Francisco Fernández-Carvajal 20 de enero de 2021
@hablarcondios
— El primado de Pedro se prolonga en la Iglesia a
través de los siglos en la persona del Romano Pontífice.
— El Vicario de Cristo.
— El Primado, garantía de la unidad de los cristianos
y cauce del verdadero ecumenismo. Amor y veneración por el Papa,
I. San Juan inicia
la narración de la vida pública de Jesús contándonos cómo se encontraron con Él
los primeros discípulos y cómo Andrés le presentó a su hermano Pedro. El Señor
le dio la bienvenida con este saludo: Tú eres Simón, hijo de Juan, tú
te llamarás Cefas, que quiere decir Pedro1. Cefas es
la transcripción griega de una palabra aramea que quiere decir piedra,
roca, fundamento. Por eso el Evangelista, que escribe en griego, explica el
significado del término empleado por Jesús. Cefas no era
nombre propio, pero el Señor llama así al Apóstol para indicar la misión que el
mismo Jesús le revelará más adelante. Poner el nombre equivalía a tomar
posesión de lo nombrado. Así, por ejemplo, Dios constituye a Adán dueño de la
creación y le manda poner nombre a todas las cosas2,
manifestando así su dominio. El nombre de Noé se le impone
como signo de nueva esperanza después del diluvio3.
Dios cambió el nombre de Abram por Abrahán para
designar que sería padre de muchas generaciones4.
Los primeros cristianos consideraron tan significativo
el nombre de Cefas que lo emplearon sin traducirlo5;
después se hizo corriente su traducción –Piedra, Pedro–, que motivó el
olvido, en buena parte, de su primer nombre, Simón. El Señor le llamará con
mucha frecuencia Simón Pedro, significando el nombre propio y la
misión y el oficio que se le encomienda. Resultan aún más significativas estas
palabras de Jesús al no ser Pedro –Cefas– nombre propio de persona
en aquella época.
Desde el principio, Pedro ocupó un lugar singular
entre los discípulos de Jesús y luego en la Iglesia. En las cuatro listas del
Nuevo Testamento donde se enumeran los Doce, Simón Pedro ocupa el primer lugar.
Jesús lo distingue entre los demás, a pesar de que Juan aparezca como su
predilecto: se aloja en su casa6,
paga el tributo por los dos7 y
posiblemente se le aparece primero8.
En muchas ocasiones se le destaca de los demás. Así, las expresiones Pedro
y sus compañeros9, Pedro
y los que te acompañaban10...
El ángel dice a las mujeres: Id a decir a sus discípulos y a Pedro...11.
Otras muchas veces, Pedro es el portavoz de los Doce; y también es quien pide
al Señor que les explique el sentido de las parábolas12,
etc.
Todos saben bien de esta preeminencia de Simón, Así,
por ejemplo, los encargados de recaudar el tributo se dirigen a él para cobrar
los dracmas del Maestro13...
Esta superioridad no se debe a su personalidad, sino a la distinción de que es
objeto por parte de Jesús, quien le otorgará de modo solemne este poder,
fundamento de la unidad de la Iglesia, que se prolongará en sus sucesores hasta
el fin de los tiempos: «El Romano Pontífice -enseña el Concilio Vaticano II es
el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos
como de la multitud de los fieles»14.
En estos días en que nuestra oración se dirige a
obtener del Señor la unidad de todos los cristianos, hemos de pedir de modo muy
particular por el Papa, en quien está vinculada toda unidad. Debemos pedir por
sus intenciones, por su persona: Dominus conservet eum et vivificet
eum... El Señor lo conserve, y lo vivifique, y le haga feliz en la
tierra..., le pedimos a Dios, y lo podemos repetir a lo largo del día, seguros
de que será una oración muy grata al Señor.
II. Estando en
Cesarea de Filipo, mientras caminaban, Jesús preguntó a los discípulos qué
opinaba la gente de Él. Y ellos, con sencillez, le contaron lo que se decía sobre
su Persona. Entonces Jesús les pidió a ellos su parecer, después de aquellos
años de seguirle: Y vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Pedro
se adelantó a todos y dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
El Señor le contestó con estas palabras tan trascendentales para la historia de
la Iglesia y del mundo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan,
porque no te ha revelado eso ni la sangre ni la carne, sino mi Padre que está
en los Cielos. Y Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las
llaves del reino de los Cielos, y todo lo que atares en la tierra quedará atado
en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra quedará desatado en los
Cielos15.
Este texto se encuentra en todos los códices antiguos
y es citado ya por los primeros autores cristianos16.
El Señor funda la Iglesia sobre la misma persona de Simón: Tú eres
Pedro y sobre esta piedra... Las palabras de Jesús van dirigidas a él
personalmente: «Tú»..., y contienen una clara alusión al primer
encuentro17. El discípulo es el fundamento firme sobre el que se asienta
este edificio en construcción que es la Iglesia. La prerrogativa propia de
Cristo de ser la única piedra angular18 se
comunica a Pedro. De aquí el nombre posterior que recibirá el sucesor de
Pedro: Vicario de Cristo, el que le suple y hace sus veces. De ahí
también ese entrañable título que Santa Catalina de Siena daba al Papa:
el dulce Cristo en la tierra19.
