Por Piero Trepiccione
Por estos días hemos
tenido una verdadera guerra de cifras en Venezuela. Desde el gobierno, en la presentación de su memoria y cuenta ante
los parlamentarios electos el 6-D, Nicolás Maduro habló de unas cifras de
pobreza que se equiparan a las de países más desarrollados y mejor organizados
en términos estatales que el nuestro. Desde los círculos académicos se refleja
un país cuyos indicadores superan con creces la media latinoamericana y
una crisis multidimensional que impacta a toda la población.
Pero más allá de las
cifras, aguas abajo ¿qué nos está diciendo realmente la cotidianidad que viven
los venezolanos? sigue siendo muy dura hasta tal punto que nuevamente
estamos viendo flujos migratorios hacia el exterior como vía de escape de una
población que sigue sometida a una serie de limitaciones de carácter económico
y de servicios en general. Pero también cuatro años de hiperinflación están
haciendo estragos sobre el ingreso promedio de la gran mayoría de
personas, tanto las activas laboralmente como las pensionadas y jubiladas que
padecen diariamente la merma de su capacidad de compra.
El deterioro de la
infraestructura general del país limita la capacidad de producción por las
dificultades con el transporte público y privado, las enormes fallas
eléctricas que siguen sin variar, la escasez en la distribución del agua, gas
doméstico e industrial y la atención de los entes públicos que se ha visto
retrasada por el esquema de funcionamiento actual. Más que nunca
dependemos de las importaciones, solo que ahora se realizan más desde el sector
privado que desde el Estado.
La educación se
encuentra prácticamente semi paralizada en todas sus modalidades. En el sector
público desde las escuelas hasta las universidades, los salarios que devengan
los docentes ni siquiera permiten una subsistencia mínima y éstos han tenido
que dedicarse a otras actividades –para nada académicas– con las cuales,
intentan compensar sus ingresos. Ni qué decir de la infraestructura escolar y
universitaria que, además que está siendo saqueada e invadida en muchos casos,
su deterioro es abismal.
En el sistema de salud
público, las cosas no son nada diferentes. El desmantelamiento de su personal
calificado por la migración es impresionante. En medio de la peor pandemia que
azota a la humanidad, el “catarro nos tomó sin pañuelos” y muy vulnerables. Y
somos muy conscientes de que los casos anunciados oficialmente nada tienen que
ver con la realidad. Cada día se multiplican los pedidos de ayuda por las
redes sociales para conseguir la medicación necesaria y poder atender
estos casos que no “figuran” en la agenda pública.
Los niveles de
desnutrición de la población infantil son motivo de preocupación de todas
las agencias internacionales que nos están apoyando en el tema humanitario. La
proliferación de comedores solidarios para atender este enorme déficit da
cuenta de una situación realmente crítica.
Y no menos preocupante
es lo que está ocurriendo en el liderazgo político. El fenómeno de la
atomización crece aceleradamente desconectando el discurso y las acciones con
las necesidades reales de la población. A la gente le cuesta creer en los
líderes políticos y en los partidos. Esta es quizás la dimensión más compleja
de la crisis que padecemos porque desde acá debe partir el resorte que impulse
la superación del estadio actual del país. Este 2021 nos plantea un
verdadero desafío aguas abajo. Una población en estado crítico y peor aún,
desesperanzada de su liderazgo, abre infinitas posibilidades, desde una
solución mágica hasta la aparición de un lobo feroz que erosione aún más la
multidimensionalidad de nuestra crisis.
18-01-21
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico