Fernando Mires 08 de noviembre de 2014
Lo importante que es la reinterpretación
del pasado para la realización de la política lo demuestran las diversas luchas
democráticas que tuvieron lugar en Hungría. En ese país, cada reforma
importante arrancada al régimen dirigido por Janos Kadar, era condición de un
ajuste en la historia oficial, y viciversa. Particularmente intensiva fueron
las controversias para designar a los acontecimientos que tuvieron lugar en
1956 a los que László Varga denominó con razón "la bomba de la historia
húngara"
De acuerdo a la lectura oficial, 1956
fue primero bautizado por el régimen como contrarevolución fascista y más tarde
como contrarevolución a secas. A medida que Kadar consolidaba su poder mediante
relaciones tácitas de compromiso con la oposición, la lectura oficial comenzó a
interpretar 1956 como un levantamiento conducido por sectores antisocialistas
en el que habían participado "sectores populares". En 1980-1981, el
régimen comenzó a utilizar una fórmula neutral para referirse a esa fecha:
"Los acontecimientos de 1956". Como consecuencia de los movimientos
sindicales y estudiantiles de reforma ocurridos en 1988, el régimen hizo otra
concesión, la última que podía hacer: 1956 fue un movimiento de protesta
popular. Recién después del entierro simbólico de Nagy en 1989, 1956 pasó a ser
denominado como lo que fue: una revolución social.
La revolución de 1989 hacía posible
semánticamente a la revolución de 1956, de la misma manera que 1956, grabado
en la historia colectiva, hizo posible a 1989.
En casa de Caín no debe ser nombrado
Abel. 1956 debía ser falsificado en Hungría como parte del compromiso tácito
llevado a cabo entre el kadarismo y la oposición. El contrato social no
escrito entre el gobierno y la oposición rezaba más o menos así: "nosotros
nos comprometemos a suavizar la represión, abrir espacios para una economía de
mercado, e incluso permitir informalmente a la oposición, y ustedes no nos molestan
con peticiones desmedidas que puedan provocar las iras de la URSS. Para eso es
necesario callar sobre el orígen del régimen, esto es, sobre 1956".
La oposición aceptó, no tenía otra
alternativa, las reglas del juego surgida de ese sistema especial en donde se
conjugaban armonicamente tanto la fuerza como la debilidad del gobierno y de la
oposición. El "kadarismo" se constituyó así como un sistema político
"sui generis" que se mantenía no en base a la legitimación, pero si
en base a la tolerancia recíproca, mediante un juego peligroso de concesiones
mútuas, pero también de duros enfrentamientos ocasionales que suplían a las
mesas negociadoras. La mentira (o lo que es parecido: los silencios) como
suele ocurrir en muchas relaciones personales, formaba parte de la convivencia.
El psicólogo húngaro Ferenk Mérei bautizaría a ese sistema como
"autorepresión nacional" .
Kadar era, y el lo sabía, un gobernante
historicamente ilegítimo. El, y no Nagy era el representante directo de la
contrarevolución. La revolución, como ocurriría en Checoeslovaquia en 1968,
había surgido de una combinación dada entre el movimiento de protesta popular
en contra de la dictadura stalinista de Rakosy y deserciones de la
Nomenklatura, hastiadas de ese régimen que tenía trecientos mil detenidos en
campos de concentración, decenas de miles en lás cárceles, miles de ejecuciones
y todo eso, en un país cuya población no pasaba de diez millones.
La revolución de 1956 había irrumpido
en conexión paralela con el levantamiento popular de Polonia, el mismo año.
Por esas razones, antes que los disidentes hungaros, los polacos, como fue el
caso de Mischnik y Kuron, que vivían fases más avanzadas en su lucha contra su
propia despotía, habían incorporado a la tragedia húngara a sus tradiciones, acto
que sorprendió a la propia oposición hungara, interesada en buscar soluciones
parciales de compromiso con el "kadarismo".
El mismo Imri Nagy había sido un típico
representante de la Nomenklatura pero, como algunos políticos, poseía
sensibilidad popular y sobre todo, nacional. Hasta octubre de 1956 fue un
mediador en el poder entre los movimientos estudiantiles y obreros y el sector
más conservador del Partido apoyado desde la URSS. Mérito suyo fue haber
saludado el levantamiento popular de fines de octubre, planteando la necesidad
de que el Partido se apoyara en él y reconociendo los Consejos obreros y
populares surgidos de la sublevación. Su paso más decisivo fue anunciar la
retirada de Hungría del el pacto de Varsovia proclamando su neutralidad, siguiendo
el camino titoísta de Yugoeslavia, acto que no fue recibido con alegrías en
Moscú.
