Carolina Gómez-Ávila 25 de enero de 2021
El asunto venezolano comienza por preguntar
directamente si usted cree que el país vive en una democracia plena. Cuídese de
no preguntar si es una dictadura porque hay mucho conocedor de categorías que
está dispuesto a hacerle analizar, una por una, una nutrida lista de
posibilidades y su evolución en los últimos 200 años, a la luz de una decena de
autores y medio millar de artículos arbitrados, para que usted se pierda en los
pecíolos de un par de gramíneas y jamás logre ver el bosque.
Es verdad que el estudio pormenorizado de las
categorías, de ser acertado, contribuiría a trazar estrategias de
confrontación. Pero también es verdad que la historia no se repite tanto como
para asignar categorías ya existentes a una realidad que ya, más que compleja,
es única.
Las novedades seculares sobre el alcance y ritmo de la
manipulación de la información y la permeabilidad de las élites científicas y
sociales, que encontraron su punto de fusión con los criminales, no nos
permiten aislar fenómenos como se hacía hasta hace cosa de 40 años.
Por otra parte, los mensajes para el pueblo deben ser,
en términos cartesianos, claros y distintos. De otra manera el pueblo no verá
cómo convertirse en acción. Esto lo saben esos que se solazan haciéndole ver
las nervaduras del envés de los vástagos nacidos al pie de los árboles que
limitan con el bosque.
La verdad es que me basta saber que no vivo en una
democracia plena para reclamarla. Y tengo claro que no hay retorno a una
democracia plena sin elecciones que (por favor, corra la voz) se definen
internacionalmente como «libres y justas». Con esas dos palabras —¡no necesita
una más!— usted engloba cerca de tres docenas de condiciones muy exigentes que
en nuestro país no se cumplen desde hace mucho.
Como a la fecha nos deben las presidenciales de 2018 y
las parlamentarias de 2020, reclamo elecciones presidenciales y parlamentarias
libres y justas. Pero recordemos que están en el calendario de este año las
regionales y las municipales. Es decir que pronto, tal vez ya, podremos hacer lo que hizo el 21 de enero pasado el Parlamento
Europeo, reclamar elecciones generales libres y justas; esto es,
presidenciales, parlamentarias, regionales y municipales.
No se mortifique con el cómo, que usted y yo somos
pueblo, no estrategas políticos. Solo digámosles, una y otra vez a nuestros
líderes políticos, que no aceptamos que trabajen para otra cosa que no sea para
lograrlas.
Pero, sobre todo, digámosle a la comunidad
internacional que no tenemos un árbitro confiable que pueda gestionarlas para
nosotros, por lo que quizás usted vea de buen grado, como yo, que sea la propia
comunidad internacional nuestro árbitro y que las gestione íntegramente.
Así tendríamos la certeza de que nuestros votos
sacarían del poder a la dictadura de una manera constitucional, pacífica,
democrática y no injerencista. A menos que, llegado el momento, los inmaduros
que se creen líderes porque hemos tenido que apoyarlos coyunturalmente en esta
o aquella ocasión, se lancen, cada uno por su cuenta, logrando que la clientela
de la dictadura sea suficiente para que se imponga otra vez.
Como ven, no me engaño. ¡Pero al menos tengamos esa
opción! Porque la otra es seguir en esa categoría en la que nos morimos de
mengua y no tenemos libertades ni futuro; categoría cuyo nombre solo entiende
un puñado de iniciados… a quienes ofendemos en lo más profundo de su biblioteca
si la llamamos dictadura.
Carolina
Gómez-Ávila
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