Francisco Fernández-Carvajal 06 de mayo de 2020
@hablarcondios
— Las personas pueden
cambiar. No hacer juicios inamovibles sobre las personas, basados en su
actuación externa.
— Disculpar y olvidar.
Recomponer lazos rotos de amistad.
— A pesar de nuestros
titubeos y flaquezas, podemos ser buenos instrumentos del Señor si somos
humildes.
I. La Primera
lectura de la Misa nos narra un incidente entre los colaboradores que acompañan
a San Pablo en la evangelización.
Pablo y sus compañeros navegaron desde Pafos hasta
llegar a Perge de Panfilia; pero Juan se separó de ellos y volvió a
Jerusalén1. Los demás siguieron su viaje apostólico y llegaron hasta
Antioquía de Pisidia. Juan, también llamado Marcos, era primo de
Bernabé, el apóstol inseparable de Pablo, y una de las columnas en las que se
apoyaba la extensión de la fe entre los gentiles. Marcos, desde muy joven,
había vivido la intensa actividad de los primeros cristianos de Jerusalén en
torno a la Virgen y a los Apóstoles, a los que había conocido en su intimidad:
la madre de Marcos fue de las primeras que ayudaron a Jesús y a los Doce.
Parece razonable que Bernabé se fijase en su primo Juan Marcos, para iniciarle
en las tareas de propagación del Evangelio en su compañía y bajo su dirección y
la de San Pablo2.
A Marcos le falló el ánimo y se volvió a su casa,
abandonando a sus compañeros. No se sintió con fuerzas y se volvió atrás. Este
hecho debió de pesar bastante en los demás que siguieron adelante. Pero al
preparar el segundo gran viaje apostólico para visitar a los hermanos que
habían recibido la fe, Bernabé quería llevar consigo también a Juan,
llamado Marcos; Pablo, en cambio, consideraba que no debía llevar al que se
había apartado de ellos en Panfilia y no les había acompañado en la tarea3.
San Pablo no estaba dispuesto a llevar consigo al que
ya les había fallado una vez. Entonces, se produjo una discrepancia tal entre
ambos que se separaron uno del otro. Bernabé tomó consigo a Marcos y
embarcó para Chipre, mientras Pablo eligió a Silas y partió encomendado por los
hermanos a la gracia del Señor4.
La discusión y la disparidad de criterios debió de ser grande para llegar a
causar esa separación. «Pablo más severo y Bernabé más benigno –comenta San
Jerónimo–, cada uno mantiene su punto de vista. Y, sin embargo, la discusión
manifiesta un tanto la fragilidad humana»5.
A pesar de todo, San Pablo, un hombre de corazón
inmenso, sacrificado hasta el extremo por sus hermanos y ferviente apóstol, no
mantiene un juicio inamovible sobre Marcos. Por el contrario, años más tarde
encontramos a este como colaborador íntimo del Apóstol6,
al que sirve de profundo consuelo7: Os
saluda Aristarco, mi compañero de prisión, y Marcos -primo de Bernabé-, acerca
del cual ya recibisteis instrucciones: acogedle si va a veros, y Jesús, el
llamado Justo (...), que me sirven de consuelo8.
Más tarde San Pablo pide a Timoteo que vaya con Marcos, pues este le es muy
útil para el ministerio9.
En pocos años, Marcos ha pasado a ser un amigo y un colaborador eficaz, que
sirve de apoyo al Apóstol en momentos difíciles. Quizá un día Pablo pensó que
Marcos no servía; ahora le quiere cerca. Las personas pueden cambiar, y, cuando
tenemos que juzgar su actuación externa -las intenciones solo Dios las conoce-,
nunca debemos hacer juicios fijos e inamovibles sobre ellas. El Señor nos
quiere como somos, también con nuestros defectos cuando luchamos por
superarlos, y, para cambiarnos, cuenta con la gracia y con el tiempo. Ante los
defectos de quienes nos rodean -a veces evidentes, innegables- no debe faltar
nunca la caridad que mueve a la comprensión y a la ayuda. «¿No podríamos desde
ahora mirar ya a los demás de manera que sus defectos no nos descorazonasen?
Llegará un momento en que las heridas serán olvidadas (...). A lo mejor muchas
cosas que nos han entristecido en este día o en estos últimos tiempos van a ser
olvidadas. Tenemos defectos, ¡pero podemos querernos! Porque somos hermanos, porque
Cristo nos quiere de verdad... como somos»10.
Esta es la razón fundamental: Cristo no quiere nuestros defectos, pero nos
quiere a nosotros, aunque tenemos muchos. Que no nos distancien los defectos de
aquellos con quienes convivimos, con quienes cada día nos encontramos en la
oficina, en la Universidad..., en cualquier lugar de trabajo.
II. San Pablo nos da
ejemplo de saber olvidar, de saber recomponer lazos rotos, de capacidad de
amistad. Por su parte, San Marcos es para nosotros un magnífico ejemplo de
humildad y de esperanza. Aquel suceso que motivó la separación de Pablo y de
Bernabé, en el que él fue la causa de la discusión, le debió de causar al
Evangelista una honda impresión y un gran dolor. Tuvo que sentir en lo más
hondo de su alma el verse rechazado por Pablo, con su gran prestigio bien
ganado de evangelizador incansable, de sabiduría, de santidad. Sin embargo, él
también supo olvidar, y cuando se le necesita allí está él, sirviendo de consuelo a
Pablo y siéndole muy útil para el ministerio.
