Fernando Mires 15
de febrero de 2015
No
hablaremos esta vez de las monedas de Monedero y en su lugar nos haremos
preguntas más serias: ¿Por qué apareció Podemos? O mejor, ¿de dónde viene su
éxito? Porque nuevos grupos con aspiraciones políticas se forman todos los días
y casi siempre fracasan.
Partiendo
de lo simple: el éxito en política es numérico. Mientras a más representas,
mayor será tu éxito. Luego, para tener éxito debes operar sobre lo que los
politólogos llaman “un campo vacío de representación”. Y no por jugar con
palabras, hemos de convenir en que un campo de representación está vacío cuando
ha sido vaciado. Por lo mismo, un campo vacío y vaciado tiene que ver con los
que más pierden con el ascenso de Podemos. Y esos –que duda cabe- son los
socialistas, el PSOE.
Mientras
más grande Podemos más chico será PSOE. Hecho matemáticamente demostrable. Sume
usted los votos que las encuestas asignan a Podemos con los últimos obtenidos
por PSOE y resulta casi la misma cantidad obtenida solo por el PSOE, en los
tiempos de Felipe Gonzáles. Por lo tanto si operamos con los criterios
izquierda – derecha, podemos decir que las tendencias políticas españolas no
han cambiado casi nada desde 1982. Solo hay más partidos. La relación se
mantiene. Ese fenómeno, por lo demás, no es nuevo. En Alemania ocurrió, hace ya
tiempo, algo parecido a lo que ocurre hoy en España.
Según
estudios electorales alemanes, cuando apareció Die Linke (La Izquierda) en
2007, heredero de SED de la RDA, tuvo un comienzo espectacular muy similar al
de Podemos. Pero sumando los votos SPD (socialdemocracia) y los de Die Linke
nunca lograron superar en conjunto a lo que obtenía la SPD por sí sola en
tiempos de Willy Brandt. Lo mismo que hoy en España, las tendencias se
mantienen pero con dos partidos de izquierda en vez de uno. Hoy Die Linke es un
partido más del establishment. Sucede igual en Grecia en la relación Syriza -
PASOK. No así en Francia, donde el proceso es más complejo (y más peligroso)
pues el Frente Nacional atrae no solo a la derecha sino, además, a mucha gente
que ayer votaba socialista o comunista.
¿Proviene
el éxito de Podemos de un resultado de su oferta política o del descenso del
PSOE? La hipótesis más lógica es la segunda pues ya antes de que apareciera
Podemos la votación PSOE venía bajando notablemente.
Recordemos:
Fue en España donde apareció el movimiento de Los Indignados (2011) dirigido en
contra de toda la clase política a la cual Podemos bautizó después como “la
casta”. Los indignados eran, en estricto sentido, el movimiento de los no
representados quienes al estar en contra del PP, votaban -aunque cada vez menos- casi por inercia por
PSOE. Podemos llenó entonces el vacío producido por el declive del PSOE.
Entonces la conclusión es la siguiente: no fue el aparecimiento de Podemos la
razón que lleva al declive del PSOE, sino al revés: el declive del PSOE llevó
al aparecimiento de Podemos.
PSOE
es (¿o era?) un partido clásico de la “sociedad industrial”. Pero en la
escena post-industrial, que es la que
estamos viviendo, ha aparecido una multiplicidad de actores sociales sin
representación política ante cuyas demandas los socialistas no saben como
responder. No me refiero solo a los “parados” sino a ese ejército laboral que
vive de oficios transitorios, trabajos a la negra, profesionales sin ocupación
fija, taxistas con título académico, estudiantes radicalizados y un sin fin de
mini- trabajos en el sector servicios, sin contar actividades que tienen lugar
al margen de la ley, llevada a cabo por seres a los que nadie saca de las
sombras (solo aparecen en algunas
películas de Almodóvar). No pocos de ellos se sienten, con razón, mal
tratados e indignados. ¿Qué representa para ellos Podemos? ¿Una esperanza?
(Iglesias: “somos la esperanza”). Tal vez.
¿Esperanza
frente a la irrupción de algo nuevo? Si
es así, la crítica a Podemos pasaría por dilucidar si su oferta es realmente
nueva. Eso es precisamente lo que no está muy claro pues si analizamos el
discurso de Podemos con cierta detención veremos que la fascinación que ejerce
no reside en su novedad sino más bien en todo lo contrario. Podemos, en efecto,
reactiva paradigmas anidados –diría C.
G. Jung– en las profundidades más oscuras del inconsciente colectivo español.
Cada
vez que Pablo Iglesias habla, desenrolla teorías que cualquier socialista
antiguo podría suscribir sin problemas: repartición igualitaria del ingreso,
protección estatal a los menos favorecidos, impulso a la demanda, aumento del
salario mínimo, etc. matizadas todas con alguna frase tomada de Paul Krugman o
Thomas Piketty.
Iglesias,
al igual que los socialistas de hoy, nunca nombra a la sociedad futura y apenas
habla de socialismo. El suyo es un mensaje neo-keynesiano envuelto en ropaje
político gramsciano, matizado con frases heroicas de revoluciones ya muertas.
En fin, Iglesias no se presenta como alternativa frente a la socialdemocracia
sino como un mejor socialdemócrata. Ahí no hay nada post-moderno como han
creído ver algunos comentadores.
El
discurso pronunciado por Iglesias en la Puerta del Sol (02. 2015) tampoco tuvo
nada de post-moderno. Todo lo contrario: fue en el estilo, en la forma y en el
contenido, arcaico, incluso conservador. Pocas veces, por ejemplo, se ha
escuchado a un político de la era post-Franco mencionar tanto a la palabra
“patria”. Ahí la intención parece ser evidente: Podemos intenta oponer en
contra del tema de las autonomías, el de una España unida y arrebatar al PP el
monopolio sobre el discurso de la nación para convertirse en un “partido
transversal” siguiendo el lema: “no somos ni de izquierda ni de derecha; somos
de abajo”. Ese punto es quizás lo más interesante del recién fundado partido.
Pero, por favor, no se nos diga que es nuevo. Tampoco es muy original: cuando
los Verdes alemanes aparecieron en la política oficial, hace más de treinta
años, lo hicieron siguiendo el lema: “ni izquierda ni derecha; hacia adelante”.
El de Podemos es solo una mala copia del lema de los Verdes.
Tampoco
las representaciones simbólicas de Podemos son nuevas. Pablo Iglesias, por
ejemplo, parece un personaje sacado de un congelador de los años sesenta. Su
pinta, su pelo, su modo de hablar es sesentista. En Alemania o Francia sería
visto como un fantasma. Pero en España no. La razón salta a los ojos. A
diferencia de Alemania o Francia, España nunca tuvo su 68 (Grecia tampoco).
Desde
la España franquista de los sesenta, los jóvenes miraban con envidia a las
rebeliones estudiantiles de Berlín, Frankfurt y París. Por eso los estudiantes
españoles adoptarían del sesentismo europeo solo sus formas e ideologías.
Algunos de esos estudiantes serían después profesores. No habiendo hecho una
revolución en las calles, intentaron hacerla en las aulas, pero no como estudiantes
sino como maestros. Sus alumnos, chavales obedientes como Iglesias y Monedero,
fueron formados en esa escuela. Después, como profesores, ellos repetirían las
mismas oraciones a sus alumnos: El mundo está dividido entre ricos y pobres,
los pobres padecen la maldad del imperio, el Tercer Mundo es la vanguardia de
la revolución (¡viva Chávez!), desde las aldeas tercermundistas la revolución
llegará a las metrópolis (España).
Si
hay lugares en donde existen castas sagradas –sé muy bien lo que digo– es en
algunas universidades. En ellas, académicos de cierto renombre e incluso de
grado menor, tienden, como si fueran señores feudales, a rodearse con séquitos
de fieles asistentes los que, después convertidos en maestros serán los
encargados de repartir sus grandes “verdades” por el mundo, independientemente
a que estas “verdades” no tengan nada que ver con la realidad
extra-universitaria. Lamentable es decirlo, pero hay universidades e institutos
de investigación social que no pasan de ser fábricas de ideologías superadas
por la historia.
Iglesias
y Monedero, entre otros, son miembros de la casta de los cientistas sociales de
la Complutense: portadores de atávicas ideologías, reaccionarios del saber,
pasadistas del presente. España es para ellos un simple campo de proyección
ideológica. ¿Será por eso que hablan tanto en contra de la casta política?
Probablemente es así: Ellos vienen de una casta.
La
esperanza es que en contacto con “las ardientes luces de lo público” (Arendt)
los de Podemos se descasten para convertirse en políticos de profesión y dejen
de ser así lo que han sido hasta ahora: zombis ideológicos de tiempos que se
fueron, románticos de una revolución que nunca hicieron ni nunca harán.
Las
incertidumbres desaparecerán recién en los próximos comicios electorales: las
Municipales de Mayo y las parlamentarias de Diciembre de 2015. Allí no solo
será decidido el destino de Podemos sino, además, el de la España que viene. No
obstante, aunque la palabra irreversibilidad debería ser erradicada de la política,
hay algo que parece ya haberse establecido sobre la realidad política española.
Me refiero al fin del bi-partidismo.
Mérito
o desgracia de Podemos: su tarea objetiva ha sido y es poner fin al
bi-partidismo de la era industrial. España, gracias a, o por culpa de, Podemos,
será un país con dos izquierdas. ¿Cuál izquierda se impondrá? ¿El padre (PSOE)
o el hijo (Podemos)? El tema no es edípico. Es cien por ciento político.
La,
hasta hace poco letárgica vida política española, será de ahora en adelante escenario
de vibrantes contiendas políticas. Eso es bueno para la política. Pero ¿será
bueno para España?
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