Por Vladimiro Mujica, 23/10/2014
La verdadera mayoría son “Los Sin Futuro”. Es en la
destrucción del futuro que nos empezamos a reconocer con más fuerza los
venezolanos rojos y los venezolanos azules. Los padres de los jóvenes que
mueren víctimas de la violencia sufren tanto como los padres de los jóvenes que
emigran de nuestras tierras.
Cada vez más venezolanos parecen acercarse a la
convicción de que cualquier mal gobierno que haya tenido el país desde el
derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez palidece frente a la
interminable pesadilla de estos últimos quince años. Las evidencias en esta
dirección son tan de bulto que han terminado por invadir los predios antes
intocables del apoyo sólido del chavismo.
En otra dirección, es también cada vez más claro
que los conceptos de gobierno y oposición tradicionalmente asociados a una
sociedad democrática en la cual existe el respeto al estado de derecho, la
constitución y las leyes, no son aplicables a un caso como el de Venezuela.
Toda noción de respeto a las reglas del juego
democrático que garantizan la independencia de poderes y deberes y derechos
para gobierno, oposición y la ciudadanía en general, y las garantías reales de
alternancia del poder, está sujeta a la lógica arbitraria de la revolución que,
en la práctica, fabrica sus propias reglas, frecuentemente pisoteando la
constitución y las leyes de la nación. Esta circunstancia ha forzado una
dinámica de transmutación de la oposición en resistencia que todavía no se ha
operado completamente, pero que está detrás de los esfuerzos por conciliar la
participación electoral con las acciones de desobediencia pacífica y de
protesta de la población.
La arbitrariedad y abuso de la oligarquía chavista,
ahora unido a la represión y el uso descarado de la justicia para penalizar la
disidencia, han generado una mutación, todavía incipiente, de la oposición para
transformarse en resistencia. El nombramiento de Chúo Torrealba al frente de la
MUD claramente apunta en esa dirección, pero es mucho lo que falta para
unificar en una dirección política eficaz y flexible las dos políticas que
deben co-existir. Un elemento clave en esta dirección es reconocerse como
mayoría y ejercerse como tal. Pero el concepto de esta mayoría puede diferir
substancialmente de la definición convencional de una mayoría electoral.
La verdadera mayoría a la que la nueva resistencia,
que debe reemplazar y superar a la vieja oposición, debe afiliarse tiene que
ver con el descontento existente en el país. La línea de separación de esta
mayoría no está asociada con la polarización política que el chavismo ha
manejado magistralmente para sus fines, o con la más tradicional separación
socio-económica entre pobres, clase media y ricos. No. Esta mayoría está
relacionada con el hecho de que el futuro de los venezolanos se evapora en el
ruinoso presente que el régimen construye.
La verdadera mayoría son “Los Sin Futuro”. Es en la
destrucción del futuro que nos empezamos a reconocer con más fuerza los
venezolanos rojos y los venezolanos azules. Los padres de los jóvenes que
mueren víctimas de la violencia sufren tanto como los padres de los jóvenes que
emigran de nuestras tierras porque Venezuela les niega cualquier posibilidad
decente de construir sus vidas. La existencia de esta mayoría se constata en
cualquier estudio de opinión que indica que el 70% o más de los venezolanos quiere
que la economía cambie, que el país sea más seguro, que se termine la
humillación de la colas para conseguir artículos esenciales, y que la
asistencia médica deje de ser una burla y un acto de cinismo contra la gente.
Con el mismo nivel de rechazo cuenta la corrupción y la impunidad que han
terminado por definir a la oligarquía chavista.
Cuando la nueva resistencia encuentre una
narrativa, un lenguaje, para hablarle directamente a “Los Sin Futuro” que
difiera de los intentos tradicionales de la vieja oposición por emular las
fórmulas comunicacionales que tanto éxito le han reportado al chavismo, en esa
misma medida estaremos haciendo posible que la presión sobre el régimen y la
exposición de su fracaso monumental se hagan más presentes. Solamente cuando se
concluya esta paso se habrá completado la mutación de oposición a resistencia y
quizás se contribuya de manera efectiva a romper el pavoroso círculo vicioso de
la polarización que lleva a un sector importante de nuestro pueblo a apoyar a
una de las pseudo-revoluciones más corruptas e ineptas de toda la historia
latinoamericana, solamente porque no perciben una opción real de gobierno del
otro lado del espectro político.
Es cierto que siempre se puede estar peor, y que
probablemente este penoso ciclo de aprendizaje del país no ha tocado fondo.
También es cierto que no estamos condenados a tocar fondo y que las claves para
escapar de lo que parece nuestro destino inexorable pueden estar en ver la
misma realidad con ojos distintos.
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