Trino Márquez 20 de enero de 2021
@trinomarquezc
Uno
de los grandes desafíos de Joe Biden consiste en acabar y superar lo que
podríamos llamar la cultura Trump, basada en la pugnacidad permanente, la
confrontación, el desprecio por el adversario, el supremacismo blanco y el
aislacionismo, en plena etapa de despliegue de la globalización y la revolución
informática, que han desbordado las fronteras nacionales. Biden debe convertir
esa pesadilla que fue Trump, en una nota de pie de página; en un accidente que
puede olvidarse con rapidez.
Su
discurso de toma de posesión se colocó en esa línea. Había quienes esperaban
que se refiriera a los grandes problemas del planeta en la actualidad. No fue
así. Dada la situación existente en Estados Unidos desde algunos meses antes de
las elecciones de noviembre, el nuevo Presidente de Estados Unidos tenía que
abordar, a partir de una visión general y estratégica, la compleja encrucijada
en la que se encuentra la sociedad norteamericana. Así lo hizo.
Trump deja un país dividido y polarizado, en el cual
el 6 de enero hubo un intento fallido de golpe de Estado. Deja una sociedad
enrumbada hacia una eventual guerra civil. Allí existen más armas de fuego que
población, muchas de las cuales se encuentran en manos de ese sector que
simpatiza con el expresidente, precisamente el más agresivo y belicoso.
Washington fue militarizada para la transmisión de mando. Parecía una ciudad en
guerra. En ese ambiente erizado, las palabras del nuevo mandatario tenían que
dirigirse a desactivar la bomba solo mata gente colocada por Trump en los
cimientos del sistema institucional.
Biden dijo en su discurso inaugural: “prevaleció la
democracia”. “Querían expulsarnos de El Capitolio, pero no pudieron”. En
efecto, fue así. Luego de un breve parpadeo de algunas de las figuras más
importantes del Partido Repúblicano, estos recompusieron sus planos e hicieron
prevalecer los intereses de la democracia en un Estado federal tan complejo
como el estadounidense. Mike Pence -el vicepresidente, tratado siempre como
segundón por el empresario convertido en jefe de Estado- se le insubordinó en
el momento preciso. Se negó a desconocer la decisión de los colegios
electorales que habían ratificado la victoria inobjetable de Biden. El líder de
la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, también se distanció de
Trump en el momento crucial. Ahora lo señala como instigador de los bochornosos
hechos ocurridos en El Capitolio. El ala más moderada de los republicanos
decidió no acompañar al presidente saliente en esa aventura tan temeraria y
peligrosa como era descalificar los resultados de las elecciones del 3 de
noviembre. Prevalecieron los intereses nacionales sobre la insensatez de un
megalómano, que no sabe cómo manejar la frustración, y anda por la vida
tratando de imponer su criterio sobre la opinión de la mayoría.
Insistir en la importancia de la “unidad nacional”
estuvo entre los hilos conductores de la alocución de Biden. Su diagnóstico fue
breve, preciso e inapelable. La sociedad norteamericana solo ha estado
cohesionada durante períodos muy breves. Luego de finalizada la Segunda Guerra
Mundial. En algunos momentos de la Guerra Fría, especialmente cuando la Crisis
de los Misiles en octubre de 1962. Sin embargo, la nota dominante ha sido la
división entre blancos y negros; entre el mundo rural y el mundo urbano; entre
inmigrantes y nativos; entre quienes se apañan con la globalización y quienes
creen en el nacionalismo a ultranza. Trump subrayó estos contrastes. Los
alimentó. A la población negra la despreció y agredió. Esa fue una de las
causas fundamentales de su derrota. Ahora a Biden le corresponde curar las
heridas que las fracturas han provocado, como él mismo lo señaló en sus
palabras. Tiene que recomponer la nación, no a partir de esos pedantes y
odiosos slogans Make America Great Again o America First, sino del
reconocimiento de que Estados Unidos se convirtió en un país segmentado,
atravesado por desigualdades y contradicciones enormes, que ponen en peligro la
posibilidad de emprender proyectos nacionales de largo alcance.
Ahora, habrá que ver cuáles son las primeras medidas
que Biden anuncia con relación a América Latina y a Venezuela. Por ahora, la
oposición ha sido muy bien tratada. Juan Guaidó fue reconocido como líder por
Anthony Bliken, el nuevo Secretario de Estado; y Carlos Vechio estuvo presente
en el acto de juramentación, invitado por el nuevo Presidente.
El discurso de Biden no estuvo dirigido al mundo. No
fue urbi et orbi. Se centró en la reconciliación, la lucha contra los enemigos
de la democracia y los factores que conspiran contra la unidad nacional. Todo
su esfuerzo, dijo, estará colocado en rehacer la unidad de Estados Unidos. La
crisis desatada por la Covid-19, inevitable de tratar, fue tocada
tangencialmente. Ya vendrán los anuncios.
¡Qué bueno ver de nuevo a un político profesional de
larga y probada trayectoria asumir la presidencia de Estados Unidos! Los
forasteros autoritarios y megalómanos solo causan grandes daños a los países
que gobiernan.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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