Pedro Plaza Salvati 11 de mayo de 2020
@PlazaSalvati
Ahora
es domingo. Toda la semana he dormido mal. Quiero pensar que se trata solo del
proceso de adaptación al cambio de huso horario. Y debe ser así, me imagino. Me
levanto alrededor de la una de la mañana, entonces sé que no voy a poder dormir
de nuevo. Me quedo un buen rato acompañado de pensamientos trémulos, voy a la
salita, me siento en la incómoda silla blanca de metal a la que le coloco un
todavía innecesario abrigo de invierno como almohadilla, y me pongo a escribir
o a tratar de descifrar la fórmula física que me permita conseguir un
apartamento en Barcelona.
Estamos
alojados en una habitación de un apartotel del Carrer de Laforja que, a un buen
precio, conseguimos desde Costa Rica antes de partir. Nuestro cálculo era que
nos tomaría, como mucho, una semana para encontrar un piso, como se le dice
acá, en alquiler. Dimos, no obstante, un margen de contingencia: trece noches
en total. La habitación cumplía su propósito. La cama, sin embargo, estaba
pegada a una ventana que da hacia el patio interno y se sentía un estallido
grave cada vez que se cerraba la puerta principal del edificio. Sobre mi cabeza
caían los flecos de unas deterioradas cortinas que hacían juego con la suciedad
de las paredes.
La
página más útil para encontrar un apartamento se llama idealista, fundada en el
2000 por Jesús Encinar, un graduado de la Escuela de Negocios de Harvard, con
el objetivo de ayudar a los españoles a encontrar casa, y que conecta con las
compañías corredoras de bienes raíces. Nunca nos hubiéramos imaginado que un
portal tan amigable nos llevaría a la cruda realidad inmobiliaria de Barcelona.
Al principio mandaba de largo a los corredores cuando me decían las condiciones
de los alquileres. Luego me di cuenta de que era una práctica común pedir, para
mi asombro, dos y tres meses de depósito de garantía (se le llama fianza) en
promedio, además de que el inquilino siempre es quien tiene que pagar la
comisión, así la inmobiliaria esté al servicio del propietario. A los
extranjeros se les hacía la tarea todavía más difícil y compleja y las
exigencias podían ser superiores, de tres a cuatro meses de garantía.
Alberto,
un corredor venezolano de WH, me dice que no importa lo que uno pueda tener en
una cuenta bancaria: para alquilar hay que demostrar un ingreso fijo o estar en
nómina. Las condiciones que piden los propietarios son casi iguales a las que
se exigen para calificar a una hipoteca. A los precios inflados se le sumaba
una suerte de anarquía en las condiciones requeridas. Existen, además, los
llamados “desahucios invisibles”, que son producto del aumento desmesurado de
la renta y, al vencimiento del contrato del alquiler, equivale a la no
renovación automática.
Entre
el traqueteo de la puerta y el desfase del huso horario pasé una noche entera
de insomnio leyendo sobre el tema inmobiliario, navegando en la red,
obsesionado por lo absurdo y despiadado del sistema. Un artículo de El País del
2 de septiembre titulaba “España vuelve a especular con la vivienda”. Entre el
2013 y 2018 el alza de alquileres en Barcelona ha sido del 47%. España es el
país de la OCDE en el que sus ciudadanos tienen que destinar la mayor parte de
sus ingresos para el pago de alquileres. En Catalunya esa cifra asciende a 51%.
La ley 29/1994 sobre Arrendamientos Urbanos (LAU) es clara sobre la fianza,
artículo 36, regula que será de un mes para los contratos de vivienda. ¿Por qué
entonces todo el mundo pide lo que le da la gana? Me hubiera gustado que el
manual de la Pompeu Fabra hablara de la burbuja inmobiliaria de alquileres en
Barcelona.
***
El
día que nos vinimos a España murió Monserrat Caballé. Me enteré de la noticia
en el avión, con un ejemplar de El País que logré succionar de primera clase, y
que me entregaron como un acto de piedad nocturna trasatlántica. Cuando
finalmente tomamos la decisión de saltar el charco, Ana colocó el video de
Freddy Mercury, el gran Mercury, y de Montserrat Caballé, interpretando una
pieza que es una oda a la ciudad. La canción “Barcelona” había resonado en mi
cabeza hasta el momento de tomar el vuelo. No le quise decir a Ana lo de la
muerte de Caballé en ese momento: mejor no pensar en simbolismos y
premoniciones fatales en un vuelo de once horas sobre el Atlántico. Tal vez la
señal no iba en una dirección fatalista de la vida misma sino inmobiliaria.