El 2 de noviembre el Partido inició una
trayectoria de reformas radicales, conducido por Nagy, Luckas y Kadar. Nagy
pasó a ser, en ese extraño triunvirato, el representante de la revolución
popular en el Estado. El 4 de noviembre llegaron las tropas soviéticas
llamadas por Kadar, quien al mismo tiempo reconocía los Consejos surgidos del
levantamiento popular, el 14 de noviembre. Pero el 21 de noviembre, el mismo
Kadar, apoyado con las bayonetas soviéticas, impide reunirse al Consejo
Nacional de Trabajadores. El 23 de noviembre, no se sabe si, o con, más
probable con, consentimiento de Kadar, Nagy fue secuestrado por los soviéticos.
Pronto sería asesinado, junto con sus más inmediatos colaboradores. Las
palabras que pronunció durante su proceso fueron clarividentes: "Yo me
pregunto si aquellos que hoy me condenan no serán los mismos que un día me
rehabilitarán".
Consecuentemente, el 4 de diciembre,
Kadar culminaría su traición disolviendo los Comités Revolucionarios y los
Consejos Obreros. Una represión sin paralelos en su historia, cayó sobre el
país. El pueblo salió a las calles a defender su revolución traicionada. Como
en un canto de cisne, los obreros húngaros decretaron la huelga general del 10
y 11 de diciembre. El presidente de los Consejos obreros Sandor Racz fue
detenido. El Danubio se volvió rojo con las sangre que caía desde los puentes.
Esa breve relación cronológica era la
parte de la historia húngara que en virtud de compromisos posteriores fueron
relegados al olvido. Kadar, quizás el personaje más trágico de todos, no podría
quizás, en lo más profundo de su alma, olvidar la traición cometida. Para
salvar al socialismo había hecho asesinar a obreros, soldados, estudiantes y
campesinos y, a sus mejores amigos y camaradas.
Si la "culpa" de los
personajes históricos juega algún papel, sin dudas Kadar tiene algo que ver con
las reformas que comenzó a realizar el régimen en su fase tardía, pues ellas
eran, en el fondo, las mismas que había prometido Nagy. Los años, sin embargo,
pasan. El Danubio volvió a su opaco color natural (desde los tiempos de los
valses de Strauss no es azul) y Kadar fue adoptando la imágen de un déspota
bondadoso y patriarcal a quien, por mandato superior, los niños en las escuelas
llamaban el "tío Janos".
Por cierto, el "kadarismo"
gobernaba también en base a un mecanismo basado en el chantaje. Así como el
Rey que dijo "después de mí el Diluvio", Kadar parecía decir,
"sin mí la invasión". Es decir, Kadar sugería a su pueblo, y la
sugerencia no era del todo incierta, que bajo su régimen podían consumarse las
reformas hasta el máximo posible permitido por la URSS. La aceptación de Kadar,
así como después la de Jaruzelzky en Polonia, se basaba en el miedo. Es por
eso que cuando las reformas de Gorbachov fueron aplicadas en la URSS,
desapareciendo la amenaza de la invasión, la realidad había superado los
límites, después de todo, bastante amplios, impuestos por el
"kadarismo". Había terminado la historia de Kadar y el nombre de Nagy
podía, al fin, ser rehabilitado.
1989 fue un reencuentro del pueblo
húngaro con su propia historia, el momento de la catársis; del fin de la
mentira y de los silencios, o lo que es igual: la liberación de las palabras,
las que podían ser restituídas a las cosas a las que pertenecían. Como en un
film norteamericano, el mismo día en que comenzaban los procesos legales para
rehabilitar el nombre de Nagy, murió Janos Kadar. En verdad, merecía el
suicidio.
En mayo de 1990, el Parlamento, después
de cuarenta años, libremente elegido, decretó por unanimidad que el 23 de
octubre, día en que comenzó la revolución húngara de 1956, fuera declarado
fiesta nacional. Así es la historia. La verdad de las cosas es que el entierro
de Nagy había sido el de Kadar.
Texto extractado y resumido del
libro "El Orden del Caos, Historia
del fin del Comunismo"" de Fernando Mires. Editorial Araucaria,
Buenos Aires, 2005.
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