Gisela Kozak Rovero 10 de mayo de 2020
@giselakozak
La
crítica cultural marxista sigue siendo influyente, tal como se evidencia en el
protagonismo de la noción de ideología, en especial en su sentido de falsa
conciencia. El proletariado permanece cegado ante la realidad de la dominación
capitalista no sólo a través de la fuerza sino de ideas, valores y creencias
que presentan como “natural” un orden social dado. Es de una arrogancia única
calificar de “falsa conciencia” prácticas tan diversas como la religión, el
derecho, la moral o la filosofía, pero para el marxismo las prácticas
simbólicas y de organización más acrisoladas de la sociedad pueden ser aviesas
justificaciones de la explotación del hombre por el hombre.
La
idea del sistema capitalista como dispositivo que reproduce la dominación
económica en todas las esferas de la vida ha tenido una enorme fortuna
académica. El marxismo habla de dinero, un arma poderosísima. Además, no hay
nada más humano que imaginar paraísos. Somos animales de ficciones –y mientras
más extensas, como el marxismo, mejor– que nos permiten seguir experimentando
nuestro vivir en el mundo, idea que desarrolla Yuval Noah Harari en Sapiens.
Desde luego, la noción de ideología ha sufrido cambios y adaptaciones y ya el
proletariado no es la estrella del firmamento anticapitalista. Veamos la
definición de Slavoj Žižek, quien en la “Introducción” de Ideología: Un mapa de
la cuestión, indica:
Una
ideología, entonces, no es necesariamente “falsa”: en cuanto a su contenido
positivo, puede ser “cierta”, bastante precisa, puesto que lo que realmente
importa no es el contenido afirmado como tal, sino el modo como este contenido
se relaciona con la posición subjetiva supuesta por su propio proceso de
enunciación. Estamos dentro del espacio ideológico en sentido estricto desde el
momento en que este contenido –”verdadero” o “falso” (si es verdadero, mucho
mejor para el efecto ideológico)– es funcional respecto de alguna relación de
dominación social (“poder”, “explotación”) de un modo no transparente: la
lógica misma de la legitimación de la relación de dominación debe permanecer
oculta para ser efectiva.
La
noción de ideología en manos de la izquierda antiliberal se traduce en una
constante sospecha acerca de conceptos como libertad, derechos humanos e
individuo, vistos como máscaras del colonialismo occidental, expresión de un
humanismo sin asidero o simples manipulaciones que esconden las aspiraciones
universalistas del neoliberalismo. La constante impugnación de la democracia
liberal por parte de sectores poderosos dentro de las humanidades y las
ciencias sociales que desarrollan su trabajo en países democráticos, indica
cuán lejos llegó la hegemonía marxista en el mundo universitario. Se ha
naturalizado el pensamiento de izquierda no liberal como el más legítimo, en
contra de la libertad y pluralidad de ideas inherentes a toda institución de
educación superior.
Un
ejemplo de esta afirmación es visible en el estudio de fenómenos culturales,
específicamente el cine, la literatura, las artes y del amplio universo de
relatos, imágenes y sonidos que permite el ciberespacio. La vinculación entre
cultura e ideología ha tomado varios caminos al estilo de estudios culturales,
la teoría decolonial y postcolonial, el feminismo no liberal o el pensamiento
postmoderno. En todo caso, la peor de las caras de tal vinculación ha sido la
impugnación de la corrección política a las libertades de expresión,
pensamiento y creación.
La
corrección política se basa en la firme creencia de que las prácticas
simbólicas reproducen la dominación, la fomentan y son capaces de inducir a
ideas y acciones equivocadas, sean racistas, clasistas, homofóbicas o
patriarcales. La condena –al estilo de las dictaduras comunistas y fascistas,
por no hablar de los fundamentalismos religiosos– de libros, ideas e imágenes
que sobrepujan la ortodoxia de lo políticamente correcto se alimenta de la
sospecha marxista acerca de las prácticas simbólicas llevada a extremos
caricaturescos de comisariato ideológico. El crítico es el policía que descubre
en el texto literario, en una imagen o en una pieza fílmica las bajas
intenciones fascistas o racistas tras la elaboración del lenguaje o de la
imagen. Estas disquisiciones universitarias han saltado a los medios y a las
redes sociales, unidas a un neurótico menosprecio de la iniciativa privada
–necesaria pero incómoda– y de la economía de mercado, que es muy eficaz para
la creación e intercambio de productos y servicios, aunque su lógica no sea
igualmente acertada en otros terrenos como el político, el social o el
cultural.
Hasta
cuándo Marx seguirá lanzando su aliento profético es imposible de prever, pero
vale la pena mencionar que Roberto Mangabeira Unger en La alternativa de
izquierda urge a desprenderse de él para que la izquierda pueda efectivamente
avanzar. Mientras tanto, el marxismo sigue en el mundo de la crítica cultural
mediante Žižek, entre tantos otros, y sus futuros émulos. No queda más que
insistir en otras miradas sobre la vida humana como formas de organización,
supervivencia y expresión que obedecen a múltiples imperativos y necesidades
irreductibles a la idea del capitalismo como sistema opresivo mundial.
Específicamente desde la crítica de la cultura y el oficio literario habría que
apuntar a la reivindicación de la labor estética como creación de mundos, lugar
de la libertad más radical y testimonio de la condición humana.
Gisela
Kozak Rovero
@giselakozak
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