones económicas y religiosas han restado apoyo al dictador
sirio. Hay otras que simplemente se abstuvieron. La especificidad del grupo de
los 12, en cambio, es que han hecho de la dictadura un ideal de vida, del
anti-occidentalismo una profesión de fe, y del crimen colectivo una virtud.
Llama la atención el hecho de que
entre los 12 aparecen tres “exóticos” gobiernos latinoamericanos los que en
sentido “clásico” no son considerados –todavía- dictaduras. ¿Por qué Bolivia,
Nicaragua y Venezuela – ojo: Ecuador tuvo la decencia de abstenerse- se han
convertido en fieles aliados de la dictadura siria? Vale la pena responder a
esa pregunta, pues la respuesta no es tan obvia como parece.
Si se toma en cuenta que ninguno
de los tres gobiernos mencionados tiene problemas económicos o territoriales
con los EE UU y Europa, la respuesta es aún menos obvia. Más aún: los gobiernos
de Venezuela y Nicaragua no sólo mantienen relaciones económicas con los EE UU;
además las han duplicado durante el último decenio.
¿Razones culturales? Ninguna. Ni
siquiera el gobierno de Bolivia -cuyo indigenismo se reduce a los trajes
folklóricos de Morales- puede argumentar en ese sentido; mucho menos después de
las feroces represiones cometidas a los indios del Tipnis.
¿O se trata simplemente de una estafa
publicitaria destinada a crear la imagen de un imperio frente al cual los
“pueblos pobres” se levantan conducidos pos sus caudillos a fin de lograr una
segunda independencia que nadie les ha negado? ¿O se trata de otra fantasía del
militar de Caracas para obtener dividendos electorales? Si es así, quiere decir
que los gobernantes de Bolivia y Nicaragua se encuentran sometidos a un poder
más arbitrario que todos los poderes coloniales del siglo XX.
Puede que los demócratas venezolanos
no se hayan dado cuenta todavía. Pero si logran una victoria en las elecciones
del 7. de Octubre, ese será también un triunfo de las ideas occidentales que
nos legaron los propios libertadores: Bolívar antes que nadie. La
responsabilidad que tienen en sus manos es entonces muy grande.
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