Francisco Fernández-Carvajal 17 de enero de 2021
@hablarcondios
— Voluntad de Cristo de fundar una sola Iglesia.
— La oración de Jesús por la unidad.
— La unidad, don de Dios. Convivencia amable con todos
los hombres.
I. Creo en
la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica1.
¡Cuántas veces a lo largo de nuestra vida hemos hecho esta profesión de fe,
saboreando cada una de estas notas: una, santa, católica y apostólica! Pero
en estos días en que la Iglesia nos propone una Semana para rezar con más
fervor por la unidad de los cristianos, estaremos unidos en la oración al Papa,
a los Obispos, a los católicos de todo el mundo y a nuestros hermanos
separados. Estos, aunque no tienen la plenitud de fe, de sacramentos o de
régimen, tienden a ella, impulsados por el mismo Cristo, que quiere ut
omnes unum sint2,
que todos, y de modo particular los cristianos, lleguen a la unidad en una sola
Iglesia, la que Cristo fundó, aquella que permanecerá en el mundo hasta el fin
de los tiempos.
Creo en la Iglesia, que es una... La unidad es nota característica de la Iglesia
de Cristo y forma parte de su misterio3.
El Señor no fundó muchas iglesias, sino una sola Iglesia, «que en el Símbolo
confesamos como una, santa, católica y apostólica, y que nuestro Salvador,
después de su Resurrección, encomendó a Pedro para que la apacentara
(cfr. Jn 21, 17), confiándole a él y a los demás Apóstoles su
difusión y gobierno (cfr. Mt 28, 18 ss.), y la erigió
perpetuamente en columna y fundamento de la verdad (cfr. 1 Tim 3,
15). Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad,
subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los
Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentran muchos
elementos de santidad y verdad que, como bienes propios de la Iglesia de
Cristo, impelen hacia la unidad de Cristo»4.
En ocasiones se ha comparado la Iglesia a la túnica de Cristo,
inconsútil, de una sola pieza, sin costuras, tejida de arriba abajo5:
no tiene costuras para que no se rompa6,
afirma San Agustín.
El Señor manifestó de muchas maneras su propósito de
fundar una sola Iglesia. Nos habla de un solo rebaño y un solo pastor7,
nos advierte de la ruina de un reino dividido en facciones contrapuestas -omne
regnum divisum contra se, desolabitur8 de
una ciudad cuyas llaves se entregan a Pedro9 y
de un solo edificio construido sobre el cimiento de Pedro10...
Hoy, en la Comunión de los Santos, en la que de forma
diversa participamos, nos unimos a tantos y tantos en todo el mundo que, con
pureza de intención, piden: ut omnes unum sint, que todos seamos
uno, en un solo rebaño bajo un solo Pastor, que no se desgaje nunca más una
rama del árbol frondoso de la Iglesia. ¡Qué dolor cuando algún sarmiento se
separa de la vid verdadera!
II. La solicitud
constante de Jesús por la unidad de los suyos se manifestó de una manera
particular en la oración de la Última Cena, que es, a la vez, como el
testamento que nos deja a los discípulos: Padre santo, guarda en tu
nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros... No solo ruego
por ellos, sino también por los que creerán en Mí por las palabras de ellos,
para que todos sean uno, como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti, que ellos también
sean uno en nosotros para que el mundo crea que Tú me has enviado11.
Ut omnes unum sint... La unión con Cristo es causa y condición de la
unidad de los cristianos entre sí. Esta unidad es uno de los mayores bienes
para toda la humanidad, pues, siendo la Iglesia una y única,
aparece como signo ante las naciones para invitar a todos a creer en
Jesucristo, el Salvador único de todos los hombres; Ella continúa en el mundo
esa misión salvadora de Jesús. El Concilio Vaticano II, haciendo referencia a
los fundamentos del ecumenismo, relaciona la unidad de la Iglesia con su
universalidad y con esta misión salvadora12.
La unidad de fe y de costumbres es la que motiva la
celebración del llamado primer Concilio de Jerusalén13,
en los comienzos de la Iglesia. Y una buena parte de las Cartas de
San Pablo son un llamamiento a la unidad. El cuidado de este bien tan grande es
el principal encargo que San Pablo hace a los presbíteros14,
a sus más íntimos colaboradores, y a quienes le habían de suceder en el
pastoreo y sostenimiento de aquellas comunidades15.
Esta preocupación está siempre presente en todos los Apóstoles16.
La doctrina de los Padres de la Iglesia lleva siempre
a defender esta unidad querida por Cristo, y consideran la separación del
tronco común como el peor de los males17.
En nuestros días, ante la pretensión de un falso ecumenismo de algunos que
consideran todas las confesiones cristianas como igualmente válidas, rechazando
la existencia de una Iglesia visible heredera de los Apóstoles y, por tanto, en
la que se realiza la voluntad de Cristo, el Concilio Vaticano II declaró para
nuestra enseñanza que «una sola es la Iglesia fundada por Cristo Señor; muchas
son, sin embargo, las Comuniones cristianas que a sí mismas se presentan ante
los hombres como la verdadera herencia de Jesucristo; todos se confiesan
discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y siguen caminos
diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido. Esta división contradice
abiertamente a la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y daña a la
causa santísima de la predicación del Evangelio a todos los hombres»18.
