Miguel Méndez Rodulfo 07 de noviembre de 2014
Cualquier
habitante de este mundo, consciente de la crisis económica global que se inició
en 2008 y cuyos efectos aún se sienten, que contempla con estupor los
conflictos del Medio Oriente, la epidemia del ébola, la crisis ucraniana y que
además padece los efectos del cambio climático, le es muy difícil creer que hoy
vivimos mejor. No se le formule esta interrogante al venezolano, que atascado
en el infierno en que el régimen ha convertido al país, rechazará de plano esta
idea. Sin embargo, hundidos en el pesimismo por los problemas que nos agobian,
somos incapaces de ver el florecimiento tecnológico que ocurre en el mundo. Un
celular de última generación es un millón de veces más rápido y más barato, y
mil veces más pequeño que una supercomputadora de hace 20 años. Tan vertiginoso
ha sido el cambio tecnológico que avanza a un ritmo exponencial. Para millones
de jóvenes de América Latina, su celular le proporciona mucha más información
de la que disponía el Presidente de su país, hace 15 años. Las redes sociales,
y eso lo demostró la Primavera Árabe, tienen un poder de comunicación y de
convocatoria de extraordinaria magnitud.
La
expectativa de vida en el mundo se ha duplicado, y la humanidad ha reducido la
pobreza dramáticamente; solamente China sacó en los últimos 30 años a 700
millones de personas del umbral de la pobreza e India también hizo lo suyo.
Todo esto se logró con mejor tecnología y con acceso a recursos energéticos al
alcance de la gente. Cierto es que aún tenemos un gran lastre en materia de
agua potable y saneamiento, salud, educación, pobreza, desarrollo urbano, etc.,
pero comparados con el mundo de 1914, en plena primera guerra mundial, hoy
estamos mucho mejor como planeta. Aunque tampoco se debe desconocer que los
problemas del mundo de esa época eran locales (incluso aunque denominada guerra
mundial, se trató de una conflagración europea), la humanidad afronta hoy día
problemas globales, tal como el cambio climático. Y el calentamiento global es
consecuencia inequívoca del uso intensivo de una tecnología de combustión de
carbonos; luego la tecnología barata que permitió la movilidad de millones de
personas en automóviles, posibilitó la emisión de gases de efecto invernadero,
al igual que los procesos fabriles.
Lo
que podemos vislumbrar es que la innovación y la tecnología están en este
momento en un punto de despegue para dar un salto cuántico y llevar a la
humanidad hacia un horizonte de esplendor. Los tecnólogos nos hablan de que no
hay problemas que no se puedan solucionar y que de hecho, estas dificultades
son grandes oportunidades de crecimiento y de negocios, así como de desafío a
la ciencia. La energía solar es una prueba de ello; el sol irradia miles de
veces más energía al día que la que se consume en el planeta. Por otra parte el
costo de esta energía ha disminuido mil veces con relación a dos décadas atrás,
mientras que cada año se expande 30%. Visto así, no será muy tarde cuando el
sol mueva al mundo. Cabe agregar, que casualmente son los países pobres los que
tienen mayor exposición al sol y todos sabemos que la energía es lo fundamental
para acceder al desarrollo.
El
dilema es que la tecnología que hoy se está creando, sea escrupulosamente
respetuosa con el ambiente y además encuentre la manera de revertir la
contaminación y el cambio climático. Suena utópico a los oídos de los
escépticos, pero es así. Ahora bien, no hay que cejar en el empeño de cambiar
el patrón energético actual. ¿Cómo queda Venezuela allí?
Caracas,
7 de Noviembre de 2014
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