Por Luisa Pernalete
Misbel es una maestra
de la escuela de Fe y Alegría del estado Nueva Esparta. Ella dice que le gusta
ser educadora, que ama a los niños. Se va caminando a su colegio y comenta que
lo más difícil de su trabajo es ver la realidad de las familias de sus alumnos:
“Hay mucha hambre”, dice y añade que su gratificación la encuentra cuando en la
comunidad le saludan con rostros de alegría: “¡Adiós maestra!”, y a ella
también se le ilumina el rostro. “Sé que puedo ayudar a poner un grano de
azúcar en sus vidas”.
Como Misbel hay muchos
educadores que realmente tienen la vocación en su ADN y uno se anima de saber
que existen. Y por mi mente pasan testimonios de educadores realmente
admirables, como este del profesor Luis, director de una escuela en la
comunidad San Vicente, estado Aragua, que ha gestionado milagros desde el
colegio, al transformar un vertedero de basura en un parque. Luis camina una
hora hasta su centro, tuvo que vender su carro, pero eso no lo ha detenido.
O el del profesor
Roger, de un colegio de Carora, que en plena cuarentena visita con su bicicleta
a sus alumnos para acompañar creativamente sus clases de educación física.
¿Y qué tal esta
afirmación del profesor Rafael, director de un colegio de Antímano: “Ser
educador vino a darle el apellido a lo que soy como ciudadano? Esta labor está
integrada en mi vida y es mi esencia. Así lo siento, así lo vivo”.
¿Y cómo les parece el
caso de la profesora Luisa? Es directora de una escuela técnica agropecuaria
cerca de Cantaura, en el oriente del país: camina 12 kilómetros diarios para ir
y venir de su centro. En plena zona petrolera y no hay transporte público
para llegar a esa escuela rural. Pero ella no falta.
Y pudiera seguir con
más historias realmente conmovedoras y que uno no puede menos que admirar.
Pero no quisiera
terminar esta lista sin mencionar al padre Jean Pierre Wyssembach, sí. Maestro
de maestros. Por décadas impulsando las olimpíadas de lengua y matemáticas en
las escuelas públicas y privadas de La Vega; entrenando jóvenes para los
“liceos de vacaciones”. Y en los últimos años, en centros educativos del
oriente, desde su trabajo en Maturín. ¡No se cansa!
Entonces uno piensa:
estos educadores, y los miles que hay que están trabajando como si estuvieran
en una carrera de obstáculos para poder acompañar a sus estudiantes, pidiendo
teléfonos prestados, inventando guías para orientarles, manteniendo lazos
afectivos, formándose en plena marcha dado que nadie estaba preparado para
educar a distancia a niños y adolescentes…
Merecen el
reconocimiento de las familias de la sociedad, de las autoridades que deciden
sus salarios y sus condiciones de trabajo. Merecen el agradecimiento de todos.
Tratar con cariño a los
educadores comienza por que se sientan orgullosos de su rol en la sociedad. La
principal autoestima es la que viene de uno mismo. Eso ayuda a perseverar y a
luchar por su dignificación, sin jugar el papel de víctima.
Tratar al maestro con
cariño supone coherencia entre su papel de ofrecer presente y futuro a niños,
adolescentes y jóvenes, y pasa por la coherencia de ser remunerados en
concordancia con su labor en la sociedad. Como sucede en otros países, en los
cuales, el oficio de educador está entre los mejores pagados. Recordar que sin
maestros no hay escuela, sin maestros no hay ni educación presencial, ni
educación a distancia. ¡Hay que cuidarlos!
16-01-21
http://www.correodelcaroni.com/opinion/8127-al-maestro-hay-que-tratarlo-con-carino
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