Por Piero Trepiccione
A cualquiera de nosotros nos
ha ocurrido “padecer” un fenómeno que pareciera multiplicarse en los últimos
meses: el cierre de vías por parte de las comunidades.Es algo que hace
perder tiempo tanto a quienes lo promueven y realizan porque tienen que durar
horas y horas haciéndolo, como a quienes transitan con sus vehículos por dichas
vías y deben esperar largas horas para continuar su camino y su planificación
maltrecha de la jornada de trabajo. No hay lugar del territorio nacional
que escape a esta dura realidad. Las protestas que motivan los cierres de
vías están soportadas en necesidad de alimentos, inseguridad, problemas con
servicios públicos y últimamente, la causa mayor proviene debido a las
deficiencias en la distribución del gas en el ámbito comunitario. En resumidas
cuentas, dificultades y enorme lentitud en las respuestas del Estado frente a
las demandas ciudadanas que estimulan los mecanismos de presión que se tengan a
la mano para poder obtener prontamente las soluciones requeridas por las
comunidades.
Además de esta
sintomatología que afecta a la ciudadanía a diario nos encontramos con un
Estado incapaz de controlar el nuevo fenómeno que socava y destruye la
convivencia ciudadana: las mafias, organizadas para controlar la
distribución de cemento, alimentos, cabillas, entre otros rubros y que han
sustituido la “autoridad” del Estado en pequeños reductos generando especies de
“autogobiernos” con sus propias dinámicas y leyes de funcionamiento. Si a esto
le sumamos los niveles de legitimidad de las autoridades y del propio
presidente de la República el resultado no podría ser más delicado y
peligroso: un Estado débil.
Estamos actualmente en
presencia de una pérdida considerable de la autoridad estatal algo que preocupa
realmente por las implicaciones que esto pueda tener a mediano y a largo plazo.
La democracia se soporta fundamentalmente sobre la legitimidad y la autoridad.
Estos dos conceptos en la Venezuela actual están profundamente deteriorados. El
Estado se muestra muy débil en su capacidad de respuesta a las demandas de la
ciudadanía y por ende, la temperatura social crece aceleradamente con
repercusiones que impactan sobremanera la cotidianidad. Este debilitamiento del
Estado trae consecuencias no solo para quienes ostentan las funciones públicas
sino también para el resto de la sociedad. Un Estado débil es incapaz de
garantizar adecuadamente los niveles de convivencia democrática necesarios.
Apostar a la profundización del debilitamiento institucional es una forma de
jugar con candela en un cuarto lleno de combustibles. Es altamente necesario
revertir esta tendencia tan negativa para la ciudadanía y para el futuro
inmediato.
En medio de un Estado débil,
se ha abierto un proceso de diálogo con muchas dificultades. Los actores
involucrados en el mismo no han bajado un ápice el tono discursivo ofensivo.
Las acciones institucionales promovidas desde el Estado han tomado un camino
sectario y de clara inclinación partidista. Es decir, pocas cosas se han visto
cambiar o mejorar a partir de la intervención vaticana y de los expresidentes
comprometidos con la mediación internacional. Al contrario, el tono agrio
parece ser la constante. En medio de todo esto, el debilitamiento de la
autoridad del Estado sigue creciendo peligrosamente. Hay que atender la
recomendación que el sacerdote Armando Janssens fundador del grupo social Cesap
hace en un reciente artículo “no te enerves, mantén la cabeza fría” …”no te
enganches tan fácil, guarda el equilibrio, mantén tu cabeza fría” si nos
dejamos llevar por las emociones y los sentimientos, la desesperación será la
gran protagonista de estos tiempos y si juntamos la fórmula desesperación más
un Estado débil los resultados pueden llegar a ser los más explosivos de
nuestra historia republicana. Por tanto, la sociedad entera y el liderazgo
político deben trascender las emociones y pensar más con la cabeza fría. Las
posibilidades que ofrece Venezuela como nación y como territorio son infinitas.
Ahogarnos en un vaso de agua en estos momentos no muestra la grandeza de
nuestro pueblo. Si es cierto, tenemos un Estado muy débil en la actualidad,
pero a la par tenemos una sociedad que nos demuestra en los diferentes estudios
de opinión que hemos podido visualizar en las últimas semanas, su capacidad de
aislar a los violentos y a quienes promueven salidas no apegadas a la
constitución. Más del noventa y cuatro por ciento del país quiere una solución
dialogada y en paz. Frente a ello, quienes crean que pueden chantajearnos
amenazándonos con violencia si no nos apegamos a sus criterios políticos, están
absolutamente fuera de foco. Si, el Estado es débil, pero la sociedad se ha
hecho fuerte en medio de las dificultades del presente.
21-11-16
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