Editorial
SIC Nº 823
La fe es una relación.
Tener fe no es asentir a doctrinas. La fe es la única relación que se da entre
personas. Toda otra relación cosifica a aquel con quien se tiene. La primera
relación de fe que hemos tenido casi todos es la relación con nuestra mamá, como
respuesta a su relación con nosotros. La criatura humana es la más desvalida de
las crías de los mamíferos. Por eso el autocentramiento absoluto del niño. Pero
si su mamá tiene amor constante, antes de que pueda hacer ningún concepto,
capta intuitivamente lo que el otro conoce y satisface sus necesidades, por eso
se pone en sus manos. La entrega confiada del niño a su mamá es la respuesta a
la entrega de esta a él. Es el modelo de la relación de fe: una entrega de sí
horizontal, gratuita y abierta. Es la que se tiene muchas veces también con el
papá, con los hermanos, parientes y amigos y con tantos otros que con su
relación nos han puesto a la altura del tiempo.
Si esa mamá a los dos
años le habla al niño de Dios y él saca la conclusión de que es como su mamá,
pero mejor todavía, se entrega a él confiadamente.
Así pues, la fe no es
un asunto solo religioso. Es la única relación que personaliza al que la
entabla y al que corresponde. También se ve que tener fe en Dios no tiene nada
que ver con saber que existe. Se tiene fe en él cuando se recibe su entrega,
que es horizontal y gratuita, y se responde con la propia entrega en las mismas
condiciones.
¿Tenemos relaciones de
fe?
En este tiempo de
cuarentena obligada no tienen lugar muchas ocupaciones, también nos ahorramos
el tiempo de los desplazamientos. Tenemos, pues, mucho tiempo. Si vivíamos en
los quehaceres, de buenas a primeras nos sentiremos desazonados, sin saber qué
hacer, no solo con nuestro tiempo, que se nos aparece como vacío, sino con
nosotros mismos. Porque los quehaceres pueden servir de excusa para no vivir
centrados, que no es lo mismo que autocentrados, sino dispersos. Vivir
centrados es vivir desde lo más genuino de nosotros mismos. Para nosotros los
cristianos lo que somos como individuos es lo que Dios ha puesto en nosotros
como talentos para que con ellos produzcamos vida y humanidad. Eso que somos es
la manera concreta como somos hijos de Dios, este hijo concreto, único, y
hermanos de los demás, este hermano irrepetible que somos cada uno.
Pues bien, si queremos
ejercitar la fe que nos constituye en personas, nos tenemos que preguntar
¿confío en Papadios? ¿Creo que él quiere y busca mi bien, más todavía que yo?
¿O creo que es el Mandamás y que por eso hay que estar a bien con él? ¿Confío tanto
en que él me quiere, que me pongo en sus manos para que me aconseje cómo vivir
de la mejor manera, recibiendo la entrega generosa de tantos y dando lo mejor
de mí mismo? Como tenemos tiempo, tenemos que aprovechar, no tanto para rezar
oraciones sino para hablar con él con toda confianza y para llegar a ponernos
realmente en sus manos.
Desde este asumirnos
como hijos de Papadios viene el preguntarnos por nuestras relaciones con los
demás. ¿Damos lo mejor de nosotros mismos de modo gratuito, horizontal y
abierto? ¿O nos buscamos a nosotros mismos… nuestra complacencia, nuestra
utilidad y así utilizamos a los demás y nos despersonalizamos y excluimos?
¿Amamos solo a los que nos aman, a los que consideramos nuestros, de nuestro
entorno, de nuestro bando? Eso, dice, Jesús, no tiene mérito (Mt 5,46-47), peor
aún, no tiene gracia (Lc 6,32-34). Al que le preguntó quién es mi prójimo, es
decir, mi próximo, para amarlo, él le contó una parábola y le repreguntó:
¿quién se aproj(x)imó al que había caído en manos de los ladrones? (Lc 10,36).
Nos tenemos que preguntar si nos hacemos prójimos de los necesitados.
Aunque a lo mejor nos
tenemos que preguntar más elementalmente si amamos a alguien, si tenemos alguna
relación gratuita, horizontal y abierta. Y, más elementalmente aún, si queremos
tenerlas.
Los que han tenido fe
en nosotros
Para responder a esta
pregunta tenemos que desandar nuestra vida hasta nuestra mamá y hacer presentes
a quienes nos han dado de sí porque nos han querido, porque han querido que
crezcamos, porque han querido nuestro bien. Y sería bueno que hagamos
conciencia también de que Papadios ha estado siempre discretamente presente
queriéndonos sin pausa, dándonos la vida y más todavía su compañía gratuita. No
ha estado vigilándonos, sino dándose gratuitamente.
Estas semanas de
cuarentena pueden ser cruciales para hacernos cargo de quiénes se han
relacionado con fe en nosotros, no porque la mereciéramos sino para que algún
día fuéramos dignos de fe y diéramos a otros esa entrega de nosotros a la que
tanto debemos. Pueden ser unos días decisivos para decidirnos ser personas
fidedignas porque nos entregamos gratuitamente y de modo abierto y recibimos
con agradecimiento la entrega de otros.
Pueden ser semanas
cruciales en nuestras vidas si consideramos a aquellos con los que convivimos
en la casa, en el trabajo, en otros grupos de referencia y decidimos
relacionarnos con ellos con fe, adelantarnos a tener esa relación, que es
siempre gratuita, no haciendo con cada uno de ellos como ellos hacen con
nosotros, sino como quisiéramos que hicieran. Como Papadios hace siempre
conmigo y también con ellos.
Jesús se entregó por mí
y se sigue entregando
Desde este ejercicio
denodado de fe estaremos bien dispuestos a recibir la entrega de Jesús que
mientras lo crucificaban pedía a su Padre perdón por los que lo habían
condenado y lo estaban torturando.
Desde ese ejercicio de
fe comprenderemos mejor la Cena del Señor: él nos entrega su cuerpo, es decir,
su persona, y su sangre, es decir, su vida, para que, recibiéndolas y viviendo
de ellas, podamos hacer lo mismo, es decir entregar a otros esa vida que él nos
da. Por eso decimos que este es el sacramento de nuestra fe: recibimos la
entrega de Jesús, para que, viviendo de ella, podamos entregar también nosotros
nuestra persona, nuestra vida.
Desde este ejercicio de
fe podremos agradecer a Jesús porque, recreado en el seno de su Padre, está en
el cielo como Hermano nuestro: llevándonos realmente en su corazón. Podemos
contar siempre con su fe en nosotros y eso nos habilita para responderle con
nuestra fe: con nuestro seguimiento discipular para hacer en nuestra situación
lo equivalente de lo que él hizo en la suya, claro que a la medida del don
recibido. Así podremos vivir como hijos y como hermanos de todos sin excluir a
nadie de nuestro corazón y privilegiando a los que tienen más necesidad.
Aprovechar la
cuarentena
Si aprovechamos esta
cuarentena para agradecer a tantos que han tenido fe en nosotros y para
corresponder entregándonos a los demás horizontalmente y de modo gratuito y
abierto habremos vencido al mal a fuerza de bien y podremos decir: no hay mal
que por bien no venga.
Una concreción de esta
fe puede ser ayudar al que sé que no tiene comida y llamar a quien sé que se
siente demasiado solo y, por supuesto, tratar con la mayor humanidad a aquellos
con los que convivo.
04-05-20
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