Escrito por Trino
Márquez (sociólogo) Jueves, 19 de Febrero de 2015
@trinomarquezc
La
paranoia de Nicolás Maduro ha aumentado continuamente desde que se adueñó del
poder con malas mañas en 2013. Cada cierto tiempo se saca de la manga un
intento de magnicidio,
un golpe de Estado o un plan para desestabilizar
su gobierno. Su tránsito por Cuba cuando era joven y estaba en pleno proceso de
formación fidelista dejaron su huella indeleble. El mayor de los Castro era un
maestro en el arte de inventar conjuras inexistentes. Cada vez que quería
destruir un adversario o encubrir alguno de sus cientos de errores, inventaba
una conspiración o un atentado del cual sería víctima. Esta práctica se la
transmitió a su pupilo Hugo Chávez a quien se le computaron casi dos decenas de
supuestos magnicidios de los cuales nunca hubo ninguna prueba. Las denuncias de
los complot estaban asociadas al inicio de una campaña electoral, la caída de
su popularidad o al hecho simple de que tenía dos semanas que no ocupaba el mayor centimetraje en la
prensa nacional. El narcisismo siempre era su fuente de inspiración.
En
el caso de Maduro la fuerza motora de sus desvaríos no es la egolatría, sino la
inseguridad. El miedo cerval que siente porque ve que la situación nacional se
le escapó de la mano. Gerver Torres lo dice en su impecable artículo ¿El golpe
avisa?, razones para que el mandatario se preocupe abundan. Ni siquiera su
entorno más inmediato lo valora. Comete demasiadas torpezas en lapsos muy
breves. No se da tregua.
Sus
más recientes desbarros han sido de antología. Lo han mostrado frente al mundo
como un ser intolerante, de una soberbia que no se corresponde con sus
ejecutorias, sin el menor sentido del humor, ni de la sindéresis. Es una
desmesura haber llamado a los representantes de las empresas españolas más
importantes que operan en el país –Repsol, Mapfre, Iberia, entre otras- para
pedirles (en realidad, amenazarlas) que intercedieran con la prensa española
para que detuvieran lo que él considera un hostigamiento planificado de los
medios de comunicación.
Maduro
no tiene ni la menor idea de lo que significa la libertad de prensa e
información en la España posterior a la muerte de Francisco Franco. Luego de
cuarenta años de una dictadura oscurantista como la que presidió El Caudillo
por la Gracia de Dios, la libertad de expresión se convirtió en uno de los valores
más arraigados de esa sociedad. El desaguisado fue tan grande que el ministro
de Industria y el Canciller abandonaron el melindre de las fórmulas diplomáticas para sentar en su sitio al
extraviado mandatario criollo. En España la prensa es un verdadero poder
independiente. No está sometido a las presiones del Gobierno, ni de la Corona.
La infanta Cristina y su esposo pueden dar fe de esta realidad. Maduro anda tan perdido que cree
que en la Madre Patria existe algo parecido al Cencoex (antiguo Cadivi).
El
Gobierno venezolano se ha convertido en el hazme reír de América Latina, pero
no solo por las razones que anota Jorge Giordani. Maduro se indigna con un
caricaturista colombiano que construye una metáfora de Venezuela a partir del
Escudo Nacional. ¿A cuál Presidente de la región se le ocurre liarse con un
humorista e inventar una campaña internacional de descrédito? A ninguno. Mal
que bien, la mayoría de los mandatarios se sienten seguros de sí mismos e
indestronables.
En
la línea de las bufonadas se inscribe el golpe de Estado con el Tucán. Los
venezolanos merecen fábulas mejor elaboradas, donde los buenos y los malos
estén delineados con rasgos más precisos. En gobiernos serios un cuartelazo lo
denuncia –con pruebas irrefutables- el Ministro del Interior, el de Información
o el de Defensa. Jamás el Presidente, figura considerada la última instancia.
Aquí la acusación la plantea el jefe del Estado quien transformó esa clase de
imputación en un acto burocrático rutinario más. Para colmo, obliga a la Fuerza
Armada –comandada por Vladimir Padrino López- a protagonizar un acto bochornoso
de apoyo al primer mandatario.
La
manía persecutoria y la vacilación con la que está ligada empujan a Maduro por
la senda del desastre. Hay que decirle que se cuide de Roy Chaderton cuya fama
en Latinoamérica no es muy buena que se diga. Las conspiraciones de la
ultraderecha mundial que vive ingeniando
para congraciarse con su jefe, solo contribuyen a derretir la imagen
internacional del gobernante venezolano.
A
Maduro conviene recordarle lo que decía su mentor: Águila no caza moscas.
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