Rafael Quinoñes 06 de noviembre de 2014
Dejemos claro una cosa: No hay
democracia sin partidos. En las democracias modernas el papel de los partidos
para canalizar la asociación y representación es irreemplazable, por muchos
idealistas que sueñen con una intervención bucólica de la sociedad civil
democrática en la agenda pública del Estado sin intermediarios. Los partidos no
solo organizan el juego electoral para elegir gobernantes en las democracias,
también tienen un papel inestimable para renovar las élites en la gerencia del
Estado y la socialización de la ciudadanía en torno a las reglas del juego
democrático. El odio irracional a los partidos, estimulado por la búsqueda de
la utópica democracia de masas, preparó el camino de los autoritarismos
electorales que existen hoy en día en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador,
y amenazan con derribar democracias en consolidación en otros apartados lugares
del mundo.
Aclarado el punto anterior, el odio
irracional hacia los partidos en la ciudadanía democrática que precede a
los autoritarismos electorales nos puede
llevar hacia el otro extremo: La
sacralización de los partidos políticos. En el caso venezolano que es el que me
ha tocado vivir, estoy notando un discurso del sector opositor al gobierno
chavista por parte de los interlocutores de sus correspondientes partidos, de
ver cualquier crítica a su organización política como una irracional pulsión de
odio a los partidos que hace juego al autoritarismo del actual régimen. Usando
como coartada el discurso anti-político de la élite chavista que busca la
disolución de toda representación política fuera del Partido Socialista Unido
de Venezuela, varios dirigentes políticos de la oposición cierran cualquier
debate sobre la conformación de la lucha democrática en este país como un
discurso anti-político que hace juego al oficialismo.
Fuera de identificar un clásico discurso
para eximirse de la evaluación ciudadana, las palabras de estos voceros
políticos, a mí me generan el temor de que no se haya aprendido nada de las
fallas que llevaron al poder a la actual élite oficialista. Ninguna sociedad
democrática está exenta de cierta dosis de antipolítica y odio irracional (y la
mayoría de las veces banal contra los políticos) hacia la política. Medios de
comunicación ridiculizando el juego político, intelectuales hablando de las
fallas de la democracia, etc., se dan en todos los lugares del mundo, pero no
atentan contra la existencia del sistema si no se ha interrumpido la cadena de conexión entre ciudadanía y sus
partidos políticos. Lo que Linz llamaría el quiebre de las democracias se da
cuando la esclerosis entre la dirigencia partidista y su militancia ha llegado
a su momento de crisis, y la ciudadanía de forma endémica pierde la confianza
en el poder representativo del sistema democrático. Cuando el demócrata
endémicamente cree que la democracia podría que no funcione, ese día se pierde.
Pero una de los factores para que la
gente no pierda la fe en la democracia y se lance a los brazos de la
antipolítica y el autoritarismo está en que el metabolismo entre demócratas y
partidos sea fluido. En el caso venezolano, el ascenso del chavismo como
mesianismo autoritario y militarista viene precedido de décadas en que los
partidos hegemónicos en el país de
manera progresiva, se hicieron más autoritarios en su debate sobre sus
problemas internos y más lejanos de la ciudadanía que intentaban convertir en
militante partidista. La constitución de Venezuela en un petro-estado que
manejaba incontables recursos fiscales llevó a una excesiva burocratización de
la administración pública y la preeminencia de la razón tecnocrática sobre la
política en el control de la agenda pública en el país. Esta lógica se trasladó
a los partidos, que progresivamente adoptaron la lógica de anular el
conflicto-debate-acuerdo de la política democrática a cambio de la cancelación
autoritaria del conflicto, típica de las burocracias. La actual dirigencia política
que hace oposición al gobierno no puede repetir estos errores si quiere ser una
alternativa al autoritarismo electoral del chavismo.
Leo con preocupación que en España, un
partido de ideología estalinista y autoritario como Podemos supera en popularidad
al PSOE y casi iguala del PP. Uno no dudaría de las importantes contribuciones
de socialistas y populares para la democracia española, pero si dichos partidos
no revisan sus fallas como organizaciones, la península ibérica será otro feudo
de las dictaduras electorales en el planeta, y poco importará lo que hicieron
en el pasado si en el presente no saben renovarse. El apelar a que los
autoritarios gocen de popularidad debido al analfabetismo político de las
clases bajas o la frivolidad de las clases medias, escuda un discurso elitista
y anti-democrático que antecede a la etapa final de la enfermedad terminal de
una democracia, no a su salvación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico