Francisco Fernández-Carvajal 01 de mayo de 2020
@hablarcondios
— Para ser fieles al
Señor es necesario luchar cada día. El examen particular.
— Fin y materia
del examen particular.
— Constancia en la
lucha. La fidelidad en los momentos difíciles se forja cada día en lo que
parece pequeño.
I. La promesa de la
Sagrada Eucaristía en la sinagoga de Cafarnaún causó discusiones y escándalos
en muchos de los seguidores del Señor. Ante una verdad tan maravillosa, una
buena parte de los discípulos dejaron de seguirle: Desde entonces –relata
San Juan en el Evangelio de la Misa– muchos discípulos se echaron atrás
y ya no andaban con Él1.
Ante la maravilla de su entrega a los hombres en la
Comunión eucarística, estos responden volviéndole la espalda. No es la
muchedumbre, sino discípulos quienes le abandonan. Los Doce permanecen,
son fieles a su Maestro y Señor. Ellos acaso tampoco comprendieron mucho aquel
día lo que el Señor les promete, pero permanecieron junto a Él. ¿Por qué se
quedaron? ¿Por qué fueron leales en aquel momento de deslealtades? Porque les
unía a Jesús una honda amistad, porque le trataban diariamente y habían
comprendido que Él tenía palabras de vida eterna, porque le amaban
profundamente. ¿A dónde vamos a ir?, le dice Pedro cuando el Señor
les pregunta si también ellos se marchan: Señor, ¿a quién iremos? Tú
tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el
Santo de Dios2.
Los cristianos vivimos una época privilegiada para dar
testimonio de esta virtud en ocasiones tan poco valorada, la fidelidad.
Vemos cómo, con frecuencia, se quiebra la lealtad en el matrimonio, en la
palabra empeñada, la fidelidad a la doctrina y a la persona de Cristo. Los
Apóstoles nos muestran que esta virtud se fundamenta en el amor; ellos son
fieles porque aman a Cristo. Es el amor el que les induce a permanecer en medio
de las defecciones. Solo uno de ellos le traicionará, más tarde, porque dejó de
amar. Por eso nos aconseja a todos el Papa Juan Pablo II: «Buscad a Jesús
esforzándoos en conseguir una fe personal profunda que informe y oriente toda
vuestra vida; pero sobre todo que sea vuestro compromiso y vuestro programa
amar a Jesús, con un amor sincero, auténtico y personal. Él debe ser vuestro
amigo y vuestro apoyo en el camino de la vida. Solo Él tiene palabras de vida
eterna»3. Nadie más que Él.
Mientras estemos en este mundo, la vida del cristiano
es una lucha constante entre amar a Cristo y el dejarse llevar por la tibieza,
las pasiones o un aburguesamiento que mata todo amor. La fidelidad a Cristo se
fragua cada día en la lucha contra todo lo que nos aparta de Él, en el esfuerzo
por progresar en las virtudes. Entonces seremos fieles en los momentos buenos,
y también en las épocas difíciles, cuando parece que son pocos los que se
quedan junto al Señor.
Para mantenernos en una fidelidad firme al Señor es
necesario luchar en todo momento, con espíritu alegre, aunque sean pequeñas las
batallas. Y una manifestación de estos deseos de acercarnos cada día un poco
más a Dios, de amar cada vez más, es el examen particular, que nos
ayuda a luchar con eficacia contra los defectos y obstáculos que nos separan de
Cristo y de nuestros hermanos los hombres, y nos facilita el modo de adquirir
virtudes y hábitos, que limitan nuestras tosquedades en el trato con Jesús.
El examen particular nos concreta las
propias metas de la vida interior y nos dispone a alcanzar, con la ayuda de la
gracia, una cota determinada y específica de esa montaña de la santidad, o a
expulsar a un enemigo, quizá pequeño, pero bien pertrechado, que causa
numerosos estragos y retrocesos. «El examen general parece defensa. —El
particular, ataque. —El primero es la armadura. El segundo, espada toledana»4.
Hoy, cuando le decimos al Señor que queremos serle
fieles, nos debemos preguntar en su presencia: ¿Son grandes mis deseos de
avanzar en el amor? ¿Concreto estos deseos de lucha en un punto específico que
pueda ser el blanco de mi examen particular? ¿Soy dócil a las indicaciones que
recibo en la dirección espiritual?
II. Mediante el
examen general llegamos a conocer las razones últimas de nuestro
comportamiento; con el examen particular buscamos los remedios
eficaces para combatir determinados defectos o para crecer en las virtudes.
Este examen, breve y frecuente a lo largo del día, en los momentos previstos,
debe tener un fin muy preciso: «Con el examen particular has de ir derechamente
a adquirir una virtud determinada o a arrancar el defecto que te domina»5.
En ocasiones el objetivo de este examen será «derribar al Goliat, esto es, la
pasión dominante»6,
aquello que más sobresale como defecto, lo que más daño hace a nuestra amistad
con el Señor, a la caridad con quienes nos relacionamos. «Cuando alguno se ve
particularmente dominado por un defecto, debe armarse solo contra ese enemigo,
y tratar de combatirlo antes que a otros (...), pues mientras no lo hayamos
superado echaremos a perder los frutos de la victoria conseguida sobre los
demás»7. Por eso es tan importante que nos conozcamos y que nos demos
a conocer en la dirección espiritual, que es donde habitualmente fijaremos el
tema de este examen.
Como no todos tenemos los mismos defectos, «se hace
necesario que cada uno presente batalla en consideración al tipo de lucha con
que se ve acosado»8.
Puede ser tema de examen particular el aumentar la
presencia de Dios en medio del trabajo, en la vida de familia, mientras
caminamos por la calle; el estar más atentos para descubrir dónde se encuentra
un sagrario y dirigir al Señor un saludo o una jaculatoria, aunque no podamos acercarnos
en ese momento; cuidar la puntualidad, comenzando desde por la mañana a la hora
de levantarnos, al comenzar la oración, o la Santa Misa...; la paciencia con
nosotros mismos, con los defectos de quienes colaboran en un mismo trabajo, o
en la familia; suprimir de raíz el hábito de la murmuración y contribuir a que
no se murmure en nuestra presencia; la brusquedad en el trato; el desinterés
por las necesidades del prójimo; ganar en la virtud de la gratitud, de tal
manera que sepamos dar las gracias aun por favores y servicios muy pequeños de
la vida corriente; ser más ordenados en la distribución del tiempo, en los
libros o instrumentos de trabajo, en las cosas personales, el trato con los
Ángeles Custodios... Un examen particular que dejará en el
alma una profunda huella, si luchamos, puede ser el amar y vivir mejor la Santa
Misa y la Comunión.
Aunque en algunos casos el objetivo del examen
particular pueda presentarse en su cara negativa, como resistencia al
mal, el mejor modo de combatir será el de practicar la virtud contraria al
defecto que tratamos de desarraigar: practicar la humildad para vencer la
tendencia a ser el centro de todo o el deseo de recibir siempre elogios y
alabanzas; ejercitarse en la serenidad para evitar la precipitación... De este
modo se hace más eficaz y atractiva la lucha interior. «El movimiento del alma
hacia el bien es más fuerte que el encaminado a apartarse del mal»9.
Antes de señalar la materia del examen particular
debemos pedir luces al Señor para conocer en qué quiere Él que luchemos: Domine,
ut videam!10,
¡Señor, que vea!, le podemos decir como el ciego de Jericó. Y pedir ayuda en la
dirección espiritual.
III. Es
tarea personal la manera de concretar este examen. Para unos –por su modo de
ser, por su temperamento– será necesario concretarlo mucho y llevar una
contabilidad muy estrecha por su tendencia a la vaguedad y a las generalidades;
para otros eso podría ser motivo de complicaciones y de crearse problemas donde
no debe haberlos. Nos ayudarán en la dirección espiritual si nos esforzamos en
darnos a conocer.
No nos debe extrañar si alcanzar con nuestra lucha el
objetivo propuesto en el examen particular nos lleva tiempo.
Si está bien puesto, lo normal es que se trate de un defecto arraigado, y que
sea necesaria una lucha paciente, recomenzando una y otra vez, sin desánimos.
En ese empezar de nuevo, con la ayuda del Señor, estamos afianzando bien los
cimientos de la humildad. Para mantener despierto el examen particular hace
falta fortaleza, constancia y humildad. El amor –que es ingenioso– encontrará
cada día la manera de hacer nuevo el mismo punto de lucha, porque en él, más
que la propia superación, buscamos amar al Señor, quitar todo obstáculo que
entorpezca nuestra amistad con Él y, por tanto, lo que nos separa de los demás.
Nos dará ocasión de hacer muchos actos de contrición por las derrotas, y
acciones de gracias por las victorias.
La lucha en un examen particular concreto,
cada día, es el mejor remedio contra la tibieza y el aburguesamiento. ¡Qué gran
cosa si nuestro Ángel Custodio pudiera testificar al final de nuestra vida que
luchamos en cada jornada, aunque no todo hayan sido victorias! La fidelidad llena
de fortaleza en los momentos difíciles se forja cada día en lo que parece
pequeño. «Hemos de convencernos de que el mayor enemigo de la roca no es el
pico o el hacha, ni el golpe de cualquier otro instrumento, por contundente que
sea: es esa agua menuda, que se mete, gota a gota, entre las grietas de la
peña, hasta arruinar su estructura. El peligro más fuerte para el cristiano es
despreciar la pelea en esas escaramuzas, que calan poco a poco en el alma,
hasta volverla blanda, quebradiza (...)»11.
Al terminar nuestra oración le decimos al Señor, como
Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
Sin Ti nos quedamos sin Camino, sin Verdad y sin Vida.
Es una hermosa jaculatoria para repetir muchas veces,
pero especialmente a la hora de la lucha. A Nuestra Señora, Virgo
fidelis, le pedimos que nos ayude a ser fieles, luchando cada día por
quitar los obstáculos, bien concretos, que nos separan de su Hijo.
1 Jn 6,
66. —
2 Jn 6,
69. —
3 Juan
Pablo II, Discurso, 30-I-1979. —
4 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 238. —
5 Ibídem,
n. 241. —
6 J.
Tissot, La vida interior, Madrid 1971, p. 484. —
7 San
Juan Clímaco, Escala del paraíso, 15. —
8 Casiano, Colaciones,
5, 27. —
9 Santo
Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 29, a. 3. —
10 Cfr. Mc 10,
48. —
11 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 77.
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