Francisco Fernández-Carvajal 12 de mayo de 2020
@hablarcondios
— Las apariciones de Nuestra Señora.
— La Virgen pide penitencia por los pecados de los
hombres.
— Consagración del mundo al Inmaculado Corazón de
María.
I. El 13 de mayo de
1917, hacia el mediodía, se apareció Nuestra Señora por vez primera a tres
pastorcillos –Lucía, Jacinta y Francisco–, que habían llevado sus ovejas a
pastar a una hondonada cubierta de carrascas y de olivos que los lugareños
conocían con el nombre de Cova de Iría1.
La Virgen pidió a los niños que acudieran a aquel mismo lugar el día trece de
cada mes, durante seis meses consecutivos. El mensaje que les irá desgranando
la Señora es un mensaje de penitencia por los pecados que cada
día se cometen, el rezo del Santo Rosario por esta misma
intención y la consagración del mundo a su Inmaculado Corazón. En
cada aparición, la dulce Señora insiste en el rezo diario del Rosario, y les
enseña una oración para que la repitan muchas veces, ofreciendo sus obras y en
especial pequeñas mortificaciones y sacrificios: ¡Oh Jesús!..., por tu
amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de las ofensas hechas
al Inmaculado Corazón de María.
En agosto, la Virgen prometió un signo público,
visible por todos, como prueba de la veracidad de estos mensajes. En cada
aparición, la Virgen alentaba a los niños a que rezaran por la conversión de
los pecadores, ofreciendo sacrificios y rezando el Santo Rosario. El 13 de
octubre, tuvo lugar el llamado prodigio del sol. Decenas de miles
de personas, presentes en Cova de Iría, fueron testigos de este hecho
extraordinario; incluso fue visto por quienes estaban a muchos kilómetros del
lugar de las apariciones. Nuestra Señora declaró entonces a los niños que era
la Virgen del Rosario. También les dijo: «Es preciso que los
hombres se enmienden, que pidan perdón de sus pecados... Que no ofendan más a
Nuestro Señor, que ya es demasiado ofendido».
El Papa Juan Pablo II, recordando su peregrinación a
Fátima, donde acudió «con el rosario en la mano, el nombre de María en los
labios y el canto de la misericordia en el corazón», para dar gracias a Nuestra
Señora por haber salido con vida del atentado sufrido el año anterior, señalaba
que «las apariciones de Fátima, comprobadas por signos extraordinarios, en
1917, forman como un punto de referencia y de irradiación para nuestro siglo.
María, Nuestra Madre celestial, vino para sacudir las conciencias, para
iluminar el auténtico significado de la vida, para estimular a la conversión
del pecado y al fervor espiritual, para inflamar las almas de amor a Dios y de
caridad hacia el prójimo. María vino a socorrernos, porque muchos, por
desgracia, no quieren acoger la invitación del Hijo de Dios para volver a la
casa del Padre.
»Desde su santuario de Fátima, María renueva todavía
hoy su materna y apremiante petición: la conversión a la Verdad y a la Gracia;
la vida de los sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía, y la
devoción a su Corazón Inmaculado, acompañado por el espíritu de penitencia»2.
Hoy podemos preguntarnos cómo va nuestra
correspondencia a las frecuentes inspiraciones del Espíritu Santo para que
purifiquemos el alma, especialmente en la Confesión sacramental, cómo reparamos
por los pecados personales pasados y por los de todos los hombres, cómo rezamos
el Santo Rosario –especialmente en este mes de mayo–, poniendo «intenciones
ambiciosas», pidiendo que muchos amigos y compañeros se acerquen de nuevo a Cristo,
recorriendo con humildad el camino de vuelta del hijo pródigo.
II. «El mensaje de
Fátima es, en su núcleo fundamental, una llamada a la conversión y a la
penitencia, como en el Evangelio (...). La Señora del mensaje parecía
leer con una perspicacia especial los signos de los tiempos, los signos de
nuestro tiempo.
»La llamada a la penitencia es una llamada maternal;
y, a la vez, es enérgica y hecha con decisión»3.
