Francisco Fernández-Carvajal 14 de mayo de 2020
@hablarcondios
— Jesús, «el amigo que
nunca traiciona». En Él aprendemos el verdadero sentido de la amistad.
— La amistad es un gran
bien humano que podemos sobrenaturalizar. Cualidades de la verdadera amistad.
— Apostolado con los
amigos.
I. Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis
amigos (...). Ya no os llamo
siervos (...), a vosotros os llamo amigos1,
nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa.
Jesús es nuestro Amigo. En Él encontraron los
Apóstoles su mejor amistad. Era alguien que les quería, con quien podían
comunicar sus penas y alegrías, a quien podían preguntar con entera confianza.
Sabían bien lo que deseaba expresar cuando les decía: amaos los unos a
los otros... como Yo os he amado2.
Las hermanas de Lázaro no encuentran mejor título que el de la amistad para
solicitar su presencia: tu amigo está enfermo3,
le mandan decir. Es el mayor argumento que tienen a mano.
Jesús buscó y facilitó la amistad a todos aquellos que
encontró por los caminos de Palestina. Aprovechaba siempre el diálogo para
llegar al fondo de las almas y llenarlas de amor. Y además de su infinito amor
por todos los hombres, manifestó su amistad con personas bien determinadas: los
Apóstoles, José de Arimatea, Nicodemo, Lázaro y su familia... Al mismo Judas no
le negó el honroso título de amigo en el mismo momento en que
este le entregaba en manos de sus enemigos. Estimaba mucho la amistad de sus
amigos; a Pedro le preguntará después de las negaciones: ¿me amas?4,
¿eres mi amigo?, ¿puedo confiar en ti? Y le entrega su Iglesia: Apacienta
mis corderos... apacienta mis ovejas.
«Cristo, Cristo resucitado, es el compañero, el Amigo.
Un compañero que se deja ver solo entre sombras, pero cuya realidad llena toda
nuestra vida, y que nos hace desear su compañía definitiva»5.
Él, que ha compartido nuestra vida, quiere compartir también nuestras
cargas: Yo os aliviaré6,
nos dice a todos. Es el mismo que desea ardientemente que compartamos su gloria
por toda la eternidad.
Jesucristo es el Amigo que nunca traiciona7,
que cuando vamos a verle, a hablarle, está siempre disponible, que nos espera
con el mismo calor de bienvenida, aunque por nuestra parte haya habido olvido y
frialdad. Él ayuda siempre, anima siempre, consuela en toda ocasión.
La amistad con el Señor, que nace y se acrecienta en
la oración y en la digna recepción de los sacramentos, nos hace entender mejor
el significado de la amistad humana, que la Sagrada Escritura califica como un
tesoro: Un amigo fiel –dice el Eclesiastés– es
poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un
amigo fiel; su precio es incalculable8.
Los Apóstoles aprendieron de Cristo el verdadero sentido de la amistad. Y
los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo San Pablo tuvo
muchos amigos, a quienes quería entrañablemente, los echa de menos cuando están
ausentes y se llena de alegría cuando tiene noticias de ellos9.
La antigüedad cristiana nos ha dejado testimonios de grandes amistades entre
los primeros hermanos en la fe.
II. El trato diario
y la amistad con Jesucristo nos llevan a una actitud abierta, comprensiva, que
aumenta la capacidad de tener amigos. La oración afina el alma y la hace
especialmente apta para comprender a los demás, aumenta la generosidad, el
optimismo, la cordialidad en la convivencia, la gratitud..., virtudes que
facilitan al cristiano el camino de la amistad.
La amistad verdadera es desinteresada, pues más
consiste en dar que en recibir; no busca el provecho propio, sino el del amigo:
«El amigo verdadero no puede tener, para su amigo, dos caras: la amistad, si ha
de ser leal y sincera, exige renuncias, rectitud, intercambio de favores, de
servicios nobles y lícitos. El amigo es fuerte y sincero en la medida en que,
de acuerdo con la prudencia sobrenatural, piensa generosamente en los demás,
con personal sacrificio. Del amigo se espera la correspondencia al clima de
confianza, que se establece con la verdadera amistad; se espera el
reconocimiento de lo que somos y, cuando sea necesaria, también la defensa
clara y sin paliativos»10.
Para que haya verdadera amistad es necesario que
exista correspondencia, es preciso que el afecto y la benevolencia sean mutuos11.
Si es verdadera, la amistad tiende siempre a hacerse más fuerte: no se deja
corromper por la envidia, no se enfría por las sospechas, crece en la
dificultad12, «hasta sentir al amigo como otro yo, por lo que dice San
Agustín: Bien dijo de su amigo el que le llamó la mitad de su alma»13.
Entonces se comparten con naturalidad las alegrías y las penas.
La amistad es un bien humano y, a su vez, ocasión para
desarrollar muchas virtudes humanas, porque crea «una armonía de sentimientos y
gustos que prescinde del amor de los sentidos, pero, en cambio, desarrolla
hasta grados muy elevados, e incluso hasta el heroísmo, la dedicación del amigo
al amigo. Creemos –enseñaba Pablo VI– que los encuentros (...) dan ocasión a
almas nobles y virtuosas para gozar de esta relación humana y cristiana que se
llama amistad. Lo cual supone y desarrolla la generosidad, el desinterés, la
simpatía, la solidaridad y, especialmente, la posibilidad de mutuos
sacrificios»14.
