Fernando Mires 2 de octubre
No avalado por cálculos, menos por
estadísticas, en ningún caso por encuestas, ha crecido en Venezuela un
entusiasmo indescriptible en torno a la figura de Henrique Capriles convertido
en centro, ya no sólo de un movimiento electoral, sino de un amplio frente
social y político en el cual convergen al menos tres tendencias.
Una tendencia busca ampliar los
espacios de libertad restringidos por el régimen, abrir los diques que bloquean
la circulación de ideas, y vitalizar una de las premisas de toda democracia: la
separación de los poderes públicos, sobre todo la del judicial con respecto al
ejecutivo, separación sin la cual la vida de cada ciudadano es sometida a la
arbitrariedad del personaje que detenta el poder.
Otra tendencia, más política que
social, busca desplazar a un grupo enquistado en el poder, una “nomenklatura” o
clase estatal dominante formada al interior de los aparatos del Estado y
resguardada –incluso en su indesmentible corrupción- bajo la imagen del líder
supremo.
Efectivamente, durante el chavismo
Venezuela ha asistido a una toma del poder, pero no del pueblo hacia el Estado
sino del Estado hacia el pueblo. O dicho así: lo que ha tenido lugar en la
Venezuela de Chávez no es más que el progresivo secuestro de la sociedad por
parte de una oligarquía estatal con un núcleo central, menos que militar,
militarista. Con la dramática excepción de Cuba, el último de su especie en
todo un continente.
La tercera tendencia es social más
que política y ella se encuentra inserta en el muy completo programa
presidencial de la MUD. Ahí confluyen ideas relativas a una economía social de
mercado en el marco de un programa social más profundo que el del propio
chavismo al que se atienen, punto por punto, todas las promesas de Capriles.
Promesas -así lo percibe la opinión pública- que no provienen de visiones
meta-históricas sino de la inmediata realidad.
Capriles no va a cambiar el mundo,
tampoco lo propone. Pero sus promesas -y esa es una de las razones por
las cuales el apoyo a su persona sigue aumentando- son perfectamente
realizables. Eso quiere decir: la suya no es una utopía anidada en un futuro
ignoto, como es la de Chávez a quien, (textual): “No importan los
apagones; lo que está en juego es la Patria”. Capriles sabe, en cambio, que con
apagones la propia Patria se apaga.
En torno a Capriles ha sido
construida una unidad política casi perfecta. De todas las oposiciones
existentes en Latinoamérica, la venezolana es la más organizada de todas. Cubre
un amplio y multicolor espacio que refleja, como en un espejo, la correlación
de fuerzas que impera a nivel nacional. Allí tiene cabida una minoritaria
derecha, un amplio centro político y una izquierda que en líneas generales
apunta a un proyecto democrático y social en algunos puntos similar al que
impera en países como Chile, Uruguay, Brasil, Perú y Colombia, entre otros. En
fin, la solidez y coherencia programática, la figura de un líder catalizador y,
sobre todo, un entusiasmo avasallante, hace decir a muchos electores: “Capriles
va a ganar”.
La esperanza del triunfo comenzó a
vislumbrarse en las propias primarias. En efecto, nadie pensaba, ni siquiera
los más optimistas, que en esas primarias votarían más de tres millones de
personas. Mucho menos imaginaron que dos millones votarían a favor de Capriles.
Leyendo las opiniones de la mayoría de los analistas opositores se tenía
incluso la impresión de que el vencedor(a) iba a ser otro(a). La brecha entre
las opiniones intelectuales y lo que el pueblo estaba buscando era en esos días
tan amplia como la que hoy muestran ominosas empresas encuestadoras y lo que
cada uno ve en las calles. Evidentemente, la energía que daría como triunfador
a Capriles cursaba canales subterráneos, inaccesibles a la lógica de las
encuestas. Es la misma energía que hoy hace decir a tantos: “Capriles va a
ganar”.
El origen profundamente democrático
de la postulación de Capriles no tardaría en reflejarse en la propia campaña.
Pocas veces Venezuela ha asistido a una comunicación tan intensa entre pueblo y
candidato, hasta el punto que es posible afirmar que el discurso de Capriles no
es sólo de Capriles sino del diálogo que ha tenido lugar entre fracciones del
pueblo con Capriles.
Las concentraciones a favor de
Capriles se han convertido en verdaderas asambleas populares.
La asamblea es la más antigua y a la
vez la más recurrente de las expresiones populares. A través de la asamblea,
esto es, de las voces de los representantes del pueblo, la democracia adquiere
su expresión más radical. Bien aconsejado estaría Capriles entonces si durante su
gobierno esas asambleas que espontáneamente nacieron gracias a su candidatura,
pudieran seguir existiendo. Pues a través de la asamblea, la política se
convierte en cosa real y no ideológica. O también: gracias a la asamblea, la
política tiene lugar en espacios y tiempos determinados. No fue por tanto
casualidad que fuera en las asambleas donde surgiría la creencia: “Capriles va
a ganar”.
A través de incansables recorridos,
Capriles ocupó las calles: el espacio nacional. Y mediante un discurso
polémico, mas no agraviante, logró poner al chavismo en el lugar al que
pertenece: el pasado. Eso quiere decir que en las elecciones del 07. de Octubre
tendrá lugar una confrontación entre dos tiempos históricos: el que
primaba durante la Guerra Fría del cual el discurso de Chávez es uno de
sus últimos restos (quizás el último) y el del futuro. Más aún, a través de la
reiterada mención a la idea de “progreso”, Capriles ha dado a entender que el
suyo será el gobierno del futuro. Y porque la gente necesita creer en el futuro
más que en el pasado, muchos piensan con razón: “Capriles va a ganar”.
La lucha entre el pasado y el
presente se expresa, como ha formulado Teodoro Petkoff, en “dos modos de vivir
la vida”. A esa vida pertenece la política, sin duda. Pero no toda la vida es
política, como ha hecho creer el chavismo. La política es sólo una franja entre
varias que constituyen la vida. Eso significa: los enemigos políticos no tienen
por qué ser enemigos personales como ha llegado a ocurrir durante la era
chavista.
La reconciliación, uno de los temas
centrales del discurso de Capriles, no eliminará las diferencias, ni las
políticas ni ninguna otra. Pero sí creará un espacio para que las diferencias
sean dirimidas políticamente, es decir, sin insultos ni violencia, con las
palabras de la decencia y no con las del odio, que son las de Chávez y los
suyos.
Esa idea de “reconciliación en la
diferencia” implica otro “modo de vivir la vida” a la que después de 14 años de
hipertensión tienen derecho todos los venezolanos, sean antichavistas o
chavistas. Y quizás, más que la lucha por la seguridad, más que los temas
sociales, más que toda ideología, la idea de la “reconciliación en la
diferencia” –a la que incluso algunos antichavistas son reacios- ha llegado a
convertirse en el hilo conductor del discurso de Capriles. Y, por cierto, en
otra de las razones -quizás la más decisiva- que lleva a decir a muchos:
“Capriles va a ganar”.
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