Aterrizamos
y pensé en una de las frases de la canción: Now my dream is slowly coming true,
idealizaba desde hacía rato lo que sería nuestra experiencia barcelonesa sin
saber lo que me encontraría con el tema del alquiler. Recogimos el equipaje y
tomamos un taxi con nuestras maletas de diáspora renovada en una nueva fase. El
taxista al vernos nos dijo: “¿¡Os habéis echado de casa!?”
***
Llegamos
a España la semana del puente del 12 de octubre y entramos en un vacío de
cuatro días. A las escabrosas condiciones para conseguir un apartamento se
agregaba la lenta velocidad de las respuestas de los corredores, bien sea por
correo o teléfono, como si todos tuvieran todos los clientes del mundo
interesados. El viernes de cualquier semana vulgar y silvestre era imposible
que un corredor mostrara un piso después de las tres de la tarde. Mucho peor
con un puente. Durante el desfile del 12 de octubre miré en televisión cómo le
gritaban a Pedro Sánchez, presidente de España: ¡Okupa! ¡Okupa! ¡Okupa! Al
principio no entendía que se trataba de uno de los problemas que ha contribuido
a la especulación inmobiliaria. La gente enardecida lo insultaba en alusión a
la idea de que Sánchez, a raíz de su maniobra política, se convirtió en un
“okupa” del Palacio de la Moncloa.
Ada
Colau, la alcaldesa de lo que será mi ciudad durante un año, estuvo vinculada
al movimiento okupa y en enero de 2016 visitó Maracaibo y Caracas para conocer
el sistema de invasiones a viviendas incentivado por Nicolás Maduro y el finado
Hugo Chávez, el padre de la criatura. Ada Colau ha sido promotora, por otro
lado, de la plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), pero me dice una
fuente, que prefirió el anonimato, que desde la Alcaldía no ha podido hacer
nada contra la especulación inmobiliaria. ¡Lo certifico!, digo, lo de la
especulación que existe. Tras la visita a Venezuela, la alcaldesa preparó un
informe en el que afirmó que el modelo chavista “puede inspirar” acciones
futuras en Europa.
La
prensa de Barcelona, por otra parte, recoge la molestia de la comunidad
venezolana cuando la Asamblea Nacional de Venezuela convocó al plebiscito el 16
de julio de 2017, como acto de desobediencia civil ante la ruptura del hilo
constitucional. Según La Vanguardia y El Periódico, se versiona la idea de que
la presión de la alcaldesa, a través del Ayuntamiento, habría impedido la
instalación de las mesas en un centro cívico que había sido reservado con el
pago de 900 euros para realizar la consulta. Los miles de venezolanos,
impedidos de acceder al lugar pautado, se vieron obligados a votar en la calle,
de manera improvisada, frente al Centre Cívic Pere Quart.
***
María
de Lourdes y Jesús, unos amigos venezolanos que tienen años de vivir en
Barcelona, nos invitan a cenar a su casa. “Bienvenidos a la República
Independiente de Mi Casa”, dice el tapete de entrada. María de Lourdes es hija
de vasco y catalana. Cuando les dijimos que habíamos calculado que en una
semana conseguiríamos piso se rieron a carcajadas en nuestras caras. Ana y yo
habíamos estado dos años en Nueva York desde el 2010 al 2012, habíamos
alquilado apartamentos en dos sitios distintos: uno en el Village y el otro en
Hells’ Kitchen, ambos los encontramos con rapidez y en condiciones razonables,
y eso que hablamos de una ciudad que se supone es una de las más rudas del
mundo. Nueva York es Disneyland comparado con el lejano oeste inmobiliario de
Barcelona.
