Lorenzo Figallo Calzadilla, 19/11/2015
El cielo es el techo de la casa, lo demás son ventanas
abiertas totalmente. Las puertas no tienen cerrojos. De adentro todo se ve
hacia afuera y viceversa. La extraña intimidad del dueño está a la intemperie.
La esquina, el piso, la gente, los carros llenan el día. Ve a los transeúntes, intercambia
unas palabras, camina media cuadra, vuelve al rincón, recibe alguna caridad.
Quizá significa para él sentir cierta compañía, un rato de solidaridad. No sentirse
solo en el mundo. En otros momentos, la mayoría, percibe exclusión, abandono,
indiferencia. No tiene cobertura en lo absoluto de un mínimo de Seguridad
Social por parte del Estado nacional.
Sin radio ni televisión observa cotidianamente la
realidad. A veces es costurero.Desgastada la ropa por el paso del tiempo, cose
y arregla su vestimenta. A lo mejor también querrá coser su vida de nuevo,
rehacerla, iniciarla. ¿Cuándo pasó todo? ¿Cómo se construyó? ¿Por qué fue
abandonado? ¿Hubo familia? ¿Alguna
institución?
De noche la fluida y concurrida callees solitaria. La
ciudad siemprepoco amable apaga sus luces casi en su totalidad. Unos cartones
sobre el cuerpo y a dormir en su cuarto, un escondite entre matas un poco más
allá de la avenida principal. Los sueños también son libres, ¿a dónde lo
llevarán?
Sin zapatos las plantas de sus piesse convirtieron en
una suela. Pasa todo el día sentado en
el mismo lugar del asfalto empedrado y roto. Me pregunto, ¿cuál sitio de su gran casa seráeste sitio en su imaginación?
Hoy lee profundamente, me llama la atención su
abstracción. Se encuentra absorto. Está verdaderamente sumergido en la lectura.
En ese preciso momento no le interesan los viandantes o las monedas. La
necesidad pasó a un segundo plano. ¿Qué noticia le habrá llamado tanto la
atención? Está enfrascado en el centro del periódico.En la portada hay un largo
título que dice, “Ha aumentado la pobreza, desempleo, escasez de alimentos, ausencia
de medicinas, hambre, inseguridad personal”.
De una camioneta grande se baja una persona con ropa
reluciente, está entregando propaganda. Es un hombre del gobierno, un alto
funcionario. Estamos en tiempos electorales, ahora quiere ser diputado a la
Asamblea Nacional. Fue ministro “socialista” y está en campaña. Nos da un
panfleto a cada uno, él en el piso, yo de pie. “Acabaré con la pobreza y
generaré empleo” indica la publicidad.
Desde el suelo, en medio de su orfandad social me
clava los ojos, también lo miro, me dice, “con toda seguridad te encuentrasen mejor
situación que la mía, pero créeme,estás en lo mismo que yo: intentando sobrevivir
en este desastre de revolución”.
Quedé anonadado con su reflexión. Me impactó. ¿Qué
capacidad? Además de analizar con esas palabras su desamparo con respecto a
Seguridad Social y abandono por parte del modelo XXI, fue capaz de ver mi propia
circunstancia, el dolor que me acompaña, la inquietud abrasadora, la angustia
turbadora, los brincos laborales y el intento permanente de subsistencia
económica.
Por ese lugar paso todos los días de mi vida, él
siempre me ve y por momentos hemos hablado, pero la lectura que me hizo es una
clase magistral de la calle. Sin duda desde allí observa y evalúa el drama de
la sociedad entera. Una devastación oprobiosa ha ocurrido desde Miraflores.
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