Por Jesús Alexis González, 11/11/2014
El salario
real (SR) refleja el poder de compra en bienes y servicios que tiene el salario nominal (SN) luego de su ajuste
de acuerdo al índice de precios al consumidor (IPC), es decir una variación del
precio nominal de los artículos que conforman la canasta básica con el consecuente efecto sobre el poder adquisitivo (aumento o
disminución); es así entonces que el SR es igual al SN deflacionado por el
nivel de precios interno, el cual crece (SR) en función a la productividad (relación entre lo
producido y los medios empleados), a la luz del desarrollo tecnológico, de las
inversiones, de una adecuada estructuración del proceso productivo que responda
a un determinado modelo económico, y gracias al avance del sistema educativo que provoca un aumento del salario
real ya que los ciudadanos perciben una remuneración más alta porque se
capacitan, favoreciendo la condición de vida al inducir una mejora en el acceso
a bienes y servicios y por ende a una mejor
calidad de vida, habida cuenta que el SN sobrepasa la carestía o costo de vida. De igual forma, la
política salarial y los incrementos nominales se relacionan con el comportamiento de la inflación,
provocando que el aumento sea, al menos, igual a la variación anual del IPC
experimentado por la economía en el periodo
inmediato anterior, induciendo obviamente una modificación del SR, que
transfiere hacia adelante la inflación
pasada (inercial). Es claro, que la remuneración debe fijarse en armonía
con el salario real de equilibrio
que emerge del mercado de trabajo en correspondencia con las condiciones de la
oferta y demanda de mano de obra, en el entendido que si los salarios son
impuestos unilateralmente por el Gobierno (por encima del nivel de equilibrio)
como una complacencia populista a una supuesta
mejor distribución de la riqueza, estos acabaran ajustándose por cantidades
generando desempleo, operando en
sentido contrario al mandato constitucional sobre el acceso a los derechos sociales
y muy particularmente a la suficiencia
del salario como condición del bienestar. A tenor de lo expuesto, el salario mínimo (SM)ha de entenderse
como la cantidad menor que debe recibir en efectivo el trabajador por los
servicios prestados en la jornada laboral, y deberá ser suficiente para satisfacer con decoro las necesidades básicas de la familia en el orden material,
social y cultural; teniendo como norte no sólo la distribución de la riqueza
sino la disminución de la pobreza
apuntalada por una evolución favorable del poder adquisitivo de sus ingresos,
al evitar que la inflación afecte el nivel de precios y en consecuencia el poder de compra.
Resulta imprescindible, acotar brevemente
algunas referencias sobre los nefastos efectos de la inflación. Veamos: (1) perdida en el poder adquisitivo del
dinero, con la consecuente carga de injusticia
social sobre los estratos menos favorecidos, al igual que en los
trabajadores y jubilados quienes perciben
ingresos fijos; (2) incertidumbre
sobre los pagos a futuro, propiciando que los agentes económicos posterguen sus
aspiraciones de inversión productivas para evitar riesgos en un proceso que exige
un horizonte temporal de largo plazo; (3)
desajusta el sistema de precios (vital para el funcionamiento de la
economía), dando paso a una distorsión e ineficiencia en la asignación de
recursos a los fines productivos; y (4) eleva
los costos de transacción, razón por la cual los empresarios tienen que asumir
los “costos de cambiar el menú” ante
la obligación de enfrentar la elevación de costos, desestimulando la inversión
productiva que en obviedad implícita frena el crecimiento económico y genera
desempleo, al tiempo de profundizar los
desequilibrios sociales; mientras que los consumidores han de acoplarse al “costo en suela de zapatos”, es decir
buscar alternativas inmediatas de demanda de bienes y servicios (si los
consiguen) que facilite, tanto la disminución de la tenencia de dinero en efectivo
que a diario pierde valor, como para evitar convertirlos en depósitos bancarios
con tasas pasivas de interés por debajo del IPC con el consecuente deterioro
del patrimonio familiar.
Mención especial, merece lo referente al bienestar de las
clases medias (media-media, media- baja, media-alta). En general, y como se
desprende de un informe de la CEPAL, en laAmérica Latina actual la movilidad
social se produce muy escasamente de una generación a otra y se ha ido
extinguiendo aquella máxima que indicaba que
una generación hacia el sacrificio y la siguiente recibía los beneficios; y
en mucho la causalidad está vinculada con la pérdida del decoro del salario ante la caída del poder de compra
inducido Por el elevado IPC presente en algunos países (como es el caso de
Venezuela); situación que no sólo está dificultando el ascenso socioeconómico camino
al bienestar, sino algo mucho más grave: está
induciendo un desmembramiento del nivel de vida alcanzado con honestidad,
esfuerzo y sacrificio; lo cual equivale a señalar que no se está disminuyendo
la pobreza y la exclusión sino que adicionalmente se está acabando con la clase media.
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