Por Marco Negrón
Si uno se atiene a los
siempre sospechosos informes oficiales, Venezuela estaría superando la pandemia
del Coronavirus con daños más bien limitados si se mide por el número de
infectados y fallecidos que se reportan. Sin embargo, ello no bastaría para
echar campanas al vuelo; antes por el contrario, puede estar contribuyendo a
perder de vista la necesidad de actuaciones que ya estaban presentes antes de
la pandemia y otras que nacen de esta, independientemente de la intensidad con
que haya castigado a cada región en particular.
En materia de políticas
urbanas, dos consensos fundamentales se manejaban en todo el mundo de cara al
combate contra el calentamiento global antes de que estallara la peste:
favorecer el desarrollo de ciudades compactas, es decir, densas y con mezcla de
usos, y desestimular el uso del auto privado potenciando en cambio el
transporte público y los desplazamientos peatonales y en bicicleta.
Mientras no se desarrolle
una vacuna que permita prevenir la infección, la alternativa que se ha
encontrado es la clásica: el distanciamiento social, que, en principio, entra
en contradicción con aquellos dos consensos porque ambos implican congestión,
proximidad, contacto entre las personas. Aunque es imposible saber con certeza
qué pasará después, la mayoría parece coincidir en que un cierto
distanciamiento deberá ser mantenido, que las aglomeraciones excesivas deberán
evitarse y que es probable que ello exija innovaciones importantes en el diseño
de las ciudades, por lo que empiezan a esbozarse algunas ideas.
Milán, por ejemplo, se
propone reducir los viajes diarios en metro de los 1,4 millones antes de la
pandemia a 400 mil, reservando a la vez 35 kilómetros adicionales de calles
para uso preferente de peatones y ciclistas; aun cuando se proponen otras
medidas complementarias, parece improbable que sean suficientes para atender la
demanda del millón de viajeros dejados cada día en los andenes a causa del
descongestionamiento del transporte masivo.
Todos los países se verán
duramente afectados en sus economías, por lo que se plantea que esas políticas,
al igual que las específicamente orientadas a la recuperación económica, sean
respaldadas por financiamiento del estado nacional y de los organismos multilaterales;
en el caso de América Latina, cuyas economías ya venían muy deterioradas, se
anticipa la recesión más aguda y prolongada de la historia moderna, colocando a
la vez al Estado en una posición de privilegio porque, en la emergencia, parece
el único actor con credibilidad y capacidad para tomar decisiones en las
principales áreas en las que se debe actuar para superar la crisis.
El caso venezolano resulta
especialmente dramático porque el estallido de la pandemia nos sorprende
sumergidos en una crisis sistémica que nunca habríamos imaginado, en la que
sobresalen un éxodo sin precedentes que ha despojado al país de gran parte de
sus mejores talentos, una institucionalidad hecha trizas y un Estado
desmantelado y sin músculo financiero, con cada vez menos control sobre el
territorio pero secuestrado por una pequeña oligarquía que se mantiene sobre la
base de una política represiva brutal e indiscriminada y a la cual, por lo
demás, la pandemia le ha venido como anillo al dedo para justificar esta suerte
de arresto domiciliario colectivo al que nos ha sometido. Y encima, ahora
deberemos competir con muchos para tener acceso a los recursos de los que
carecemos para superarla.
Los antiguos egipcios
debieron soportar diez plagas hasta que el Faraón decidió aceptar las
exigencias de Yahvé; los venezolanos de este siglo ya hemos perdido la cuenta.
Mediando la década de 1980
Juan Nuño alertaba sobre los “codos de la historia”, esas encrucijadas en las
cuales las sociedades se atascan y pueden retroceder. Es evidente que Venezuela
tiene unos 30 años metida en uno de esos “codos” y que, para superarlo, harán
falta muchas cualidades éticas e intelectuales que hoy no parecen abundar.
Es hora de empezar una
discusión en serio y no sobre generalidades y lugares comunes: en un país con
un alto índice de urbanización, la del rescate de la ciudad parece ser un
terreno favorable para ello.
12-05-20
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