David Alejandro Malavé 01 de mayo de 2020
@DiaspVenezolana
La
historia del neurocirujano Pedro Marín, inmigrante venezolano en España.
Otro
médico venezolano, fallece en España en la lucha contra el Coronavirus.
Se
trata del Dr. Pedro Marín, un hombre notable, ejemplar médico y padre de
familia, quien entregó su vida en esta lucha por ayudar a los que sufren la
pandemia por el COVID19. Deja a su esposa, médico obstetra y a dos hijos
pequeños.
Tuve
el privilegio de conocer al Dr. Marín y puedo dar cuenta de su calidad humana y
su valentía ante las adversidades de la vida. Lo conocí en las más insólitas
circunstancias, trabajando como cocinero en el restaurant “La Candelita”, que
por años llevaron la hija de mi esposa y sus socios en el céntrico barrio de
Chueca.
Pedro
Marín a diferencia de muchos emigrantes, llegó a España con papeles y
ciudadanía, puesto que su padre era nativo de Jaén. Contaba con la ciudadanía
europea, sin embargo, no con los medios para sostener una vida cómoda.
Sus
ahorros y trabajo se los habían devorado la hiperinflación que por años ha
padecido Venezuela. Como muchos de nosotros, un día se cansó de la inseguridad
económica y personal que nos ha traído la desgracia llamada socialismo del siglo
XXI, y aprovechando el pasaporte obsequio de sus ancestros y pensando en un
mejor futuro para sus hijos, decidió venirse a probar suerte con su familia.
También
como a todos los que emigramos, le tocó la dura realidad de descubrir, que
papeles o no en mano, cuando te trasplantas a otra sociedad, pierdes todo tu
mundo de relaciones y debes abrirte paso desde muy abajo.
El
título de médico y tus especialidades, no tienen el mismo valor que en tu país
de origen donde estudiaste, y primero están los que han nacido y hecho su vida
aquí y luego los recién llegados. Es decir una cosa es ser europeo, otra contar
con papeles de el viejo continente.
La
corta vida de Pedro, es asombrosa y digna de admiración. Para poder alimentar a
su familia, y cuidar de sus hijos hizo de todo: trabajó recogiendo cosechas de
frutas, llegó a montarse en un camión lleno de inmigrantes indocumentados para
trabajar limpiando campos en Segovia o La Mancha, para la siembra de trigo, lo
que fuera por dar de comer a sus hijos, porque también formaba parte de su
herencia familiar la noción de que jamás trabajo alguno es indigno, sino
siempre un camino de elevación, de transformación.
Como
muchos médicos, le encantaba el buen comer y en Venezuela había hecho cursos de
vinos, gastronomía y cocina. Un día se animó a pedirle a nuestro chef en “La
Candelita”, Manuel López, que le dejara probar a ver si servía en la cocina y
tuvo suerte porque contaba con el talento y la constancia para el duro trabajo
de una cocina para el público (Yo que amo cocinar, sé muy bien que no es lo
mismo hacerlo en casa para familia y amigos que para un público en
restaurante).
Mientras
trabajaba desde temprano hasta altas
horas de la noche, seguía paciente y tercamente insistiendo en conseguir un
puesto como médico, abriéndose paso en
la jungla burocrática del sistema de salud español y tanto insistió que le
contrataron en el hospital de Úbeda, en la provincia de Jaén, de donde era su
padre, pero no como el neurocirujano que había sido en Venezuela, sino como
médico de emergencia, es decir “un
soldado raso¨, un recién graduado encargado de recibir y filtrar las
emergencias para luego presentarlas a los especialistas de jerarquía.
No
titubeó, aceptó con humildad lo que la suerte le deparaba pues si bien amaba la
cocina, su pasión era la medicina, y también el puesto le abría mejores
expectativas de ingresos y estabilidad para su familia.
