Por Carlos Raúl Hernández16 noviembre 2015
Las
perspectivas de Latinoamérica cambian y el zombi se repliega desesperado por la
escasez de cerebro fresco. Eso permite comprender la Carta de Luís Almagro,
impensable en la gatopardiana etapa de Insulza, no solo por diferencias
temperamentales entre ambos, sino por la recidiva en la utopía revolucionaria.
La Secretaría General de la OEA es un cargo administrativo, cuyo ejercicio debe
someterse a los dictámenes de la hegemonía política en la región. Eso cambia
relativamente cuando lo ocupa el expresidente de algún país, lo que le da
relativa autonomía, aunque el peso de la mayoría accionaria es una realidad
ineludible para cualquier CEO. Con las pistolas de Lula o Dilma Rousseff,
Néstor o Cristina Kirchner y Hugo Chávez artilladas en la sien, era poco lo que
podía intentar Insulza, que además divagaba regresar bendecido a Chile a hacer
la carrera presidencial.
El
señor temblaba ante las arbitrariedades de esos tres gobiernos, que tenían casi
unanimidad en la OEA, por la tradicional inhibición de un factor de poder,
México, potencial contrapeso. Las pocas veces que se le ocurrió jugar a la
respondona, Chávez lo fulminó. Por el contrario, cuando Rómulo Betancourt fue
presidente de Venezuela, la solidez de su liderazgo continental le permitió
botar a Fidel Castro por desestabilizar las democracias nacientes. La gestión
de Almagro coincide con el derrumbe de Alba, a la que vieron salir de un
cabaret flaca, fané, descangayada. Hay un vacío de poder que
anuncia movimiento de péndulo con lo que la rosa de los vientos de Unasur
podría indicar la democracia y la apertura económica. Las acciones de Macri
suben para el triunfo en Argentina, país que no logra salir del foso donde lo
metió hace 70 años el monstruo bicéfalo Perón-Evita.
La
maldición gitana
Nunca
más el país levantó la cabeza desde esa maldición faraónica, porque todos los
que vinieron después, salvo Menem, fueron más o menos tan populistas e
irresponsables como la dupla. Con Menem el país comenzó a recuperarse pero
luego De la Rúa, una especie de Caldera argentino, desmontó las reformas
económicas para lanzar el país en manos del kirchnerato. Dilma
Rousseff, aferrada al poder, para agonizar su período, tiene que apurarse la
cicuta de su soberbia, vade retro de ese
izquierdismo ojeroso y enfrentar la quimioterapia a la tremenda metástasis de
corrupción que ha puesto en peligro el éxito de Brasil en los últimos 25 años.
El PT, como todos aquellos que quieren hacer del mundo un paraíso, terminó por
sembrar las instituciones de toda suerte de bellaquerías, incompetencia,
felonías y delitos mayores. En la prosperidad a nadie le importaba, pero con el
mugido de las vacas flacas si.
No hay
piedra que se levante en el PT de la que no salga una alimaña corriendo.
Venezuela retrocede día a día en medio de atropellos, algarabías, errores, y
una incomprensible tozudez para rectificar, que parece no tener explicación racional.
Como si escogieran asesores entre sus peores enemigos, o al brontosaurio de
Fidel Castro. Jamás se sabe de un gobierno que conscientemente, en medio de
llamados de alerta de todas partes, elija arrojarse al volcán, cuando hubiera
podido comportarse con normalidad para el aplauso. ¿Tienen que inmolarse todos?
Las elecciones parlamentarias son la frontera entre el país y la desesperación
y parece inmancable que con ellas comiencen los cambios para restaurar la
democracia. La Carta de Luís Almagro es un acontecimiento de consecuencias
bendecibles en el actual proceso de elecciones parlamentarias.
La
concordia gana
Indica
que la estrategia y el lenguaje democrático que la Unidad se ha impuesto, en
contraste con la jerga brutal de varios actores, dan frutos y despertaron grave
preocupación en el más importante de los organismos multilaterales de la
región. La estrategia pacífica, democrática, electoral y constitucional hace
mella hacia afuera y hacia dentro del país y ha provocado un estremecimiento
político. Deja ver en todas partes que en Venezuela existe una alternativa
confiable al caos y no un nuevo rostro de ese caos. Los estertores revelan que
en cualquier circunstancia la fiesta de la razón (Valentina Maninat dixit)
está en marcha. Su victoria masiva y contundente generará un cambio pacífico y
democrático, sin traumas innecesarios como es deseable. Pero la libélula vaga
de una vaga ilusión que pretende dar base por bolas a los resultados
electorales y llamar una ilusoria junta cívico militar no es ordinaria, ni de
aceptación pasiva por la comunidad internacional.
Decenas
de acuerdos firmados por Venezuela, entre ellos la Carta Democrática, lo
impiden. Se equivocan quienes piensan que un madrugonazo impediría cambio. Lo
ocurrido hace que, más que nunca debemos afinar el llamado a la conciliación y
a votar porque es el único instrumento deseable para quienes se proponen una
sociedad democrática. La decisión de luchar con los mecanismos constitucionales
es lo que ha desencadenado este remezón político. Otra cosa sería si fueran dos
manadas de desadaptados insultándose y jugando a la guerra. La revolución se ha
mantenido en el poder porque el mundo la vio cómo un Gobierno electo, al que
querían derrocar por la fuerza. Hoy inexplicablemente quienes se protegieron
con ese escudo renuncian a él al declarar que ignorarían la voluntad
mayoritaria.
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