Por ANGEL OROPEZA -
feb 14, 2015
@AngelOropeza182
Si
la buena vida y las delicias del poder y las riquezas no hicieran más
soportables las tensiones y el stress, uno casi que pudiera sentir lástima por
nuestros amigos del madurocabellismo. Porque el drama al que se enfrentan no
es, ciertamente, nada fácil.
Los
últimos estudios arrojan que, en promedio, más del 80% de los venezolanos
considera que el país marcha por mal camino. Además, 7 de cada 10 venezolanos
duda de la capacidad de Maduro para resolver los problemas actuales del país.
Para colmo, hay un terremoto de transiciones de lealtades políticas a lo
interno del mundo oficialista.
Ante
la realidad inocultable de una Venezuela que se cae literalmente a pedazos,
¿cómo hace el gobierno para explicar a los suyos la tragedia que vivimos, ya
que no funciona ni negarla ni esconderla? Pues bien, sólo hay 2 explicaciones
posibles:
Una,
que el modelo económico-político militarista implosionó, lo que implica
reconocer que el “legado” del expresidente Chávez fue sólo una sarta delirante
de errores, disfrazados por un manto de gastados clichés, y que se sostuvo sólo
por unos precios del petróleo artificialmente altos. En otras palabras, un
modelo que estaba condenado al fracaso por su inviabilidad estructural, y que
sólo sirvió para labrar grandes fortunas a unos pocos y someter a la población
a un proceso de empobrecimiento inédito. Baste sólo recordar que según la
Encuesta Social 2014 realizada por la UCAB, la UCV y la USB, la pobreza en
Venezuela alcanzó ya al 48,4% de los hogares. Además, de los 3.5 millones de
hogares que para 2014 estaban en condición de pobreza, un 33% corresponde a
“nuevos pobres”.
La
segunda explicación, ya que la primera –aunque correcta- no se puede aceptar
sin correr el riesgo de renunciar a la fuente originaria de fortunas y poder,
es recurrir a la tesis de que el gobierno es víctima de una conspiración, esta
vez titulada “la guerra económica”, que viene a ser pariente cercana de la ya
prostituida “guerra psicológica”, prima de los interminables “magnicidios”, y
familia de la ya gastada teoría de las conspiraciones y conjuros.
Pero,
¿cuál es el problema que enfrentan nuestros burócratas con la segunda
explicación? Pues sencillamente que casi nadie les cree. Según Delphos (enero),
poco más de 80% de los venezolanos cree que la principal causa de lo que vive
el país no es una guerra económica, sino la mala administración de Maduro. Y
según Hercón (enero), sólo 9.5% de sus encuestados cree que Venezuela sufre de
tal “guerra económica”.
Era
entonces urgente hacer algo para que el cuento de la conspiración resultara
algo más creíble. Y, por supuesto, nada mejor para esto que acelerar la
radicalización, buscarse unos chivos expiatorios para mostrarlos como supuestos
responsables y, en consecuencia, aumentar la represión. De hecho, en lo que va de
2015 el gobierno ha anunciado la detención de más de 20 empresarios y gerentes
de distribuidoras. Además, si los venezolanos sufren escasez por culpa de los
acaparadores, bachaqueros y comerciantes inescrupulosos, la solución lógica al
problema, según la mentalidad primitiva del militarismo gobernante, es
endurecer las sanciones para mantener indefinidamente un modelo que no
funciona.
La
lección de Farmatodo y Día a Día, por citar sólo los ejemplos más conocidos, es
que el gobierno está dispuesto a lo que sea con tal que no le carguen la
factura de la escasez, y justificar el argumento risible de la “guerra
económica”.
Lamentablemente,
lo cierto es que la crisis se va a agravar, Y frente a ello, el gobierno parece
convencido que la única esperanza de la permanencia de la revolución es
acelerando la polarización y dividiendo el país en dos: los que todavía se cree
que pueden ser seducidos, y los que se busca doblegar por el miedo. El
radicalismo político es así necesario para acompañar al radicalismo económico,
y ambos surgen de la necesidad, casi existencial, de hacer creíble que el
“legado” no es un fraude.
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