Américo Martín 12 de mayo de 2020
El gobierno de Nicolás Maduro ha formalizado una
denuncia contra Donald Trump, Iván Duque y Juan Guaidó acusándolos de
desencadenar una cruel y bárbara invasión militar contra Venezuela, que le da
pie para cumplir su anhelado deseo de poner tras las rejas a Guaidó y sus
compañeros. Cuando escuchó la noticia, Mike Pompeo, con una sonrisa
inocultable, respondió:
- Si eso fuera
cierto, todos saben que la operación hubiera triunfado.
¿Pueril jactancia de Pompeo? Es difícil no creerle si
recordamos la Tormenta del Desierto, dirigida por EEUU contra Sadam
Hussein para la liberación de Kuwait o la de Normandía contra el yugo
nazi-facista.
Pasemos revista sumaria a la Guerra del Golfo y
cotejémosla con la “invasión de Macuto”, premisa de la operación contra Guaidó.
En el Golfo, bajo la jefatura del brillante General Norman Schwarzkopf, se
desplegaron 959.600 soldados, 2000 carros de combate,
100 barcos de guerra, incluidos 6 portaaviones y al menos 1800 modernos aviones
de combate. En los ataques iniciales se utilizaron 100 misiles crucero Tomahawk disparados
desde el mar Rojo y el golfo Pérsico.
Algunos de los blancos alcanzados fueron tres palacios
presidenciales, el Ministerio de Defensa, la Dirección de Inteligencia Militar,
5 estaciones de teléfono, el cuartel general de la Fuerza Aérea, una fábrica de
ensamblaje de misiles Scud, la sede del partido Baath, la sede central de la
policía, la estación central de televisión, diferentes ministerios y al menos
350 aviones enemigos.
Vistas estas cifras, ¿cómo es que sin rubor alguno,
hablan de la invasión norteamericana-colombiana del fin de semana en Macuto y
Chuao? Los “invasores” de La Guaira llegaron en peñeros no en portaaviones. Y
el saldo no pudo ser más precario, si pensamos en la Tormenta del Desierto, 8
masacrados y 16 detenidos. No sé si portaban navajas o escopetas, pero misiles
Tomahawk brillaron por su ausencia.
Una cosa lleva a la otra, quisieron abarcar demasiados
objetivos importantes, sobre todo envolver a Trump y Duque, para lo cual no les
quedó más que ponerlos al frente de la risible “invasión”. Olvidaron una regla
de oro de la política: atraer a quien pueda serlo, neutralizar a quien no pueda
ser atraído y saber entrañablemente que la convivencia no es un pecado, sino
una de las maneras de encarnar la unidad posible para vencer peligros de
apariencia insuperable.
Puesto que por ley natural, el animal humano busca
progresos y no perjuicios, es dable esperar que las torpezas puedan ser
minimizadas con políticas enriquecidas por la sabiduría que viene de la
experiencia. De donde puede esperarse, de nuevo, que la negociación con agenda
clara y transparente impulse la transición por el camino de un gobierno de
emergencia nacional.
Es obvio que en esta comedia de las equivocaciones
ambas partes no exhibieron sus mejores cualidades, pero de lo que sí estoy
seguro es que Maduro ha dejado pasar una buena oportunidad para negociar su
complejísima situación.
Al arremeter de nuevo contra EEUU y Colombia reabre
heridas que lo alejan de esa solución. Hubo un momento en que pareció factible
el inicio veraz de las negociaciones entre los protagonistas principales del
drama venezolano.
La oposición fluía hacia Guaidó en la medida en que la
mesa o mesita guardaba silencio. Y los radicales, amigos de la “invasión
libertadora”, perdían su espacio. Solo quedaba y queda la negociación, pero con
el escándalo de las demasías de Macuto también esta fórmula pierde algo de
credibilidad. Al inventar fantasías sobre invasiones imposibles, reiteran su
temor a las consecuencias de la paz. Copiando a Goebbels, convierten “cualquier
anécdota en amenaza grave”.
De las tres maneras de abordar la solución de la
tragedia venezolana, invasión militar, hiperrepresión y negociación con agenda
clara, sigue siendo ésta última la que más opción tiene. Se engañan quienes
crean que la represión o la zancadilla tengan piernas largas.
Es un error muy común en quienes ejercen el poder y
cuentan con el monopolio de los medios para la ejercer esa forma de control
social que es la hegemonía comunicacional. Pero el interesante pensamiento
gramsciano, premisa del eurocomunismo, vale decir, socialismo de rostro humano
que sin necesidad de violencia se impondría, mediante la persuasión, el cambio
revolucionario, resultó ser otra utopía destinada al olvido. Sin embargo, en
ese amplio propósito también fracasó, aunque quedaran algunas ramas verdes en
los árboles muertos.
El modelo actual de gobierno en Venezuela, hizo suya
la teoría de la hegemonía comunicacional, que sería un medio o una garantía
socialista, cuando en realidad, para decirlo en palabras del gran comunicólogo
español –venezolano de corazón–Marcelino Bisbal, se convirtió en dictadura
comunicacional.
Porque al final, siempre al final, la democracia se
sale con la suya. Afortunadamente.
Américo
Martín
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