Porque amamos apasionadamente a la Iglesia nos duele
en lo más íntimo del alma este «escándalo para el mundo» que constituyen las
divisiones y sus causas. Por eso hemos de pedir y de ofrecer sacrificios,
pequeñas mortificaciones en medio del trabajo diario, para atraer la
misericordia de Dios, de manera que –superando muchas dificultades– sea cada
vez mayor la realidad de esta unión en la única Iglesia de Cristo. En lo que
esté de nuestra parte, quitaremos lo que pueda ser obstáculo, aquello que, por
no vivir personalmente las exigencias de la vocación cristiana, pudiera ser
motivo para que otros se alejen o no se acerquen a la Iglesia; resaltaremos lo
que tenemos en común, dado que quizá a lo largo de la historia se ha puesto más
de relieve lo que separa que aquello que puede ser motivo de unión. Esta es la
intención y la doctrina del Magisterio, pues «la Iglesia se reconoce unida por
muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de
cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de
comunión bajo el sucesor de Pedro»19.
Aunque no están en plena comunión con la Iglesia, hay algunos que tienen la
Sagrada Escritura como norma de fe y vida, manifiestan un verdadero celo
apostólico, han sido bautizados y han recibido otros sacramentos. Algunos
poseen el episcopado, celebran la Sagrada Eucaristía y fomentan la piedad hacia
la Virgen María. Participan en cierto modo en la Comunión de los Santos y
reciben su influjo, y son impulsados por el Espíritu Santo a una vida ejemplar20.
El deseo de unión, la oración por todos, nos lleva a
ser ejemplares en la caridad. También de nosotros se ha de decir, como de los
primeros cristianos: mirad cómo se aman21.
III. La
unidad es un don de Dios y por eso está estrechamente ligada a la oración y a
la continua conversión del corazón, a la lucha ascética personal por ser
mejores, por estar más unidos al Señor. Poco podremos hacer por la unidad de
los cristianos «si no hemos logrado esta intimidad estrecha con el Señor Jesús:
si realmente no estamos con Él y como Él santificados en la verdad; si no
guardamos su palabra en nosotros, tratando de descubrir cada día su riqueza
escondida; si el amor mismo de Dios por su Cristo no está profundamente
arraigado en nosotros»22.
El amor a Dios nos ha de llevar a pedir, de modo
particular en estos días, por esos hermanos nuestros que mantienen aún muchos
vínculos con la Iglesia. Contribuiremos eficazmente a la edificación de esa
unión en la medida en que nos afanemos por buscar la santidad personal en lo
corriente de todos los días y aumentemos nuestro espíritu apostólico. El fiel
católico ha de tener siempre un corazón grande y debe saber servir
generosamente a sus hermanos los hombres –a los demás católicos y a quienes
tienen la fe en Cristo sin pertenecer a la Iglesia o profesan otras religiones
o ninguna y mostrarse abierto y siempre dispuesto a convivir con todos. Hemos
de amar a los hombres para llevarlos a la plenitud de Cristo, y así hacerlos
felices. Señor –le pedimos con la liturgia de la Misa infunde en
nosotros tu Espíritu de caridad y... haz que cuantos creemos en Ti vivamos
unidos en un mismo amor23.
*Cada año, del
18 al 25 de enero, fiesta de la Conversión de San Pablo, la Iglesia dedica ocho
días a pedir especialmente para que todos aquellos que creen en Jesucristo
lleguen a formar parte de la única Iglesia fundada por Él.
*León XIII, en
1897, en la Encíclica Satis cognitum, dispuso ya que fueran consagrados a
esta intención los nueve días que median entre Ascensión y Pentecostés. En el
año 1910, San Pío X trasladó la celebración a los días 18 al 25 de enero de
cada año (entre las fiestas de la Cátedra de San Pedro, que se celebraba
entonces el día 18 de este mes, y la Conversión de San Pablo).
*El Concilio
Vaticano II, en el Decreto sobre ecumenismo, instaba a esta oración,
«conscientes de que este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos
en la unidad de una sola y única Iglesia de Cristo excede las fuerzas y la
capacidad humana» (Decr. Unitatis redintegratio, 24).
1 Símbolo
Nicenoconstantinopolitano. Denz 86 (150). —
2 Jn 17,
21. —
3 Cfr. Pablo
VI, Alocución 19-I-1977. —
4 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 8. —
5 Cfr. Jn 19,
23. —
6 Cfr. San
Agustín, Tratado sobre el Evangelio de San Juan, 118, 4.
—
7 Jn 10,
16. —
8 Mt 12, 25. —
9 Mt 16, 19. —
10 Mt 16, 18. —
11 Jn 17, 11, 20-21. —
12 Cfr, Conc. Vat. II,
Decr. Unitatis redintegratio, 1. — 13 Hech 15,
1-30. —
14 Hech 20,
28-35. —
15 Cfr. 1
Tim 4, 1-16; 6, 3-6; Tit 1, 5-16; etc. —
16 Cfr. 1
Pdr 2, 1-9; 2 Pdr 1, 12-15; Jn 2,
1-25; Sant 4, 11-12; etc. —
17 San
Agustín, Contra los parmenianos, 2, 2. —
18 Conc.
Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio. —
19 ídem,
Const. Lumen gentium, 15. —
20 Cfr. ibídem.
—
21 Tertuliano, Apologético,
39. —
22 Juan
Pablo II, Alocución por la Unión de los Cristianos,
23-I-1981. —
23 Misal
Romano, Misa por la unidad de los cristianos, 3. Ciclo B.
Oración después de la Comunión.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
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