Paulina Gamus 21 de marzo de 2021
Hubo un tiempo en que muchas familias, especialmente
algunas tachirenses, consideraban importante tener un hijo militar y otro cura.
Me tocó estudiar primer año de Derecho en la UCV con uno que era cura y tenía
un hermano militar. Pero el cura no se conformaba solo con la sotana, la usaba
para asistir (una que otra vez) a clases y con menos regularidad a los
exámenes. Del resto, el padre Moncada (Vidal) como lo llamábamos, que era una
versión años 50 de George Clooney; vestía de militar por ser capellán del
Ejército y paseaba en su vehículo convertible a hermosas damas elegidas para
cada ocasión.
Ese fue para mí —una despistada joven de 17 años que
apenas se sabía la tonada de Billo’s: «la marina tiene un barco, la aviación
tiene un avión y allá vienen los cadetes en correcta formación»— el primer
encuentro con un militar a veces y cura otras.
Vivíamos la dictadura de Pérez Jiménez. Los militares,
sin llegar a los niveles de abusos y trapacerías del siglo XXI, hacían valer su
autoridad por encima de la ley colocando sus gorras en la ventana trasera de
sus automóviles. Así uno sabía a qué atenerse.
Mi segunda experiencia con un militar fue con el
vicealmirante Wolfgang Larrazábal. El hecho de que yo fuese adeca y tuviera el
primer voto de mi vida comprometido con Rómulo Betancourt, no significaba que
era ciega. Imposible dejar de admirar la prestancia y buenamozura del marino.
Muchos años después, cuando Wolfgang era senador vitalicio, me enterneció verlo
caminar desde el Concejo Municipal de Caracas hasta la esquina, solo, sin
escoltas y montar en un taxi.
Nunca he podido entender, hasta el día de hoy, la
fijación de tantos compatriotas primero con el militar que nos salvaría de los
adecos y de los copeyanos y ahora con el que nos salvará del heredero del que
nos quiso salvar de los adecos y de los copeyanos.
No pasa un día sin que alguien invoque la dignidad de
los militares para que se alcen y nos liberen de la pesadilla
Maduro-Padrino-Diosdado-Jorge Rodríguez-Delcy-Cilia-Tareck-el otro Tarek,
etcétera. Me permito hacer una invocación al revés y diré el porqué.
Una de las personas que más quise, admiré y agradecí
fue el doctor Rafael Vegas, sobreviviente de la invasión del Falke. Me costaba
aceptar que ese hombre lleno de inteligencia, belleza, bondad y sabiduría
tuviese su corazón tan enfermo por el mal de Chagas que contrajo huyendo por la
selva. El Falke, más que una aventura fue una locura, aunque se coloree
de romanticismo épico.
El golpe —revolución— que derrocó a Isaías Medina en
octubre de 1945, triunfó porque fue cívico militar. Si hubiese sido solo
militar, lo dudo. El que derrocó a Rómulo Gallegos en noviembre de 1948 fue
incruento porque así lo quiso el Presidente. Y llegó el 1 de enero de 1958:
¡se alzó la aviación! Nuestro héroe, el coronel Hugo Trejo. Mi familia
vivía en la vieja y ya inexistente urbanización El Conde, a unas siete u ocho
cuadras de la Seguridad Nacional, la temible policía política. Mi mamá, mis
hermanas y yo subimos a la azotea de la casa para saludar con banderas de
Venezuela y pañuelos blancos a los aviadores que nos iban a liberar de Pérez
Jiménez. Pero resulta que nos estaban bombardeando.
Por suerte es tradición que en Venezuela las bombas no
exploten, los tanques no avancen (salvo algunos de utilería en los desfiles del
5 de julio) y las fragatas no naveguen.
Esas bombas dirigidas a la S.N. cayeron unas once o
doce cuadras más abajo. Los vecinos del Este-10 Bis tuvieron la suerte de ser
evacuados hasta el balneario Los Caracas, que entonces era de lujo, mientras
los especialistas desenterraban las bombas.
Y llegó el 23 de enero. Dos días antes, el
21/01/1958, a las 12:00 m, sonaron las sirenas de las fábricas y la
ciudad se paralizó. El 22 lo mismo. En la madrugada del 23, a las 2:00
am, llamó por teléfono mi vecino Armando Izaguirre, (hermano de
Alejandro, luego secretario general de A.D. y ministro de Relaciones Interiores
en el segundo gobierno de CAP). «El hombre se fue, oye el avión». ¿Fue acaso un
golpe militar lo que hizo huir a Marcos Pérez Jiménez? Para nada: el paro
cívico muy importante, la Junta Patriótica también, pero lo determinante fue
que una parte del alto mando militar le quitó la alfombra. Otra parte quería
que luchara. Pero, o por ser militar de formación que no quería derramamientos
de sangre entre hermanos o porque ya tenía suficiente para vivir sin angustias
en cualquier otro sitio, el dictador decidió agarrar su maletín y tomar las de
Villadiego en la «vaca sagrada».
Ya ni recuerdo el nombre de los dos gorilas que
quisieron colarse en la Junta de Gobierno presidida por Wolfgang Larrazábal,
fueron repelidos.
Interesante saber cómo se formó aquella Junta. Existía
entre los aspirantes a enchufados, que siempre los hubo, la conseja de que
apenas se diera un golpe había que correr al Palacio de Miraflores. Los
primeros en llegar serían los ungidos. Cuenta, lo que quizá es leyenda, que
después de ocupar todos los cargos surgió la pregunta: ¿a quién
nombramos gobernador del territorio Federal Delta Amacuro? Silencio
sepulcral. Entonces un soldado de la escolta dijo: «Mi papá vive allá». !Ajá!
¿y cómo se llama tu papá?, «Fulano». Fue nombrado.
El Porteñazo y el Carupanazo, contra el gobierno de
Betancourt, tuvieron cierta importancia, pero fracasaron por improvisación y
deserciones. Luego vino el batiburrillo del 4-02-1992, que sería cómico si no
hubiese tantas pérdidas de vidas de jóvenes militares llevados a morir bajo
engaño.
El comandante Hugo Chávez, quien se cubriría de gloria
con el “por ahora”, se benefició de que nadie explotara de manera eficaz su
cobardía: a buen resguardo mientras mandaba a matar y a morir.
Imposible olvidar el otro golpe de la aviación el
27-11-1992. Algunos dirigentes de AD estábamos en el despacho del ministro de
Relaciones Interiores, Luis Piñerúa, cuando el edificio se estremeció. Bajamos
y había una inmensa bomba enterrada en la calle entre el Ministerio y la
Oficina Principal de Correos, en Carmelitas. No sé a qué oficial, santo o brujo
agradecer que aquella bomba tampoco explotara.
Del “Carmonazo” preferible no hablar. Ni el mejor
dramaturgo hubiese podido escribir una comedia de equivocaciones como aquella.
La lección que quedó es que el general Raúl Isaías Baduel, quien supuestamente
salvó a Chávez del derrocamiento y quizá de la ejecución, recibió como gratitud
llevar más de una década preso. Y toda su familia perseguida.
¿Golpe?
¿Militares salvándonos? ¿Un clavo saca otro clavo? Militares a los
cuarteles. La salida del desastre deberá ser cívica y civilista.
Paulina
Gamus
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