El buen amigo no abandona en las dificultades, no traiciona;
nunca habla mal del amigo, ni permite que, ausente, sea criticado, porque sale
en su defensa. Amistad es sinceridad, confianza, compartir penas y alegrías,
animar, consolar, ayudar con el ejemplo.
III. A lo
largo de los siglos, la amistad ha sido un camino por el que muchos hombres y
mujeres se han acercado –se están acercando– a Dios y han alcanzado el Cielo.
Es un sendero natural y sencillo, que elimina muchos obstáculos y dificultades.
El Señor tiene en cuenta con frecuencia este medio para darse a conocer. Los
primeros que le conocieron fueron a comunicar esta buena nueva a quienes
amaban. Andrés trajo a Pedro, su hermano; Felipe, a su amigo Natanael; Juan
seguramente llevó al Señor a su hermano Santiago...
Así se difundió la fe en Cristo en la primera
cristiandad: a través de los hermanos, de padres a hijos, de los hijos a los
padres, del siervo a su señor y a la inversa, del amigo al amigo. La amistad es
una base excepcional para dar a conocer a Cristo, porque es el medio natural
para comunicar sentimientos, compartir penas y alegrías de quienes están junto
a nosotros por razones de familia, de trabajo, de aficiones...
Es propio de la amistad dar al amigo lo mejor que se
posee. Nuestro más alto valor, sin comparación posible, es el haber encontrado
a Cristo. No tendríamos verdadera amistad si no comunicáramos el inmenso don de
nuestra fe cristiana. Nuestros amigos deben encontrar en nosotros, los
cristianos que quieren seguir de cerca a Jesús, apoyo y fortaleza y un sentido
sobrenatural para su vida. La seguridad de encontrar comprensión, interés,
atención les moverá a abrir su corazón confiadamente, con la seguridad de que
se les quiere, de que se está dispuesto a ayudarles. Y esto, mientras
realizamos nuestras tareas normales de todos los días, procurando ser
ejemplares en la profesión o en el estudio, fomentando siempre la amistad,
estando abiertos al trato y al afecto con todos, impulsados por la caridad.
La amistad nos lleva a iniciar a nuestros amigos en
una verdadera vida cristiana si están lejos de la Iglesia, o a que reemprendan
el camino que un mal día abandonaron, si dejaron de practicar la fe que
recibieron. Con paciencia y constancia, sin prisa, sin pausa, se irán acercando
al Señor, que les espera. En ocasiones podremos hacer junto con ellos un rato
de oración, una obra de misericordia visitando a un enfermo o a una persona
necesitada, les pediremos que nos acompañen a hacer una visita a Jesús
sacramentado... Cuando sea oportuno les hablaremos del sacramento de la
misericordia divina, la Confesión, y les ayudaremos a prepararse para
recibirlo. ¡Cuántas confidencias al abrigo de la amistad son caminos abiertos
al apostolado por el Espíritu Santo! «Esas palabras, deslizadas tan a tiempo en
el oído del amigo que vacila; aquella conversación orientadora, que supiste
provocar oportunamente; y el consejo profesional, que mejora su labor
universitaria; y la discreta indiscreción, que te hace sugerirle insospechados
horizontes de celo... Todo eso es “apostolado de la confidencia”»15.
La amistad todo lo puede con la ayuda de la gracia;
ayuda que debemos implorar del Señor con oración y mortificación. Como nunca
les hemos ocultado nuestra fe en Cristo, les parecerá natural que les hablemos
con frecuencia de lo más esencial de nuestra vida, lo mismo que ellos nos
hablan de los asuntos que consideran de más importancia.
El Señor desea que tengamos muchos amigos porque es
infinito su amor por los hombres y nuestra amistad es un instrumento para
llegar a ellos. ¡Cuántas personas con las que cada día nos relacionamos están
esperando, aun sin saberlo, que les llegue la luz de Cristo! ¡Qué alegría la
nuestra cada vez que un amigo nuestro se hace amigo del Amigo!
Jesús, que pasó haciendo el bien16,
y que se ganó el corazón de tantas personas, es nuestro Modelo. Así hemos de
pasar nosotros por la familia, el trabajo, los vecinos, los amigos. Hoy es un
día oportuno para que nos preguntemos si las personas que habitualmente se
relacionan con nosotros se sienten movidas por nuestro ejemplo y nuestra
palabra a estar más cerca del Señor, si nos preocupa su alma, si se puede decir
con verdad que, como Jesús, estamos pasando por su vida haciendo el bien.
1 Jn 15,
13-15. —
2 Jn 13,
34; 15, 12. —
3 Jn 11,
3. —
4 Jn 21,
16. —
5 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 116. —
6 Mt 11,
28. —
7 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 88. —
8 Ecl 6,
14. —
9 Cfr. 2
Cor 2, 13. —
10 San
Josemaría Escrivá, Carta, 11-III-1940, citado por J. Cardona en Gran
Enciclopedia Rialp, voz Amistad II. —
11 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, 2-2 q. 23, a. 1. —
12 Cfr. Beato
Elredo, Trat. sobre la amistad espiritual, 3. —
13 Santo
Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 28, a. 1. —
14 Pablo
VI, Alocución, 26-VII-1978. —
15 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 973. —
16 Hech 10,
38.
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