La
noche fue muy reveladora en muchos aspectos. Jesús y María de Lourdes son ambos
PhD, con yo no sé cuántos títulos de posgrado. Nos hablan de los perroflautas,
personas tipificadas de esa forma, por lo general desempleados y melenudos, los
llamados okupas: gente que deambula buscando oportunidades, que aprovechan un
descuido para meterse en una casa extraña, cambiar el cerrojo, pedir una pizza
y apropiarse del sitio que costó el sudor de la frente a su dueño. Descubro una
cuenta abandona en Twitter, Perroflauta Okupa (@Perroflauta_sol), una suerte de
diario: “Después de toda la mañana en el parque con el Rata y su perro, ahora
toca siesta en la casa okupa”. En la ciudad hay muchos edificios y complejos
enteros tomados por los okupas y uno de ellos es motivo de visita con guía
turística. Barcelona fue pionera de este movimiento de colectivos invasores que
ha contagiado el resto de España y Europa.
Me
entero de que desalojar a un okupa puede llevar hasta tres años y luego dejan
el piso destruido, se llevan inclusive las pertenencias personales. Por ese
motivo, la entrada del edificio de nuestros amigos estaba tan iluminada y con
cámaras de seguridad. Según un artículo de El País, España y Portugal tienen la
peor legislación en Europa en materia de desalojos en cuanto a las tomas
ilegales de propiedades privadas o públicas. En Alemania y Francia se echa al
invasor de 24 a 48 horas. En Holanda, Dinamarca y Suecia se procede de
inmediato. En España se llega al punto de que algunos okupas en la práctica
“subalquilan” los pisos tomados: Okupa alquila habitación a okupa. He oído, por
cierto, de un servicio privado con ucranianos y españoles fornidos que se llama
Desokupa.
***
Durante
trece días vimos opciones en Gracia, Exiample, el Mercado de San Antoni, el
Born, el Gótico, Poblenou. Roberto Cisneros, un corredor salvadoreño de AB,
tras varios intentos fijó la hora de visita a las 13h en Carrer dels Enamorats.
El ático era bonito con una terraza que nos gustó mucho, se acercaba bastante a
lo que buscábamos, con el “pequeño” detalle de que al lado construían un
edifico. Nos dimos cuenta por un martilleo que hizo temblar la estructura.
Vimos muchos apartamentos con entradas lúgubres y deterioradas, con porterías
abandonados desde la recesión que estalló en España en el 2008, tan bien
retratada por Antonio Muñoz Molina en Todo lo que era sólido.
Gastón,
un corredor argentino de no recuerdo cuál agencia de tantas que llamamos, nos muestra
un piso en Carrer de Villaroel que resultó tenebroso a pesar de que en las
fotos parecía recién remodelado. Nos comenta que los propietarios exigen
fianzas tan altas porque cuando un inquilino no quiere pagar puede llegar a
tomar varios meses para desalojarlo legalmente. El 14 de junio de este año,
Jordi, un hombre de 50 años, se lanzó al vacío desde la ventana de un piso 10
en Cornellà de Llobregat, un municipio de Barcelona, cuando se presentó una
comisión judicial para desahuciarle por impago de alquiler. El 26 de noviembre,
en el barrio Chamberí de Madrid, Alicia, una mujer de 65 años, ante la llegada
de una comisión judicial que iba proceder a su desahucio por impago en el
alquiler, se lanzó desde el quinto piso y murió al caer sobre el pavimento.
***
Afuera
está muy oscuro. Son las cinco de la mañana. Una hora de sacrilegio en la
cultura española para estar despierto haciendo cualquier cosa. Estoy perturbado
con el drama habitacional. ¿Drama o karma? En La Forja no había posibilidad de
quedarnos. Por suerte, a través de un amigo, conseguimos una habitación en el
Born. El día que llegamos a su piso, esa misma noche, el ascensor se dañó.
Estuvo averiado hasta que nos fuimos, pese a una demagógica calcomanía colocada
en la puerta que aseguraba que tomaría dos días la reparación.
Nuestra
búsqueda insaciable continuaba. Hasta que Ana contacta a la empresa A., a la
que llegó no por idealista sino pidiendo referencias. No podíamos creerlo
cuando Cristina le informó que la comisión era 35% de un mes de alquiler y de
que pedían mes y medio de fianza. Nos llevaron a un piso de un edificio que
tenía una incómoda escalera externa para llegar en medio de una entrada
destartalada del Carrer de Trafalgar, pero que nos gustó por dentro y, con esas
condiciones, hombre: ¡a firmar!