Hoy, en nuestra oración, nos llega esta voz a la vez dulce y fuerte de la
Virgen, que apremia, como dirigida personalmente a cada uno de nosotros.
A lo largo de todo el Evangelio resuenan las
palabras arrepentíos y haced penitencia4.
Jesús comenzará su misión pidiendo penitencia: haced penitencia, porque
está cerca el Reino de los Cielos5.
Esta palabra significa la conversión del pecador, y designa todo un conjunto de
actos interiores y exteriores dirigidos a reparar el pecado cometido6.
La Virgen nos recuerda que sin penitencia no se recibe
el Reino de su Hijo; sin penitencia se está en el reino del pecado. Sin
penitencia, todos igualmente pereceréis7,
había anunciado el Señor. Por eso, en el mensaje que difunden los Apóstoles,
recién nacida la Iglesia, la predicación de esta virtud ocupará un lugar
esencial8. Todo el tiempo de la Iglesia peregrina, en el que nos
encontramos, aparece como spatium verae poenitentiae, un tiempo de
verdadera penitencia concedido por el Señor para que nadie perezca9.
Es necesaria la penitencia porque existe el pecado y nosotros no somos ajenos a
él, porque es necesario reparar por tantas faltas y debilidades propias y de
nuestros hermanos los hombres, y porque nadie, sin un privilegio especial y
extraordinario, está confirmado en gracia. «La finalidad última de la
penitencia –enseña el Papa Juan Pablo II– consiste en lograr que amemos
intensamente a Dios y nos consagremos a Él»10.
El Santo Cura de Ars solía afirmar que nos es tan necesaria para el alma como
el respirar para la vida del cuerpo11.
La primera muestra de esta virtud se manifiesta en
el amor a la Confesión frecuente de nuestras culpas actuales y
pasadas, que nos lleva a desearla, a cuidarla con esmero, con contrición
verdadera, y a llevar a cabo un eficaz apostolado entre nuestros parientes y
amigos para acercarles a este sacramento de la misericordia y de la alegría. La
virtud de la penitencia ha de estar presente, de alguna manera, en las acciones
corrientes de todos los días: en «el cumplimiento exacto del horario que te has
fijado, aunque el cuerpo se resista o la mente pretenda evadirse con ensueños
quiméricos. Penitencia es levantarse a la hora. Y también, no dejar para más
tarde, sin un motivo justificado, esa tarea que te resulta más difícil o
costosa.
»La penitencia está en saber compaginar tus obligaciones
con Dios, con los demás y contigo mismo, exigiéndote de modo que logres
encontrar el tiempo que cada cosa necesita. Eres penitente cuando te sujetas
amorosamente a tu plan de oración, a pesar de que estés rendido, desganado o
frío.
»Penitencia es tratar siempre con la máxima caridad a
los otros, empezando por los tuyos. Es atender con la mayor delicadeza a los
que sufren, a los enfermos, a los que padecen. Es contestar con paciencia a los
cargantes e inoportunos. Es interrumpir o modificar nuestros programas, cuando
las circunstancias –los intereses buenos y justos de los demás, sobre todo– así
lo requieran.
»La penitencia consiste en soportar con buen humor las
mil pequeñas contrariedades de la jornada; en no abandonar la ocupación, aunque
de momento se te haya pasado la ilusión con que la comenzaste; en comer con
agradecimiento lo que nos sirven, sin importunar con caprichos.
»Penitencia, para los padres y, en general, para los
que tienen una misión de gobierno o educativa, es corregir cuando hay que hacerlo,
de acuerdo con la naturaleza del error y con las condiciones del que necesita
esa ayuda, por encima de subjetivismos necios y sentimentales.
»El espíritu de penitencia lleva a no apegarse
desordenadamente a ese boceto monumental de los proyectos futuros, en el que ya
hemos previsto cuáles serán nuestros trazos y pinceladas maestras. ¡Qué alegría
damos a Dios cuando sabemos renunciar a nuestros garabatos y brochazos de
maestrillo, y permitimos que sea Él quien añada los rasgos y colores que más le
plazcan!»12. ¡Qué buena obra maestra aparece entonces!