Al
poco tiempo de trabajar, creo que no habían pasado ni quince días nos llamó de
Jaén, para contarnos que el servicio de Cirugía luego de constatar sus
habilidades y pericia lo tomaba en su plantilla, y que ya le habían puesto el
ojo como neuro cirujano en la provincia andaluza.
Pedro
fue poco a poco progresando dentro de la estructura hospitalaria, y con mucho
esfuerzo esperaba volver a ser lo que había sido en Venezuela. Y nos llegó la
peste del coronavirus, lo que muchos alertábamos como una terrible pandemia,
pero la soberbia las autoridades se empeñaban en disminuir, obnubilados como
han estado por complacer compromisos ideológicos.
Por
supuesto, Pedro salió de inmediato a sumarse a las filas de quienes en primera
línea enfrentaron al Coronavirus, cuando todavía se empeñaban los poderosos en
calificarla como una “simple gripecita” que si acaso tendría una incidencia de
unos dos casos en España.
Pedro
fue al frente sin saber con que nos enfrentábamos porque China no informó bien
y/o ocultó información, o la tergiversó, porque la OMS no aceptó los reportes
de la transmisión persona a persona que hizo Taiwan, o porque lo importante era
la imagen de China como país con una excelente gerencia de los problemas de
salud.
Sin
embargo, Pedro fue al frente, sin un equipo de protección adecuado, sin las
mascarillas adecuadas, sin las lentes de protección, con una simple bata y
mascarilla de papel, pero sabiendo que su deber y juramento hipocrático le
obligaban a atender a todo el que sufre y pide ayuda, mientras los vivos y
enchufados que en todos lados abundan hacen negocio y dinero con la compra de
insumos, equipos de protección y pruebas diagnósticas.
El
final trágico de esta historia, es que Pedro enfermó, no sabemos si tuvo la
mala suerte de estar en el porcentaje que hace la forma extrema de la
enfermedad o si fue demasiada la carga viral que contrajo por falta de adecuada
protección. Lo cierto es que Pedro, hoy es cadáver, uno más de los ya casi 25
mil que se han contado oficialmente en España, dejando fuera a un montón de
ancianos que han fallecido en residencias y ancianatos, sin ser computados como
tales porque no se les hizo prueba de COVID19 ( todo el que sabe algo de
epidemiología entiende han muerto por la pandemia y como tal deben ser
registrados, pero los números hay que maquillarlos).
Pedro
se fue, dejando a su esposa y dos pequeños hijos, y un vacío en el hospital en
el cual trabajaba, porque los neurocirujanos no salen de sombreros de mago, en
cambio los políticos, no solo abundan, uno va teniendo la sensación de que
incluso sobran, estorban, son parte del problema, de la pandemia,
lamentablemente.
Pedro
Marin no es el único médico venezolano que ha entregado su vida en esta lucha,
también está el Dr. Nerio Valarino, quien falleció en Murcia, y fue despedido
como un héroe por el personal del hospital y otros según me voy enterando.
Después
algunos me preguntan por qué estoy tan molesto con un gobierno que ha dejado a
los empleados hospitalarios desprotegidos, que si me he vuelto de derechas. Lo
siento, esto no es un problema ideológico o de defender posiciones políticas o
mantener a costa de lo que sea la popularidad de un gobierno que desde el
principio ha sido muy torpe e irresponsable con el manejo de esta crisis.
Es
un problema de vivir o morir, de mandar a la gente al matadero u ofrecerle por
lo menos la garantía de una protección adecuada y seguridad laboral, es un
problema de derechos humanos, es un problema de Humanidad.
¡Adiós
Pedro!, ¡Adiós Nerio!, tengan muy buen viaje.
¡Gracias
por vuestra entrega, gracias por el ejemplo de sus vidas!
Gracias
por hacer lo imposible porque los demás sigamos vivos.
No
olvidaremos porque olvidar, sería dejarlos morir dos veces.
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