***
El
ascensor del Born seguía dañado y tuvimos que bajar las maletas de la diáspora
por la escalera, rodarlas varias calles en viajes sucesivos. Dada la cercanía
no ameritaba tomar un taxi. Luego nos tocó subirlas por las estrechas escaleras
de Trafalgar en medio de la lluvia. La primera noche, tras celebrar nuestro
triunfo, ¡habíamos vencido los demonios inmobiliarios!, orgullosos de “haber
burlado” al descarado sistema, cuando ya nos disponíamos a descansar, nos damos
cuenta de lo fuerte que era el ruido y la vibración continua del metro hasta la
una de la mañana.
Al
día siguiente compré tapones de silicona y empecé a usar la opción de sonido de
agua de manantial del celular para tratar de opacar, al menos, el ruido
continuo del metro. El temblor ocasionado por el tren subterráneo, claro está,
no tenía remedio. La calefacción, para colmo, no funcionaba y la temperatura
había descendido unos diez grados. Me entero del tema de la “pobreza
energética” en España. Solo en Barcelona hay unos 400.000 hogares que viven en
temperaturas no aptas para el cuerpo humano, al no tener la gente cómo pagar
ese servicio esencial. Ante el dilema de comida versus calefacción muchos no la
encienden en el invierno. Desde la misteriosa puerta comunicante del cuarto
contiguo, producto de haber divido en dos a un gran apartamento, se oía la
música y los juegos de una chica que nos dijeron que ni se sentía. Encima de
nosotros los pasos del vecino sonaban como bajos de una pieza de música
electrónica en una fiesta rave.
El
domingo 4 de noviembre, en medio del ruido constante de la calle Trafalgar, que
se oye desde la sala y la cocina, me llega la melodía de una canción que
proviene del Arc de Triomf. Abro la puerta del balcón y se expande una pieza
musical que reconozco: Soy desierto, selva, nieve y volcán/Y al andar dejo una
estela/El rumor del llano en una canción/Que me desvela. Me pongo una chaqueta,
me acerco al lugar y me encuentro a un grupo venezolano interpretando canciones
en una jornada dedicada a los derechos de los inmigrantes a una vivienda. ¡No
lo podía creer! A lo largo de la explanada había puestos de ayuda al inmigrante
y un toldo con charlas cada hora con respecto al tema inmobiliario. Había mucha
gente enojada. El cierre del acto, al final del día, fue la lectura de una
proclama: “Por el derecho a una vivienda digna y sin discriminaciones en
Barcelona”.
Hasta
que nos agotamos del ruido y el temblor del metro que eran como un azote al
corazón, la falta de calefacción (que palearon con unos calentadores
portátiles), el ruido de la chica del cuarto contiguo de puerta misteriosa tipo
hotel, del vecino o vecina de arriba con su insufrible caminar pesado y que
movía muebles a medianoche como una manía incurable, el ruido propio de la
calle y, algo que no he mencionado: la habitación era tan oscura que parecía la
caverna de Platón; nos obligaba a tener todas las luces encendidas, inclusive
durante el día. Desesperado, dispuesto a romper las cadenas, y siguiendo un
impulso libertador, me presenté en la agencia como Robert De Niro en la
película Taxi Driver y les pedí un cambio: “¡No podemos vivir en ese piso!”,
afirmé con aplomo. Cristina y Marc se portaron bastante bien, no sé si producto
del impacto al ver mi aparición repentina como un espectro.
En
A. lograron darnos una alternativa. Reemplazamos el contrato y firmamos dos:
uno por breve plazo en Trafalgar hasta el 16 de diciembre, y el otro en Vía
Laietana a partir 17 de diciembre. Se trata de un apartamento silencioso que da
hacia el patio interno. La calefacción funciona y hay mucha luz natural. Hasta
tiene un pequeño estudio para escribir. Hemos vivido en Barcelona una
minidiáspora dentro de nuestra gran diáspora, como un nomadismo inesperado.
Cuatro lugares de alojamiento en poco más de dos meses. Me dicen que la vía
Laietana es el epicentro de las protestas independentistas. Eso me tiene sin
cuidado. Del idealismo a la independencia hay un abismo.
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