Por Mercedes Malavé González
El milagro económico
tuvo manos bien visibles que modelaron, ajustaron y adaptaron el laissez-faire capitalista
a la dramática situación económica y social de Alemania. Ludwig Erhard y Konrad
Adenauer fueron figuras claves para la implementación de un modelo
socioeconómico conocido como economía social de mercado.
Erhard resumía su
propósito en el sueño “quiero probar mis propias fuerzas, quiero hacerme cargo
yo mismo de los riesgos que enfrento en mi vida, quiero ser responsable de mi
destino. Te encargo a ti, Estado, crear las condiciones para que pueda
hacerlo”.
Este deseo armonizaba
las aspiraciones de libertad e iniciativa individuales, con la ineludible
necesidad de hacerlo en sociedad, en un lugar determinado, con unas leyes
específicas, bajo las garantías de orden, seguridad y protección que ofrece el
Estado.
Si no fuera por las
realidades fronterizas, quizás las zonas más activas, vivas y latentes de
nuestro mundo, hablar de Estado-nación sería algo tan abstracto como hablar de
amor, paz y libertad, aunque estas también tienen sus delimitaciones vivas que
laten en figuras como la Madre Teresa, Nelson Mandela o Martin Luther King.
La economía social de
mercado obliga a reflexionar sobre el Estado y sus funcionarios, sobre sus
atribuciones y competencias económicas. La buena noticia es que superar el
modelo socialista no obliga asumir, con el mismo dogmatismo decimonónico, el
sistema capitalista.
Generar condiciones es
la única tarea de un Estado y, para eso, sus funcionarios, servidores públicos,
deben ocuparse de las personas y no de los negocios. Distinción que supieron
fijar muy bien los alemanes y por eso tuvieron éxito.
Sometidos, como
estamos, a dinámicas pendulares de polarización, de todo o nada, de blanco y
negro, de tú o yo, de sectarismo, etc., resulta difícil alcanzar el anhelado
centro, tanto en lo político como en lo económico y social. Orden, equilibrio,
estabilidad: características del sistema económico alemán que permitieron a una
nación arruinada material, espiritual y anímicamente, levantarse.
En situaciones de suma
precariedad, mínima institucionalidad y pobreza letal –término acuñado en los
últimos días por Rafael Simón Jiménez– pareciera que no tenemos otro destino
que la extrema necesidad y la eterna cola, la escasez de todo, la devaluación,
la palanca, la irregularidad, el soborno, el sálvese quien pueda, y pare de
contar.
Mientras transcurre la
tragedia, el gobierno se percató de la necesidad del laissez-faire para
no gobernar sobre calaveras, como dice Carlos Raúl Hernández; pero sí en una
creciente y escandalosa inequidad social, en un viraje pragmático «como sea»
que le lleva a gritar “patria, capitalismo o muerte” en su acostumbrado tono,
vacío de fondo y revolucionario de forma, tan banal como mortal.
Pero las grietas, el
abismo social y el desastre pueden suceder y, ese día, nos percataremos, entre
otras realidades, de que no somos chinos.
Un ejemplo aleccionador
de las cosas que ocurren aquí —y no en China— lo advertía hace casi 40 años la
Cepal, cuando anunciaba el peligro del neofeudalismo: esa realidad que resulta
como consecuencia directa del enquistamiento social o ausencia de movilidad de
personas, familias y grupos sociales de una clase social a otra, dentro de un
sistema o modelo socioeconómico específico coordinado por el Estado, no por
grupos económicos, mucho menos por mafias.
Analizaban los
investigadores de Latinoamérica que dicha rigidez en la estratificación de la
población llevaba consigo una progresiva desintegración nacional, hasta el
punto de generar verdaderos “compartimientos estancos que cultivan el
aislamiento selecto de grandes grupos”.
Se crean fenómenos
comunicacionales aislados, conflictos latentes o disimulados: “las lealtades se
dirigen al grupo cercano de referencia en menoscabo del consenso nacional e,
incluso, los cuerpos de seguridad se «privatizan» para proteger este régimen
neofeudal”.
El neofeudalismo
responde a la conjunción de la crisis económica y política:
“Mal se perfilará el
devenir social latinoamericano si estas señales de neofeudalismo persisten. Sin
duda, están vinculadas con la doble crisis económica y política; es un
mecanismo desesperado de defensa colectiva. Pero hay que atacarlo a tiempo a
medida que las perturbaciones suavicen. De lo contrario, adquirirá dinámica
propia”…y lo estamos viviendo.
Un Estado que, en lugar
de generar condiciones, lo que hacen sus funcionarios es enchufarse,
especializarse en extorsiones y rendir cuentas a camaradas, negándole
condiciones al resto, nunca podrá levantar una economía por más que se lo
proponga o se lo impongan los chinos.
A lo sumo levantarán un
bodegón por aquí, un casino por allá y, con suerte, una refinería a media
máquina, sin agua ni electricidad.
Así se llega a parar en
una activa «guettoización» que produce una convivencia inerte, un sistema de
soledades partidas y compartidas, un neofeudalismo, en fin, que no llega
después de la madurez económica sino en un medio estancado y regresivo, que
podría inclinarse a una caótica desestabilización”. (Cepal, Reflexiones
sobre la condición latinoamericana, 1985).
Mercedes Malavé es Político.
Doctora en Comunicación Institucional (UCAB/PUSC) y profesora en la UMA.
18-01-21
https://talcualdigital.com/viraje-peligroso-por-mercedes-malave-gonzalez/
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