Américo Martin 23 de octubre de 2014
Arrastrado por el más desatado despelote
retórico, el presidente Maduro no parece entender que la técnica falaz de su
sacralizado mentor no podía enturbiar indefinidamente los fueros de la verdad.
La gente está para creerle, no, a quien se atropella a sí mismo balbuciendo
denuncias de conspiraciones, magnicidios y siniestros planes del lado colombiano
“y que” urdidos por el insaciable Uribe.
No se puede confiar en su palabra porque
si bien ciertos cínicos juegan todas sus cartas a la pregonada mala memoria de
los venezolanos, aún ellos tendrán que aceptar que las falacias tienen corta
vida, sobre todo si no cambian el disco. Si la cúpula del poder jamás entregó
ni entregará pruebas que sustenten sus desgarradas acusaciones y si no hay
manera de que cuando menos cambie una línea del aburrido libreto, la gran
mayoría –como ya lo viene haciendo- terminará por aceptar que aquella gente
miente a sabiendas.
Y lo más delicado es que entre los
desengañados aparecen cada vez más militantes de todos los niveles del PSUV y
sus aliados, si podemos llamarlos así.
Se trata además del cuero seco recordado
por el autócrata Antonio Guzmán Blanco:
Lo pisas por un lado –se
quejaba con amargo humor- y se levanta por el otro. Así es Venezuela.
La fórmula de mentir libremente mientras
consolida la dictadura de los medios y amenaza los últimos reductos de opinión libre
ya no está dando resultados. Y es lógico: el país está atormentado de
calamidades nunca vistas. Incluso el que quiera creer que Uribe envió a Mónica
Lewinski a sobornar guardaespaldas y, con el diputado Berrizbeitia, a amenazar
a Diosdado Cabello, no tendrá sino para gritar su descontento al llegar al
mercado o someterse al toque de queda de los criminales sueltos. No sobra
tiempo para escuchar al presidente.
¡Lance su ofensiva contra ABC semanal
después de intentar aniquilar a TalCual! ¡Expulse del PSUV a quien desentone!
¡Siga persiguiendo alcaldes y diputados democráticos! Pero, hombre, no deje de
observar que los resultados le están causando problemas cada vez más
complicados. Usted ya no puede. Ya no da más. El eco de sus desgarrados gritos
es muy lánguido. Acaso se dirijan a usted mismo, en un intento de ahuyentar su
angustia y falta de ideas.
Ustedes encienden esos clamores para
contener a quienes en el entorno quisieran analizar con calma las dimensiones
del fracaso y las limitaciones de la cumbre del gobierno. Saltan de un
micrófono a otro. Hablan y hablan para no pensar. ¿De dónde sacó Maduro la
macabra promesa de que mantendrá el soborno social aunque el petróleo descienda
por debajo de USD 80 por barril? ¿Cree que podrá seguir ocultando la verdad en
el caso de los bárbaros asesinatos de Serra, Odremán y otros cuatro militantes
de colectivos? ¿Cree que elevando el tono podrá conjurar el desconcierto
causado por la suma de disparates y estólidas acusaciones?
Observe presidente, su propio frente
tiende a resquebrajarse. Arrostra las consecuencias de su falta de seriedad y
de la falacia, puestas al desnudo. De la manera más lisa Freddy Bernal, el
mismo que condenó de antemano al diputado Berrizbeitia; el mismo que movió a
las dóciles autoridades públicas a sacrificarlo, va y se desdice. A tenor de su
nuevo decir resulta que no hay pruebas contra Berrizbeitia, no obstante que le
exigieron presentarse ante el TSJ sin notificarle de qué se trataba. ¿Motivos?
¿Para qué?
Bueno Bernal, ¿y si no tienen pruebas
por qué debe acudir a la cúspide de la justicia?
Y va este hombre confundido y responde
algo así como:
Debe concurrir para que explique lo que
quiso decir cuando habló de “días contados”.
Es decir diputado Bernal, Berrizbeitia,
cuya hoja de servicios es impecable, que nunca reprimió a nadie ni se cogió un
centavo del erario público ¿debe presentarse sin que nadie lo acuse de nada ni
presente un principio de prueba? ¿Olvida usted que “la carga de la prueba recae
en el acusador, no en el acusado”. Esa regla procesal nada tiene de argucia
leguleya. Es un sólido medio legal para defender a los humildes de la calle de
los abusos de los poderosos, comenzando por gobiernos como el que tenemos.
Imaginemos que se invierta la carga de
la prueba y sean los acusados los que deban demostrar su inocencia. Desde una
poltrona, campaneando un güisqui, cualquier mandón disparará su ametralladora
inquisitorial poniendo a correr a la afanosa víctima tras danzantes pruebas. ¡Y
díganme si el tribunal las considera insuficientes!
Históricamente fue ese el método del
Santo Oficio. Acusar equivalía a sentenciar. Es lo que les falta, señor:
convertirse en modernos inquisidores de la bellaca institución del siglo XVI,
recreada por las revoluciones de siglos XX y XXI. No les falta mucho.
Maduro persevera. Como los tres monitos
místicos japoneses, esculpidos hace unos 400 años, no ve, no oye, ni… iba a
decir “habla” pero acabo de recordar cuánto perora. Rectifico pues: el tercer
mono habla pero nunca de lo que viene al caso.
Se autonombró líder de la “Generación de
Oro”, legado supremo –asegura- del comandante. Sería injusto considerarlo único
culpable del más desastroso de los gobiernos de Venezuela a partir de mayo
1830. El creador del modelo -lo cantan todas las variables- es el principal.
Maduro no se atreve a modificarlo. Quizá no duerma buscando cómo hacerlo sin
que le reprochen terribles traiciones. Tarea difícil, pero consolémonos: es de
la generación de quien convierte en oro lo que toca. ¿Un Midas? Así lo ha
sugerido y según sus lebreles su palabra vale oro.
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