Tulio Ramírez 22 de enero de 2021
Por allá, a comienzos de los ’70, la juventud
caraqueña comenzó a usar una palabra proveniente del ámbito de la psicología
para describir el acto de atribuir a los demás comportamientos, actitudes e
intenciones que en realidad eran propias.
Cuando se quería descalificar el argumento de una
persona contra un tercero se le acusaba de “proyectar” su propio yo en tales
argumentos.
“El Bemba acusa al Cabeza e’ Caja de ser un
tumba-jevas, pero lo que está haciendo es proyectando su conducta. No recuerda
que él le tumbó la Waleshka al pana Rodilla e’ Chivo”. Palabras más, palabras
menos, los defensores del Rodilla le encasquetaban al inquisidor del Bemba los
defectos que este le atribuía al común amigo, Cabeza e’ Caja. Dijera un
intelectual chavista: “Eso es la sabiduría del pueblo mesmo”.
La primera vez que escuché la expresión no comprendí
su significado. Poco tiempo después, gracias a una novia que estudiaba
Psicología en la UCV, fue que comprendí lo que se quería expresar. No
profundicé más porque, a los pocos meses, ella terminó conmigo y, por supuesto,
dije adiós a esa rama de la ciencia.
Si buscamos en el Diccionario de la Real Academia de
los Flojos (Wikipedia), la proyección se define como “un mecanismo de defensa
por el que el sujeto atribuye a otras personas las propias virtudes o defectos,
incluso sus carencias”. Como en Venezuela no somos dados a alabar a nadie, a
menos que sea “el componedor de todo lo que Dios hizo mal”, o sea Hugo Chávez,
debemos quedarnos con el cachito de “los defectos y carencias” que nos brinda
esta definición.
Así, entonces, cuando escuchamos a alguien decir que
“fulano de tal” lo que hizo fue proyectarse cuando despellejaba a “Perico de
los palotes”, debemos entender que lo atribuido al señor “de los palotes”, debe
interpretarse de retruque, como inherente a la personalidad y manera de actuar
del intrigante “fulano de tal”. Esa es la hermenéutica que debe prevalecer.
Toda esta fastidiosa introducción viene al caso porque
durante los últimos días hemos observado ejercicios claros de proyección por
parte de voceros del gobierno nacional al pronunciarse sobre los bochornosos
hechos ocurridos en la sede del Congreso de los Estados Unidos. Algunos
personajes pertenecientes a la cúpula gubernamental y otros de muy bajo rango
(o más bien, más lejos del Tesoro nacional), dejaron escuchar su indignación y
tristeza por “el poco talante democrático de esas huestes del fascismo”. ¡Qué
cinismo!
Cada vez que emitían este tipo de declaración, la cara
se les desdoblaba en una pieza de tabla pura y dura, proyectaban sus miserias y
maldades con lágrimas de baba orillera (cocodrilo suena demasiado elegante),
“olvidando” que las mismas antidemocráticas acciones fueron impulsadas por
ellos en la sede parlamentaria de la esquina de San Francisco.
Frescos están en la memoria los violentos asaltos al
Palacio Federal por turbas gobierneras armadas con cabillas y palos,
obedeciendo órdenes de los que hoy se sienten indignados por los sucesos de
Washington.
En esos ataques arremetieron salvajemente contra
diputados con la descarada complicidad de quienes eran los llamados por ley a
resguardar la integridad de la sede y sus integrantes.
No soy psicólogo, pero encaja clarito. Sin embargo,
seré prudente y no me meteré a aprendiz de brujo usando términos que no domino
muy bien. Me limitaré a caracterizar esas declaraciones con el popular: “mira
al cachicamo diciéndole al morrocoy, conchúo”.
Tulio
Ramírez
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