Por Pedro Urruchurtu, 20/10/2014
“Dos extremos que nos conducen irremediablemente al adiós”
No es un secreto: Venezuela atraviesa su crisis más dramática en toda su historia republicana. Por doquier reina la ausencia de moral, de principios. Muchos menos se consigue lo mínimo para sobrevivir en un país condenado a eso: subsistir. Pero quizá el diagnóstico más cruel y duro de nuestra tragedia es la huída, sin parar, del futuro de lo que alguna vez fue un país.
Nadie puede cuestionar a los que deciden irse. Nadie puede juzgar a los que deciden quedarse. Al final, la misma circunstancia es la que nos está obligando a tomar una u otra decisión. En un país normal, con un mínimo crecimiento y estabilidad, la decisión de irse no es más que una decisión ocasional, temporal, con la que se aspira a crecer en el ámbito que sea. En un país como este, irse es algo obligado, reflejo de no tener otra opción ante la inminente realidad de la que nadie está a salvo.
El miedo es libre. Vivir dominados por el miedo en un país donde el miedo es quien manda, donde lo que no prohíbe el poder, lo prohíbe el miedo, es la más ingrata sensación para alguien quien soñó crecer en su país. La violencia desatada, las balas definiendo a quién impactan, como si todos fuéramos partícipes de una ruleta rusa en la que seguramente la mayoría no quiso participar, sumado a una justicia que de eso no tiene ni la sombra, pues un dedo lo decide todo. Pero también es insensato echarle la culpa a la bala cuando es desde el poder, principalmente, de donde se escucha día a día que disparen, que ataquen, que maten. La bala es un símbolo de muerte más que de seguridad. Entre percepciones y sensaciones, el país se nos va.
Estos son los dos extremos en los que nuestro futuro se está moviendo. Dos extremos que nos conducen irremediablemente al adiós. Entre ellos, están todos nuestros problemas diarios como la escasez, las eternas colas y las frustraciones y metas truncadas. Hay topes impuestos, no podemos crecer más, no podemos aspirar al futuro digno y quienes ya hicieron su futuro acá, no pueden recordar su pasado con tranquilidad. Un país en el que todo pareciera rondar en torno a una silla, sea Presidencial, del Consejo de Seguridad de la ONU, de la Asamblea Nacional, del hospital, de la funeraria y hasta de un avión, es un país que dejó de pensar en cómo surgir, sino en cómo mantener con vida lo que ya no se puede salvar, o como huir entre el dolor y la rabia.
Quienes se han ido en busca de oportunidades y de un futuro, tuvieron la valentía para no mirar hacia atrás y comenzar desde cero. Otros, queriendo formarse, hoy son víctimas de lo que el Estado ha definido como “prioritario”, dejando de recibir divisas para continuar sus estudios, adquiriendo deudas impagables y quedando a la mitad de la construcción de un sueño que no pudieron hacer aquí. Las cifras son desgarradoras: más del 6% de nuestra población ha emigrado. Más de 1,6 millones de venezolanos decidieron partir; cerca del 90% de los que se han ido tienen estudios universitarios. El futuro va en huída, al costo que sea.
Quienes se han quedado porque tienen fe en su país, porque son optimistas en que esto puede cambiar pronto, también han tenido la valentía de decidir sobrevivir en un país que cada vez cierra más las puertas. Han visto a cuanta gente se ha ido y les ha recomendado irse, pero deciden quedarse porque es una convicción. Gran parte del talento se ha ido, otra gran parte se ha quedado. Los mejores están distribuidos entre el mundo y un país que se empeña en no ser mundo. Poco a poco las oportunidades se van esfumando con una productividad cada vez menos presente. Poco a pocos nos vamos condenando a luchar bajo más riesgos, persecución, bajo el miedo de las balas reinantes o de no tener opción que sucumbir ante la maldad para poder seguir creyendo que somos buenos. A lo interno, las cifras también son fulminantes: Según la UNICEF, la principal causa de muerte entre hombres de 9 a 19 años es el asesinato.
Esto nos coloca en un dilema como generación: ¿Somos lo suficientemente talentosos para irnos o para quedarnos? Mientras el tiempo pasa, nos vamos aislando. La jaula, que alguna vez fue de oro, no sólo se oxidó sino que está cada vez más cerrada, lo cual pareciera condenarnos más y más al destino de la bala o, mientras se pueda, el asiento del avión. Si no entendemos rápidamente ante lo que estamos, terminaremos condenados irremediablemente a ser parte de las “balsas del aire” o “esclavos del plomo”.
No podemos quedarnos de brazos cruzados, independientemente de lo que este futuro nos depare y de la decisión que tomemos. Cuando entendamos nuestra responsabilidad como ciudadanos y el costo que puede tener la indiferencia, entonces podremos conseguir las alternativas que conduzcan al país hacia un verdadero cambio. El liderazgo político debe comprender, a su vez, que esto no se trata de cuidar cargos o intereses, porque al final, cuando no quede nada, de nada les servirá haberse puesto de espaldas a su rol en la construcción de una alternativa. El sistema y el modelo deben cambiar en lo absoluto, por completo. Querer hacer cambios pero manteniendo el mismo sistema corrupto, es garantía del fracaso y de la estabilidad de nuestra crisis, por contradictorio que parezca.
El panorama nos está obligando a condenarnos a estos dos extremos. El de la bala, por la intencional política de Estado de mantener la violencia como forma de control social. El del avión, por ser también la excusa para hacernos irnos, porque no nos quieren aquí. Somos incómodos y obligarnos a irnos es la mejor forma de ellos quedarse, para siempre y porque sí, mientras no haya claridad y planteamientos que lo enfrenten y generen las condiciones para un cambio, por demás, pacífico, democrático y constitucional.
Cualquiera de las dos opciones que se tomen, respetadas por supuesto, son consecuencia de lo que los gobiernan han querido: controlarnos y someternos. Necesitamos un aliento de lucha y un compromiso como sociedad para entender a qué nos estamos enfrentando. Al final de cuentas, en este régimen todos tenemos un número y es cuestión de tiempo que salgamos sorteados, estemos donde estemos, hayamos escogido bala o avión.
Lo cierto es que mientras la maldad siga reinando, los buenos sentirán que no tienen nada qué hacer. Mientras la maldad predomine, los buenos se irán de huelga, y allí habremos perdido nuestra batalla. Este es el país que quienes gobiernan lograron crear, ese país potencia que está profundamente dividido, a lo interno, a lo externo. Entre venezolanos que gracias a la indiferencia, el clientelismo y hasta la convicción, permitieron que un color los hiciera olvidarse del país de todos. Dividido entre quienes se fueron y se quedaron, entre familias enteras condenadas a la distancia por el capricho del poder.
Este es el país que tenemos. La claridad, la responsabilidad y la razón (sobre todo esto último), es lo único que nos conducirá a un cambio real. La sensatez, lo que nos hará recuperar la Venezuela unida y de todos. Mientras tanto, tendremos que seguir entre la bala y el avión, como drama de nuestro futuro.
http://guayoyoenletras.net/index.php/2012-08-06-05-07-46/editorial/1798-editorial-331-la-bala-o-el-avion-el-drama-de-nuestro-futuro
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