Opus Dei 30 de enero de 2021
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Primera
reflexión para meditar durante los siete domingos de san José. Los temas
propuestos son: la devoción de los siete domingos de san José; la misión del
padre de Jesús; patrón de la Iglesia y de la Obra.
CUANDO JESÚS, durante su ministerio público por
Galilea, llegó a predicar en la sinagoga de su propia ciudad, todos «se
quedaban admirados» (Mt 13,54). La actitud de sus paisanos nos habla de la
impresión que causaba aquel a quien habían visto crecer entre sus plazas y
calles: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el
hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José,
Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros? ¿Pues de dónde le
viene todo esto?» (Mt 13, 55-56).
Uniéndose a esa curiosidad santa por saber más acerca
del entorno familiar de Cristo, la tradición de la Iglesia ha identificado en
la Sagrada Escritura siete momentos cruciales en la vida de san José; son siete
vivencias suyas en las que, como es normal también en nosotros, se mezclan el
gozo y el dolor, la alegría y el sufrimiento. Es por eso que en muchos lugares
se dedican los siete domingos previos a su fiesta a meditar estos pasajes. Un
día, en una tierra con especial devoción a san José, alguien preguntó a san
Josemaría cómo acercarse más a Jesús: «Piensa en aquel hombre maravilloso,
escogido por Dios para hacerle de padre en la tierra; piensa en sus dolores y
en sus gozos. ¿Haces los siete domingos? Si no, te aconsejo que los hagas»[1].
La devoción al santo patriarca la podemos hallar sobre
todo a través del arte y de la devoción a lo largo del tiempo en varias instituciones
de la Iglesia. En el siglo XVII, el Papa Gregorio XV instituyó por primera vez
una fiesta litúrgica en su nombre. Posteriormente, en 1870, el santo Papa Pio
IX nombró a san José patrono universal de la Iglesia. A partir de entonces,
Leon XIII dedicó una encíclica al santo patriarca y en el centenario de este
documento san Juan Pablo II escribió la exhortación apostólica Redemptoris
custos. Ya en el tercer milenio, el papa Francisco publicó también una
carta sobre san José bajo el título Patris corde, Con
corazón de Padre. Este reiterado interés de la Iglesia, de manera especial
en los últimos tiempos, puede renovar en nosotros una actitud de
agradecimiento, admiración y puede llevar a que nos preguntemos: ¿qué lugar
ocupa san José en mi corazón?
«JOSÉ, HIJO DE DAVID, no temas recibir a María, tu
esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo
de sus pecados» (Mt 1,20-21). De esta manera, tan sencilla, el ángel disipa las
dudas y temores de José. No sabemos con certeza qué es lo que pasaba por su
corazón y su mente. Con seguridad no dudó de la inocencia de su esposa, por lo
que el ángel le confirma lo que quizá ya intuía en su alma: allí había algo de
Dios. En efecto, a través del ángel, Dios mismo le confía cuáles son sus planes
y cómo cuenta con él para llevarlos llevarlos adelante. José está llamado a ser
padre de Jesús; esa va a ser su vocación, su misión.
«¡Qué grandeza adquiere la figura silenciosa y oculta
de san José –decía san Juan XXIII– por el espíritu con que cumplió la misión
que le fue confiada por Dios. Pues la verdadera dignidad del hombre no se mide
por el oropel de los resultados llamativos, sino por las disposiciones
interiores de orden y de buena voluntad»[2]. El santo
patriarca, a pesar de ser consciente de la importante y nobilísima tarea que el
Señor le encomendó, ha llegado a nosotros como un ejemplo de humildad y
discreción. Es en el silencio de aquel «ocultarse y desaparecer» en donde los
planes divinos dan sus mayores frutos.
También ahora, Dios continúa confiando en José para
que cuide de su familia, de la Iglesia y de cada uno de sus hijos, con la misma
dedicación y ternura que lo haría con el Señor. Un antiguo aforismo judío dice
que un verdadero padre es aquel que enseña la Torá –la ley de Dios– a su hijo,
porque es entonces cuando le engendra de verdad. San José cuidó del Hijo de
Dios y, en cuanto a hombre, le introdujo en la esperanza del pueblo de Israel.
Y eso mismo hace con nosotros: con su poderosa intercesión nos lleva hacia
Jesús. San Josemaría, cuya devoción a san José fue creciendo a lo largo de su
vida, decía que «san José es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en
su camino terreno a quienes le veneran, como protegió y acompañó a Jesús
mientras crecía y se hacía hombre»[3].
«LA IGLESIA entera reconoce en san José a su protector
y patrono. A lo largo de los siglos –señala san Josemaría– se ha hablado de él,
subrayando diversos aspectos de su vida, continuamente fiel a la misión que
Dios le había confiado. Por eso, desde hace muchos años, me gusta invocarle con
un título entrañable: Nuestro Padre y Señor»[4]. Este título
es un honor y una responsabilidad. Junto con María, José alimenta, cuida y
protege a la familia. Y la Iglesia, al ser la familia de Jesús, tiene a san
José como patrono y protector: «La Iglesia, después de la Virgen Santa, su
esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José,
y a él recurrió sin cesar en las angustias»[5].
El Concilio Vaticano II habla de «escrutar a fondo los
signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que,
acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes
interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida»[6]. Por eso, como
familia, nos preguntamos constantemente qué es lo que el Señor quiere que
aprendamos de cada situación y en cada encrucijada. La intercesión de los
santos es una ayuda del cielo para descubrir a Dios en todos los
acontecimientos y hacer presente su poder. San José guía y custodia a la
Iglesia en este caminar.
Y también san José es patrono de esta familia que es
la Obra. En los primeros años, san Josemaría acudió especialmente a él para
poder hacer presente a Jesús Sacramentado en uno de los primeros centros del
Opus Dei. Por su intercesión, en marzo de 1935 fue posible tener al Señor
reservado en el oratorio de la Academia-Residencia DYA, de la calle Ferraz, en
Madrid. Desde entonces, el fundador de la Obra quiso que la llave de los
sagrarios de los centros del Opus Dei tuvieran una pequeña medalla de san José
con la inscripción Ite ad Ioseph; el motivo es recordar que, de
modo similar a como el José del Antiguo Testamento lo hace con su pueblo, el
santo patriarca nos había facilitado el alimento más preciado: la Eucaristía.
Pidamos a José que nos siga ayudando a acercarnos a
Jesús Sacramentado, que es el alimento del que se nutre la Iglesia y esta partecica que
es la Obra. Así lo hizo junto a María, en Nazaret, y así lo hará también con
ella en nuestros hogares.
[1] San Josemaría, Notas de una reunión familiar,
15-IX-1972.
[2] San Juan XXIII, Radiomensaje, 1-V-1960.
[3] San Josemaría, Es Cristo que pasa,
n. 39.
[4] Ibíd.
[5] San Juan Pablo II, ex. ap. Redemptoris
Custos, n. 28.
[6] Concilio Vaticano II, constitución
pastoral Gaudium et spes, n. 4.
Tomado de: https://opusdei.org/es-ve/document/meditaciones-primer-domingo-san-jose/
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