Viene el Señor a decir a Pedro: «aunque Yo soy el fundamento y fuera de Mí no
puede haber otro, sin embargo también tú, Pedro, eres piedra, porque Yo mismo
te constituyo en fundamento y porque las prerrogativas que son de mi propiedad
Yo te las comunico y, por consiguiente, son comunes a los dos»20.
En aquellos tiempos de ciudades amuralladas, entregar
las llaves era símbolo de dar la autoridad y de confiar el cuidado de
la ciudad. Cristo deposita en Pedro la responsabilidad de guardar y cuidar la
Iglesia, es decir, le da la autoridad suprema sobre ella. Atar y
desatar, en el lenguaje semita de la época, significa «prohibir y
permitir». Pedro y sus sucesores serán, al mismo tiempo que el fundamento, los
encargados de orientar, mandar, prohibir, dirigir... Y este poder, como tal,
será ratificado en el Cielo. Además, el Vicario de Cristo será
encargado, a pesar de su debilidad personal, de sostener a los demás Apóstoles
y a todos los cristianos. En la Última Cena, Jesús le dirá: Simón,
Simón, he aquí que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero Yo
he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú, cuando te conviertas,
confirma a tus hermanos21.
Ahora, en el momento en que recuerda las verdades supremas, cuando ha
instituido la Eucaristía y su Muerte está próxima, Jesús renueva la promesa del
Primado: la fe de Pedro no puede desfallecer porque se apoya en la eficacia de
la oración de Cristo.
Por la oración de Jesús, Pedro no desfalleció en su
fe, a pesar de su caída. Se levantó, confirmó a sus hermanos y fue la piedra
angular de la Iglesia. «Donde está Pedro, allí está la Iglesia; donde
está la Iglesia, no hay muerte, sino vida»22,
comenta San Ambrosio. Aquella oración de Jesús, a la que unimos hoy la nuestra,
mantiene su eficacia a través de los Siglos23.
III. La
promesa que Jesús hizo a Pedro en Cesarea de Filipo se cumple después de la
Resurrección, junto al lago de Genesaret, después de una pesca milagrosa
semejante a aquella primera en que Simón dejó las barcas y las redes y siguió
definitivamente a Jesús24.
Pedro fue proclamado por Cristo su continuador, su
vicario, con esa misión pastoral que el mismo Jesús indicó como su misión más
característica y preferida: Yo soy el Buen Pastor.
«El carisma de San Pedro pasó a sus Sucesores»25.
Él moriría unos años más tarde, pero era preciso que su oficio de Pastor
supremo durara eternamente, pues la Iglesia –fundada sobre roca firme– debe
permanecer hasta la consumación de los Siglos26.
Este Primado es garantía de la unidad de los
cristianos y cauce por el que debe desarrollarse el verdadero ecumenismo. El
Papa hace las veces de Cristo en la tierra; hemos de amarle, escucharle, porque
en su voz está la verdad. Y procuraremos por todos los medios que esta verdad
llegue a los rincones más lejanos o más difíciles de la tierra, sin
deformaciones, para que muchos desorientados vean la luz y muchos afligidos
recobren la esperanza. Viviendo la Comunión de los Santos, rezaremos cada día
por su persona, como uno de los más gratos deberes de nuestra caridad ordenada.
La devoción y el amor al Papa constituye para los
católicos un distintivo único que comporta el testimonio de una fe vivida hasta
sus últimas consecuencias. El Papa es para nosotros la tangible presencia de
Jesús, «el dulce Cristo en la tierra»; y nos mueve a quererlo, y a oír esa voz
del Maestro interior que habla en nosotros y nos dice: Este es mi
elegido, escuchadlo, pues el Papa «hace las veces de Cristo mismo, Maestro,
Pastor y Pontífice, y actúa en su lugar»27.
1 Jn 1, 42. —
2 Gen 2, 20. —
3 Gen 5, 20. —
4 Gen 17, 5. —
5 Cfr. Gal 2, 9; 11; 14. —
6 Lc 4, 38-41. —
7 Mt 17, 27. —
8 Lc 24, 34. —
9 Lc 9, 32. —
10 Lc 8, 45. —
11 Mc 16, 7. —
12 Lc 12, 41. —
13 Mt 17, 24. —
14 Conc. Vat. II,
Const. Lumen gentium, 23. —
15 Mt 16,
16-20. —
16 Cfr. J.
Auer, J. Ratzinger, Curso de Teología dogmática, Herder,
Barcelona 1986, vol. VIII, La Iglesia, p. 267 ss. —
17 Jn 1,
42. —
18 Cfr. 1
Pdr 2, 6-8. —
19 Santa
Catalina de Siena, Carta 207, ed. italiana de P. Misciateli,
Siena 1913, vol. III, p. 270. —
20 San
León Magno, Sermón 4. —
21 Lc 22,
31-32. —
22 San
Ambrosio, Comentario sobre el Salmo 12. —
23 Cfr. Conc.
Vat. II, Const. Pastor aeternus, 3. —
24 Jn 21,
15-17. —
25 Juan
Pablo II, Alocución 30-XII-1980. —
26 Conc.
Vat. II, loc. cit., 2. —
27 Conc. Vat. II, Const. Lumen
gentium, 21.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico