Fernando Mires 08 de noviembre de 2014
La historia después del comunismo había
comenzado en Hungría en 1956. En Polonia también. O quizás antes. Adam
Mischnik, ese lúcido disidente en permanencia que también es historiador, cree
encontrar el orígen de esa historia a partir del año 1944, cuando Mikolajczyk,
dirigente del Partido de los Campesinos y Primer Ministro del gobierno en el
exilio de Londres, viajó a Moscú a conversar con Stalin acerca de la
posibilidad de un "modus vivendi" que permitiera a Polonia vivir al
lado de la URSS a fin de sobrevivir como nación, compromiso que sería
ratificado después en Jalta. Los orígenes del socialismo en Polonia tienen pues
más que ver con geopolítica que con política.
Sin esas condiciones geopolíticas, el
último país de la tierra que habría adoptado el socialismo habría sido
probablemente Polonia. De este modo, Stalin encomendaba a la Nomenklatura
polaca una misión casi imposible: gobernar. Es por esas razones que la
Nomenklatura polaca, para gobernar, tuvo que ser la más nacional del bloque
socialista. La historia de esa Nomenklatura es una historia de permanentes
concesiones a las organizaciones populares y eclesiásticas del país, por una
parte, y a la URSS por otra.
Mientras las Nomenklaturas en los demás
países socialistas debían cumplir la tarea de representar, en primera linea,
los intereses de la URSS, la polaca era más bien la mediadora entre intereses
nacionales y los del Kremlin. Tal sistema de compromiso fue estructurado en 1956,
cuando como consecuencias de movilizaciones obreras, sobre todo en Poznan,
Gomulka, en cuyo currículum figuraba el mérito de haber pasado un buen tiempo
en las cárceles de Stalin, fue nombrado Secretario General, levantando la
consigna del "nuevo camino". De acuerdo a esa consigna, se iniciarían
reformas autogestionarias en las empresas, la descolectivización de la tierra,
y no por último, una suerte de "coexistencia pacífica" con la Iglesia
Católica, siendo liberado al cardenal Wyszynski quien ante el escándalo
mundial, se encontraba en la cárcel. Ese fue, según Mischnik "el único
momento en la historia del pueblo polaco en el que un dirigente comunista era
al mismo tiempo dirigente de toda la nación"
Precisamente la identificación popular
con un representante de la Nomenklatura fue un factor que debilitó al
movimiento de protesta polaco, pero al mismo tiempo, como ocurriría repetidas
veces en la historia del país, evitó también que la URSS consumara una
invasión, parecida a la de Hungría. Gomulka, levantando una platafora similar a
la de Nagy, no adoptaba una posición titoísta. Por lo demás la URSS debía
elegir. No podía darse el lujo de invadir a dos países al mismo tiempo. En
cierto modo, Nagy salvó a Gomulka.
A partir de 1956, a diferencia de los
demás países socialistas, la historia polaca sería construída a partir de una
confrontación negociada que incluía a muchos actores (el Partido, la Iglesia,
los sindicatos, los intelectuales, y no olvidar, los campesinos). No hay dos
historias como en el caso húngaro, sino que sólo una que se reproduce a partir
de la confrontación de varias.
Más que Nagy, quien apostó al
rupturismo; más que Kadar, que hizo del oportunismo pragmático un programa, el
verdadero precursor de la ideología del "comunismo reformado" fue
Gomulka. También sería el primero, 14 años después de haber llegado al poder
por aclamación popular, en enterrarla, terminando su gobierno con la masacre a
los obreros de las ciudades costeras del país. Si bien el comunismo reformado terminó
con Gomulka, no terminó la política de no confrontación directa que asumiría
estrategicamente el KOR (Comité de Defensa de los Trabajadores).
Hoy, mirando la historia polaca en
retrospectiva, lo que más llama la atención es la capacidad de sus actores para
imponer la hegemonía de la política aún en los momentos más tensos. Es que un
país que vive aplastado entre Rusia y Alemania tiene necesariamente que
producir buenos políticos, esto es, personas que saben dialogar, transar,
negociar, buscar compromisos, y resolverlos a su debido momento mediante otros
compromisos. Y lo dicho vale no sólo para los intelectuales; también para esos
excelentes políticos que fueron los obispos, y sobre todo, ese talento político
que demostró poseer Walesa y su movimiento; pero también el general Jaruzelsky
fue un buen político e incluso, la Nomenklatura, la institución menos política
de todas, producía en determinados momentos buenos negociadores.
Pero no sólo aprendían de su historia
las fuerzas disidentes polacas; también dieron grandes muestras de saber
aprender de la de los demás países socialistas. Después de 1956, pero sobre
todo, después de los acontecimientos de 1968 en Praga, captaron que la
confrontación no debía tener lugar en las calles, sino en todos los rincones de
"producción de lo social". Esto es, eran concientes de que su lucha
debía ser librada a largo plazo, y que no debía poseer ningún carácter épico,
sino que, valga la redundancia, político.