San Marcos supo olvidar y disculpar porque tenía un
alma grande, por eso fue luego un extraordinario instrumento de la gracia.
«¡Qué alma más estrecha la de los que guardan celosamente su “lista de
agravios”!... Con esos desgraciados es imposible convivir.
»La verdadera caridad, así como no lleva cuenta de los
“constantes y necesarios” servicios que presta, tampoco anota, “omnia suffert”
–soporta todo–, los desplantes que padece»11.
Si no somos humildes tenderemos a fabricar nuestra
lista de pequeños agravios que, aunque sean pequeños, nos robarán la paz con
Dios, perderemos muchas energías y nos incapacitaremos para los grandes
proyectos que cada día tiene el Señor preparados para quienes permanecen unidos
a Él. La persona humilde tiene el corazón puesto en Dios, y así se llena de
gozo y se hace de alguna manera menos vulnerable; no le importa tanto lo que
habrán dicho, o lo que habrán querido decir; olvida enseguida y no le da
demasiadas vueltas a las humillaciones que experimenta todo hombre y toda mujer
de una forma u otra en los sucesos de la vida corriente.
Esa sencillez, esa humildad, el no enredarse en
«puntos de honra» que levanta la soberbia, el dejar a un lado los posibles
agravios dan a la persona una gran capacidad para recomenzar de nuevo después de
una cobardía o de una derrota. A San Marcos, después de la cobardía o el
cansancio en el primer viaje, le vemos enseguida de nuevo en la tarea con
Bernabé, dispuesto a ser fiel sin condiciones.
El que es humilde se siente con facilidad hermano de
los demás; por eso busca cada día la comunicación con quienes se relaciona, y
recompone la amistad si por cualquier motivo se hubiese roto o enfriado, y está
dispuesto siempre a prestar una ayuda fraterna y también a ser ayudado. Así se
construyen cada día las relaciones necesarias de toda convivencia. «Los que
están cercanos se sostienen recíprocamente, y gracias a ellos surge el edificio
de la caridad (...). Si yo, pues, no hago el esfuerzo de soportar tu carácter,
y si tú no te preocupas de soportarme con el mío, ¿cómo podrá levantarse entre
nosotros el edificio de la caridad si el amor mutuo no nos une en la paciencia?
En un edificio, ya lo hemos dicho, cada piedra sostiene y es sostenida»12.
III.
Además de sus tareas apostólicas en la extensión y consolidación de las nuevas
conversiones, San Marcos fue colaborador muy cercano de San Pedro, de San Pablo
y de Bernabé; y, según la tradición más firme, intérprete de San Pedro en Roma,
probablemente traduciendo al griego y al latín la predicación y las enseñanzas
orales del Príncipe de los Apóstoles. Y, sobre todo, fue un instrumento muy
dócil al Espíritu Santo, dejándonos la joya impagable del segundo de los Evangelios.
Para nosotros es un gran motivo de consuelo y de
esperanza contemplar la figura de este Evangelista: desde sus pasos primerizos
hasta llegar a ser un instrumento valiosísimo en la primitiva Iglesia, y para
siempre. A pesar de nuestras flaquezas, de las posibles faltas y titubeos de
nuestros años pasados, podemos confiar como él en poder prestar con abnegación
un servicio útil a la Iglesia, con el auxilio de la gracia. A pesar de todo,
podemos también nosotros llegar a ser instrumentos eficaces.
¡Cómo ayudaría a San Pablo, ya anciano, preso en Roma!
¡Cuánta solicitud! Ambos habían hecho vida suya lo que el Apóstol de
las gentes había escrito a los cristianos de Corinto: ... La
caridad es paciente, la caridad es benigna...13.
La caridad lo supera todo.
La caridad puede más que los defectos de las personas,
que la diversidad de caracteres, que todo aquello que se pueda interponer en el
trato con los demás. La caridad vence todas las resistencias. ¡Qué distinto
hubiera sido todo si San Pablo se hubiera quedado con el prejuicio de que con
Marcos no se podía hacer nada porque en una ocasión tuvo miedo o cansancio, o
unos momentos de desánimo... y se volvió a su casa a Jerusalén! ¡Qué distinto
también si Marcos se hubiera quedado con el corazón herido, guardando agravios,
porque el Apóstol no quiso que le acompañase en el segundo viaje!
Pidámosle hoy nosotros a la Virgen, Nuestra Madre, que
nunca guardemos pequeñas o grandes ofensas, que causarían un enorme daño en
nuestro corazón, en nuestro amor al Señor y en la caridad con el prójimo.
Aprendamos de San Marcos a recomenzar, una o mil veces, si por cualquier motivo
tenemos un mal momento de desfallecimiento o de cobardía.
1 Hech 13,
13. —
2 Cfr. Santos
Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, Introd. al Evangelio según San Marcos.
—
3 Hech 15,
37-38. —
4 Hech 15,
39-40. —
5 San
Jerónimo, Diálogo contra los pelagianos, II, 17. —
6 Cfr. Fil 24.
—
7 Cfr. Col 4,
10 ss. —
8 Cfr. Col 4,
10-11. —
9 Cfr. 2
Tim 4, 11. —
10 A.
Mª Gª Dorronsoro, Dios y la gente, Rialp, 2ª ed., Madrid
1974, p. 150. —
11 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 738. —
12 San
Gregorio Magno, Homilías sobre el profeta Ezequiel. —
13 Cfr. 1
Cor 13, 1 ss.
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