Ángel Oropeza17 noviembre 2015
A confesión
de partes –dicen los abogados– relevo de pruebas. Y no ha habido confesión más
palmaria y reveladora en los últimos días que la que viene realizando el
madurocabellismo en actitud mendigante ante sus todavía seguidores, pidiéndoles
desesperadamente “lealtad” para con ellos y su desastrosa administración. Este
último fin de semana, y por enésima vez, el actual presidente volvió a rogar al
pueblo oficialista “confundido” que “no lo abandonen”.
En las
democracias populares modernas, los gobiernos existen –por encima de cualquier
otra consideración– para manejar los recursos disponibles con miras a resolver
las múltiples demandas y necesidades de la población, administrar sus
diferencias, y garantizar la paz, la libertad y la justicia para todos. El
gobierno está al servicio del pueblo, y nunca al revés. Por el contrario, en
las concepciones fascistas de dominación, el Estado-gobierno ocupa la primacía
de la pirámide social, y por tanto se sirve de las personas, antes que
servirlas a ellas. En los primeros, la gente pide resultados y los gobiernos se
esmeran en rendir cuentas. En los segundos, los burócratas les exigen “lealtad”
a los ciudadanos, porque se sienten dueños y superiores a ellos.
La
trampa de exigir “prelealtades” hacia el establishment gobernante es un intento
de eludir la responsabilidad que
realmente importa, que es la de ser ellos leales a su deber de resolver
los problemas concretos de la gente. Pero, además, busca alejar el debate
político del terreno racional de exigencia de resultados y demanda de obras
concretas, y migrarlo engañosamente al campo gaseoso de los afectos intangibles
y de las lealtades etéreas. Así, la discusión se aparta de la evaluación y
escrutinio del desempeño real del gobierno –tal como ocurre en los sistemas
democráticos modernos– y se centra en la cuestión primitiva y típicamente
bananera sobre las intenciones de quien gobierna, no importa si su desempeño es
deplorable y ruin.
Los
pueblos inteligentes no caen en la trampa de las “lealtades” ciegas a
burócratas de turno, porque entienden que la primera lealtad debe ser hacia
ellos mismos y sus familias. Por eso la pregunta, de cara al próximo 6-D, no es
a quién escojo entre las diferentes tarjetas electorales, sino a quién escojo
entre Maduro y yo. Dicho de otra forma, la pregunta es si me conviene que siga
el actual estado de caos: delincuencia siempre al acecho, alimentos caros y
escasos, salud y educación en el suelo, colas humillantes para conseguir
cualquier cosa, empleos de mala calidad, sueldos que no alcanzan,
intranquilidad y angustia. No se trata de escoger desde afuera, como quien
apuesta externamente en una contienda de boxeo, sino de entender que la
decisión tiene implicaciones personales graves. Es escoger entre lo que le
conviene más a Maduro y a Cabello, o lo que le conviene más a mi familia.
Una
última palabra a los hermanos seguidores del poschavismo, a quienes la actual
clase gobiernera busca manipular constantemente con el jueguito de las
lealtades, las traiciones y demás ridiculeces. Pocas cosas son tan convenientes
para un mal gobierno como que la gente permita convertir la política en un
asunto de fe, de afectos prehechos y de lealtades impermeables a la exigencia
de resultados. Es el paso buscado de transformar ciudadanos críticos en un
rebaño adormecido y manso. Respétense a sí mismos, y no lo permitan.
Los
millonarios del gobierno gritan y repiten que aquí lo único que importa son
ellos y su placentera vida de poder, corrupción y riqueza. Ruegan lealtad para
con sus chequeras, y que nos los abandonen, que ellos están viviendo muy bien.
Usted, desde su penuria particular, piense que así no debería ser, que lo
importante es usted, es su familia, es el país, y no la fortuna de los
mandatarios de turno. Y piense también que el cambio de rumbo está en sus
manos. Solo depende de usted, no de los gritos narcisistas e interesados de
quienes disfrutan con una crisis que solo les beneficia a ellos.
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