En cierto modo puede decirse que en Polonia fueron llevados a la práctica las propuestas políticas de Antonio Gramsci. Para los disidentes no se trataba en primera linea de conquistar el poder político, sino que espacios de lo social mediante la política, y no por último, de la cultura."Construyamos una sociedad autogestora en el seno de un Estado totalitario" fue la consigna de ese especialista en buenas consignas que es Jacek Kuron. De este modo, ya en los años setenta, durante la infortunada administración de Gierek, aún antes de que surgiera Solidarnosc, quedó establecido un contrato social tácito que se expresaba más o menos en los siguientes términos. El poder pertenece al Partido en el Estado. La hegemonía pertenece a la oposición en la sociedad.[1]
El pueblo polaco no culminó su
revolución en 1989. Ella alcanzó su momento más alto en 1980, cuando en los
astilleros de Danzig, Gdigen, Stettin y Ebbing, tuvo lugar la primera
revolución obrera de Europa, ironicamente en contra del socialismo y bajo el
nombre unitario de Solidarnosc.
Solidarnosc a su vez, fue la
cristalización definitiva del poder obrero acumulado en largas y a veces
sangrientas jornadas como las de 1956, 1970 y 1976. Desde el momento en que
surgió Solidarnosc terminó para siempre una mentira en que se apoyaba el
régimen, a saber: que el Partido representaba a los trabajadores.
Rapidamente, la revolución obrera de
1980 alcanzaría un carácter democrático al vincularse con múltiples
organizaciones, culturales, políticas y eclesiásticas que ya habían hecho su
entrada en la era después del comunismo. En otros términos: Solidarnosc, de
sindicato obrero, pasó a ser el Partido del pueblo polaco en
movimiento.Fue en ese tiempo cuando Jacek Kuron del KOR, hizo pública la
inteligente consigna "No incendies ningún local del Partido. Funda
uno". Quería decir: "multiplicad los comités de Solidarnosc".[2]
Solidarnosc había nacido como sindicato.
Después fue el Partido de la revolución democrática. Inevitablemente tenía que
alcanzar su última, y en 1980, imposible fase: la de movimiento de
liberación nacional.
El golpe de Estado del general
Jaruzelsky tuvo desde sus inicios un doble carácter. Por una parte representaba
la contrarevolución de los generales para salvar "el socialismo".
Por otro lado era la alternativa para que la URSS no invadiera al país. Con
razón Jaruzelski es el único gobernante del mundo a quien nunca se ha visto
sonreir. No tenía ningún motivo. Su posición era la menos envidiable:
encarnación del contrarevolucionario, del golpista, del comunista y del
patriota, al mismo tiempo. Muchos disidentes fueron a parar a las cárceles
durante su gobierno; pudieron haber sido muchos más. Era quizás el precio
módico que había que pagar para que en Polonia no se hubiése cometido una de
las carnicerías más espantosas del siglo.
Durante el gobierno Jaruzelsky, hasta 1989, tendría lugar en Polonia una "guerra de desgaste" entre el Estado y las fuerzas más representativas de la nación. Esa guerra la han perdido todos. Sin las energías ni el entusiasmo de 1980, Solidarnosc, desdibujada después de tantas concesiones, ha llegado al poder detrás de Masowieki primero, con Walesa después, probando que para Polonia no había otra alternativa de gobernabilidad. Pero los héroes de ayer están cansados. El pueblo también. La llegada de Solidarnosc al gobierno se pareció al de esas parejas que habiéndose amado desde lejos toda la vida, al final se encuentran; pero cuando ya no son más jóvenes.
La mayoría del pueblo polaco sabe lo que
debe a Gorbachov: la independencia nacional. Pero, y la pregunta es
historiograficamente válida: ¿Habría sido posible Gorbachov sin la revolución
de Solidarnosc en 1980? La expresión más nítida del quiebre del comunismo en la
periferia soviética fue sin dudas la Polonia de 1980. A partir de ahí, las
alternativas para la Nomenklatura soviética estaban claras: o regir
militarmente en contra de los llamados países socialistas, o intentar
conquistarlos, mediante un proyecto de liberalización política, a riesgo de
perderlo todo. Gorbachov eligió la última alternativa. Y lo perdió todo.
Texto extractado y resumido del libro "El Orden del Caos, Historia del fin del Comunismo"" de Fernando Mires. Editorial Araucaria, Buenos Aires, 2005.
[1]
En una entrevista, el dirigente de Solidarnosc Bogdan Borusewicz respondió
habilmente a la pregunta relativa al rol dirigente del Partido, en un tiempo en
que desconocerlo era motivo para ir a la cárcel (noviembre de 1980): "El
rol del Partido es dirigente, pero en el Estado". Con ello quería decir:
la "sociedad" no pertenece al Partido.
[2]
El mismo Kurón establecía en 1980: "Hemos liquidado el antiguo sistema. El
sistema se basaba sobre el monopolio del Partido en tres aspectos: el de la
organización, el de la información y el de la decisión. Bajo esas condiciones
funcionaba nuestra sociedad hasta agosto de 1980" .
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