III. Una
parte del mensaje de Fátima era el deseo de la Virgen de que se consagrara el
mundo a su Inmaculado Corazón. ¿Dónde iba a estar más seguro el mundo? ¿Dónde
vamos a estar nosotros mejor defendidos y amparados? Esta Consagración
«significa acercarnos, por intercesión de la Madre, a la misma fuente de la
Vida, que brotó en el Gólgota. Este manantial corre ininterrumpidamente,
brotando de él la Redención y la gracia. Se realiza continuamente en él la
reparación por los pecados del mundo. Este manantial es fuente incesante de
vida nueva y de santidad»13.
Pío XII (cuya ordenación episcopal había tenido lugar
precisamente el 13 de mayo de 1917, el día de la primera aparición) consagró al
Inmaculado Corazón de María el género humano y, especialmente, los pueblos de
Rusia14. Juan Pablo II ha querido renovarla, y a ella nos podemos
unir nosotros: «¡Oh Madre de los hombres y de los pueblos!, tú que conoces
todos sus sufrimientos y esperanzas, tú que sientes maternalmente todas las
luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que invaden el
mundo contemporáneo, acoge nuestro grito que, como movidos por el Espíritu
Santo, elevamos directamente a tu corazón, y abraza con el amor de la Madre y
de la Sierva este nuestro mundo, que ponemos bajo tu confianza y te
consagramos, llenos de inquietud por la suerte terrena y eterna de los hombres
y de los pueblos.
»De manera especial ponemos bajo tu confianza y te
consagramos aquellos hombres y naciones que necesitan especialmente esta
consagración. “¡Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios!”. “¡No
deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades!”.
»¡No deseches!
»¡Acoge nuestra humilde confianza y entrega!»15.
Santa María, siempre atenta a lo que le pedimos, nos
dejará que encontremos refugio y amparo en su Purísimo Corazón.
1 C.
Barthas, La Virgen de Fátima, Rialp. Madrid 1963, p. 86 ss.
—
2 Juan
Pablo II, Ángelus, 26-VII- 1987. —
3 ídem, Homilía
en Fátima, 13-V-1982. —
4 Cfr. Mc 1,
15. —
5 Mt 4,
17. —
6 Cfr. L.
Boyer, Diccionario de Teología, Herder, Barcelona
1983, voz Penitencia. —
7 Lc 13,
3. —
8 Cfr. Hech 2,
38. —
9 Cfr. 2
Pdr 3, 9. —
10 Juan
Pablo II, Homilía en Fátima, cit. —
11 Santo
Cura de Ars, Sermón sobre la penitencia. —
12 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 138. —
13 Juan
Pablo II, Homilía en Fátima, cit. —
14 Pío
XII, Radiomensaje Benedicite Deum, 31-X-1942. —
15 Juan
Pablo II, Consagración a la Virgen de Fátima, 13-V-1982.
*Desde el 13 de
mayo al 13 de octubre de 1917, la Virgen se apareció en Fátima (Portugal) a
tres niños: Lucía, Francisco y Jacinta. Estas apariciones fueron precedidas por
tres apariciones de un Ángel en la primavera de 1916. La Virgen les recomendó,
en cada ocasión, el rezo del Santo Rosario y la reparación por las ofensas que
recibe su Inmaculado Corazón. El 13 de octubre tuvo lugar un prodigio, que fue
observado por miles de personas, anunciado por Nuestra Señora para que el mundo
comprendiera la veracidad de estas apariciones: el sol, como un disco luminoso,
comenzó a girar sobre sí mismo, asemejándose a una rueda de fuego. El fenómeno
duró unos diez minutos.
*La Virgen pidió
que fuera consagrado el mundo a su Inmaculado Corazón, Esta Consagración, a
petición del Episcopado portugués, fue realizada solemnemente por Pío XII el 31
de octubre de 1942. Fue renovada por Juan Pablo II.
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