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miércoles, 13 de mayo de 2020

Quien mucho abarca…, por @AmericoMartin




Américo Martín 12 de mayo de 2020

El gobierno de Nicolás Maduro ha formalizado una denuncia contra Donald Trump, Iván Duque y Juan Guaidó acusándolos de desencadenar una cruel y bárbara invasión militar contra Venezuela, que le da pie para cumplir su anhelado deseo de poner tras las rejas a Guaidó y sus compañeros. Cuando escuchó la noticia, Mike Pompeo, con una sonrisa inocultable, respondió:

  • Si eso fuera cierto, todos saben que la operación hubiera triunfado.

¿Pueril jactancia de Pompeo? Es difícil no creerle si recordamos la Tormenta del Desierto, dirigida por EEUU contra Sadam Hussein para la liberación de Kuwait o la de Normandía contra el yugo nazi-facista.

Pasemos revista sumaria a la Guerra del Golfo y cotejémosla con la “invasión de Macuto”, premisa de la operación contra Guaidó. En el Golfo, bajo la jefatura del brillante General Norman Schwarzkopf, se desplegaron 959.600 soldados, 2000 carros de combate, 100 barcos de guerra, incluidos 6 portaaviones y al menos 1800 modernos aviones de combate. En los ataques iniciales se utilizaron 100 misiles crucero Tomahawk disparados desde el mar Rojo y el golfo Pérsico.

Algunos de los blancos alcanzados fueron tres palacios presidenciales, el Ministerio de Defensa, la Dirección de Inteligencia Militar, 5 estaciones de teléfono, el cuartel general de la Fuerza Aérea, una fábrica de ensamblaje de misiles Scud, la sede del partido Baath, la sede central de la policía, la estación central de televisión, diferentes ministerios y al menos 350 aviones enemigos.

Vistas estas cifras, ¿cómo es que sin rubor alguno, hablan de la invasión norteamericana-colombiana del fin de semana en Macuto y Chuao? Los “invasores” de La Guaira llegaron en peñeros no en portaaviones. Y el saldo no pudo ser más precario, si pensamos en la Tormenta del Desierto, 8 masacrados y 16 detenidos. No sé si portaban navajas o escopetas, pero misiles Tomahawk brillaron por su ausencia.

Una cosa lleva a la otra, quisieron abarcar demasiados objetivos importantes, sobre todo envolver a Trump y Duque, para lo cual no les quedó más que ponerlos al frente de la risible “invasión”. Olvidaron una regla de oro de la política: atraer a quien pueda serlo, neutralizar a quien no pueda ser atraído y saber entrañablemente que la convivencia no es un pecado, sino una de las maneras de encarnar la unidad posible para vencer peligros de apariencia insuperable.

Puesto que por ley natural, el animal humano busca progresos y no perjuicios, es dable esperar que las torpezas puedan ser minimizadas con políticas enriquecidas por la sabiduría que viene de la experiencia. De donde puede esperarse, de nuevo, que la negociación con agenda clara y transparente impulse la transición por el camino de un gobierno de emergencia nacional.

Es obvio que en esta comedia de las equivocaciones ambas partes no exhibieron sus mejores cualidades, pero de lo que sí estoy seguro es que Maduro ha dejado pasar una buena oportunidad para negociar su complejísima situación.

Al arremeter de nuevo contra EEUU y Colombia reabre heridas que lo alejan de esa solución. Hubo un momento en que pareció factible el inicio veraz de las negociaciones entre los protagonistas principales del drama venezolano.

La oposición fluía hacia Guaidó en la medida en que la mesa o mesita guardaba silencio. Y los radicales, amigos de la “invasión libertadora”, perdían su espacio. Solo quedaba y queda la negociación, pero con el escándalo de las demasías de Macuto también esta fórmula pierde algo de credibilidad. Al inventar fantasías sobre invasiones imposibles, reiteran su temor a las consecuencias de la paz. Copiando a Goebbels, convierten “cualquier anécdota en amenaza grave”.

De las tres maneras de abordar la solución de la tragedia venezolana, invasión militar, hiperrepresión y negociación con agenda clara, sigue siendo ésta última la que más opción tiene. Se engañan quienes crean que la represión o la zancadilla tengan piernas largas.

Es un error muy común en quienes ejercen el poder y cuentan con el monopolio de los medios para la ejercer esa forma de control social que es la hegemonía comunicacional. Pero el interesante pensamiento gramsciano, premisa del eurocomunismo, vale decir, socialismo de rostro humano que sin necesidad de violencia se impondría, mediante la persuasión, el cambio revolucionario, resultó ser otra utopía destinada al olvido. Sin embargo, en ese amplio propósito también fracasó, aunque quedaran algunas ramas verdes en los árboles muertos.

El modelo actual de gobierno en Venezuela, hizo suya la teoría de la hegemonía comunicacional, que sería un medio o una garantía socialista, cuando en realidad, para decirlo en palabras del gran comunicólogo español –venezolano de corazón–Marcelino Bisbal, se convirtió en dictadura comunicacional.

Porque al final, siempre al final, la democracia se sale con la suya. Afortunadamente.

Américo Martín

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