Mibelis Acevedo D. 08 de mayo de 2020
@Mibelis
Llevamos
años escuchando a los economistas decir que “en economía, siempre se puede
estar peor”.
En
efecto -y justo cuando se avistaban pálidas señales de liberalización que
vendrían a corregir algunas de las muchas distorsiones que ha encajado el
socialismo del siglo XXI- el curso del declive venezolano confirma de la manera
más brutal posible que todavía quedan sótanos por inaugurar. La tremebunda
crisis de base –inseguridad alimentaria, hiperinflación, destrucción del
aparato productivo, colapso de servicios públicos, entre otras muescas-
agudizada por los efectos globales de la pandemia, nos recuerda que al
imprevisto nunca se le puede desatender, por más arduo que sea el cálculo de su
irrupción y alcance. Y que cuando interfiere con ciertos planes -como esa
“niebla de la guerra” que, según Von Clausewitz, enturbia la mira de estrategas
y tulle a ejércitos frente al enemigo que no logran precisar- lo justo es
detenerse a trazar nuevas movidas, en especial si la vida de las personas
depende enteramente de ello.
Las
reacciones hacia lo interno, empero, distan de esa flexibilización, de ese
reacomodo a nuevos paradigmas que, básicamente, anuncian la marcha a ciegas a
través de un campo atestado de inéditas, aleatorias tarascas. En la medida en
que la situación se enreda para un gobierno que, aún con poder de facto, ya no
podía sino reaccionar anémicamente a las demandas más básicas de la población;
en tanto la caída de precios del petróleo (cuya comercialización, la de los
exiguos 660 mil b/d que hoy se extraen, está restringida por las sanciones)
hace apenas viable el negocio, y la falta de gasolina retrata de cuerpo entero
el calado del destrozo en PDVSA (¿la salvará una reestructuración que la lanza
en brazos de Moscú?), en otros cotos parece avivarse la fatua candela del
“mientras peor, mejor”.
Erizos
y zorros
Así
no faltan quienes en medio de un incendio que demanda gestión oportuna y ad
hoc, y a espaldas del costo que implica no saber leer el momento, insisten en
no alterar la linealidad de la estrategia vigente antes de la llegada del
Covid-19. Menguas del juicio político, diría Isaiah Berlin. Y con ello,
incapacidad para asimilar la complejidad y sus matices, “erizos” aferrados a una
visión limitada de la solución en lugar de pragmáticos “zorros” dispuestos a
dudar de sí mismos e incorporar el agobio del azar, el peso de la fricción en
sus cuentas.
En
virtud de esa mirada que parece no inmutarse ante el infierno recrudecido, que
desde un bonito flyer se limita a pedir “más acorralamiento” para los jerarcas
mientras el resto del mundo forcejea con sus propias distopías, la política
interna es apenas un eco lejano. En la arena donde ayer se alzaban dos claros
antagonistas, hoy no vemos mucho más que a un maltrecho gobierno peleando con
su sombra, haciéndolo todo mal, cada vez peor, pero prácticamente sin muros de
contención ni rivales que logren atajarlo. La gestión de la pandemia ya otorga
grueso protagonismo a quien estruja como puede –y porque puede- la oportunidad.
Entretanto, la “sagaz” contraofensiva que plantean sectores radicalizados es
esperar a que este caiga por su propio peso, fiarse de que “los impulsos,
cuando menos imprevisibles, de Trump” -Felipe González dixit- apuren la
rendición; o que finalmente sea un estallido social “liberador” (y en pleno
auge del ciclo de contagio) lo que acabe con dos décadas de entronización,
abuso, expoliación, privación del ethos democrático, vocación para la represión
y hegemonización del espacio político doméstico.
¿Cólera
purificadora?
La
protesta no se ha hecho esperar, es cierto. Según el Observatorio Venezolano de
Conflictividad Social se registraron más de 500 protestas en el país durante
las tres primeras semanas de abril, amén de saqueos a transportes de alimentos
y comercios. La contracción de la actividad económica informal por causa de la
cuarentena pone a sectores vulnerables al borde de un barranco muy nítido. No
obstante, cuesta creer que esa misma población famélica, desangrada, amenazada
por el virus y sin coordenadas políticas, armará una suerte de mesnada capaz de
poner contra las cuerdas a un régimen presto a usar la fuerza para
desbaratarla. Como ya observaba Huntington en 1968, no son precisamente
sociedades hambreadas las que favorecen movilizaciones tendientes al cambio,
sino las tocadas por aquellas bondades de la modernización (sociedades con
antagonismos de clase pero en “evidente auge económico” afina Crane Brinton)
que amplían la conciencia política, multiplican las demandas de los diferentes
sectores sociales y ensanchan su participación.
El
mito revolucionario de la violencia como “partera de la historia” podría
toparse en este tiempo con espléndidas refutaciones. No hay fuelle para esa
“cólera purificadora” y sí necesidad de un liderazgo que trascienda la inane
crítica al establishment, que busque formas de responder idónea y
constructivamente a la genuina emergencia, una que lleva a las personas a pedir
ser atendidas, no instrumentalizadas, en el marco de cierta ponderación.
Actúo;
luego, existo
La
excepción, claro, beneficia a autoritarismos persuadidos de su facultad para
embestir la norma. Sin embargo, el gobierno de Maduro no luce tan cómodo: así,
apela a nuevos enroques, resucita inoperantes controles de precio, tantea
privatizaciones in-extremis, se ensaña contra la disidencia al tiempo que pide
“cese al fuego” y acuerdos humanitarios; se victimiza, redobla sus ataques al
“imperio”, dispone erráticamente, acusa el golpe de tanta torpeza acumulada. Pero
sus extravíos parecen hacerle menos mella en virtud del baile en solitario, de
respuestas que demonizan la cooperación de actores locales y dejan el devenir a
merced de trances ajenos a nuestra diligencia. Lo más grave: sabemos que la
ruta de una “destrucción mutuamente asegurada” y soportada por la inacción,
sólo garantizará daños a una población a la que la pandemia impone su
ultimátum.
Cabe
preguntar, entonces: si habilitar una negociación -como ahora plantea EE.UU-
depende del debilitamiento del otrora irreductible adversario, ¿por qué no
explorar la zona de oportunidad, ensayar nuevos clivajes, rendir al máximo la
reducción de la asimetría y abogar por condiciones que, dada la sombría
proyección de la post-pandemia, sigan abonando al interés general; y hacer
política, aún en condiciones excepcionales? Una respuesta a la altura de las
circunstancias sin duda acreditará a esos actores, restituirá su activa
visibilidad en medio de escenarios donde, más que nunca, los medios prometen
condicionar los fines.
Mibelis
Acevedo D.
@Mibelis
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico