Por Víctor Bolívar, 02/11/2015
A tan sólo 41 días de las votaciones para elegir a los nuevos
representantes de la Asamblea Nacional, la desesperanza y la impotencia
embargan el alma de muchos venezolanos. Sinceramente, no los culpo. No podría
decirle a esos venezolanos afligidos que no hay razones de sobra para sentir
que estamos frente a un gobierno que maneja a su antojo las leyes e
instituciones y que la gente decente que se atreve a enfrentarlo o tan sólo a
opinar, termina con alguna investigación, en la cárcel o en el exilio, porque
esto es una realidad. Sin embargo, afortunadamente la política es mucho más
compleja que esa realidad.
Pensemos por un instante en Chile a finales de los 80, tiempo en el que
se desarrollaba la campaña electoral de un plebiscito en el que el electorado tenía
dos opciones: el “sí” para permitir la continuidad en el poder del dictador
Augusto Pinochet, o el “no” para negar esa posibilidad y convocar a elecciones
para elegir democráticamente un nuevo presidente. Las noticias de aquél momento
reflejaban la constante denuncia y angustia de los partidos opositores al
régimen, denuncias que iban desde la desventaja en la condiciones en las que se
celebrarían las elecciones: abuso de poder, uso de recursos públicos en la
campaña, militares ejerciendo funciones electorales; hasta denuncias de
magnicidios sospechosamente convenientes para el gobierno, persecuciones,
encarcelamiento de dirigentes opositores y desapariciones.
Ante todo ese panorama desolador, en el que habría sido lógico
preguntarse ¿para qué votar? los partidos políticos de oposición a pesar del
ventajismo abusivo del gobierno, vieron la oportunidad para iniciar un cambio
político en el país, se agruparon en una coalición que incluía a las más
distintas tendencias políticas, usaron de logo un arcoíris que representaba la
diversidad de partidos y el slogan “Chile la alegría ya viene”, logrando el
triunfo de la opción “no” y la transición al país democrático que conocemos hoy
día. Por supuesto, toda esa historia no es así de corta, hubo avances y retrocesos,
momentos muy difíciles, tensiones entre los partidos opositores, discusiones
agresivas, pero el resultado final fue ese: el cambio político.
Este 6 de diciembre los venezolanos tenemos una oportunidad de oro para
cambiar la situación de un país en el que la inseguridad, la escasez y la
corrupción dejaron de ser noticia para convertirse en parte de la vida diaria.
Seguramente algunos argumentarán en contrario, que aunque la alternativa
democrática gane las elecciones, el gobierno seguirá siendo el mismo, la Fuerza
Armada y el TSJ seguirán en manos del gobierno y tienen toda la razón, sin
embargo, una nueva Asamblea Nacional significará el bautizo de una nueva forma
de hacer política en Venezuela.
Una Asamblea Nacional en manos de la alternativa democrática se
traducirá en un conjunto de diputados que velarán porque los recursos lleguen a
todos los estados y municipios del país (CRBV. Art. 187.16); discutirán y
aprobarán el presupuesto nacional de acuerdo con los intereses de los
venezolanos (CRBV. Art 187.6) lo que marcaría el fin de la administración
arbitraria de los recursos de acuerdo a los intereses mezquinos del grupito en
el poder; si en el mejor de los casos se lograra (que es posible) ganar las 3/5
partes de la Asamblea Nacional, los diputados podrán vetar al Vicepresidente y
a los Ministros e incluso destituirlos, lo que significaría por ejemplo, que
más nunca ocuparía la cabeza de un ministerio alguien que haya dicho que la
gente tiene que seguir siendo pobre porque si superan la pobreza y llegan a la
clase media se volverían opositores; podrían los nuevos diputados decretar
amnistías (CRBV. Art 187.5) con las que liberarían a Leopoldo López y a todos
aquellos quienes están presos por cometer el “delito” de pensar distinto; los
nuevos diputados podrían dejar de autorizar los contratos leoninos (CRBV.
Art.187.9) que sólo en interés del grupito ligado al gobierno se están
celebrando con entidades extranjeras a costa de los recursos de todos los
venezolanos; las Comisiones parlamentarias y la presidencia de la Asamblea
Nacional estaría presidida por diputados que deberán desde sus curules
representar al pueblo y no seguir ciegamente instrucciones (CRBV. Art. 201) de
quienes visten uniformes verdes sin pertenecer dignamente a quienes tienen el deber
de resguardarnos.
Son innumerables los cambios que podrían lograrse con una nueva
Asamblea Nacional plural, donde las cosas se discutan de acuerdo a los
intereses de todos los sectores y no de un grupito. Esto iniciaría una nueva
etapa en la que las fuerzas políticas dentro de las instituciones empezarían a
reflejar las mismas proporciones que ya desde hace unos años se sienten en la
calle. Vendrán tiempos de cambio, y el partido oficial acostumbrado a dar
órdenes tendrá que acostumbrarse a conciliar sino quiere desaparecer de la
escena política. Los líderes tendrán que sentarse sin complejos a discutir y
resolver los problemas reales del país, independientemente de si piensen
distintos o no. Es en estas condiciones en las que la alternativa democrática
tiene todas las de ganar y el gobierno todas las de perder, por eso yo votaría
este 6 de diciembre.
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