Ismael Pérez Vigil 27 de marzo de 2021
En el interior, y en la superficie, de la oposición
democrática, los temas de discusión −en consecuencia, de desacuerdo− se suceden
y van cayendo como en cascada. El de la negociación está en el aire, se siente,
se huele, se masculla sobre él con cierta vergüenza todavía; nadie se atreve a
asumirlo frontalmente, a darle identidad, a proponerlo en voz alta, de manera
directa; excepto quienes se le oponen, la mayoría se limita a satanizarlo, sin
mayores argumentos. Pero el tema está allí.
Y no puede ser de otra manera. Si no tenemos la fuerza
para acorralar al régimen y obligarlo a renunciar; o si no tenemos el apoyo de
la fuerza armada o el respaldo de una fuerza internacional para deponerlo, ¿Qué
alternativas nos quedan? En este momento solo tres; una es, no “jugar”, no
participar en nada y sentarse a esperar mejores tiempos; dos, aceptar
participar con las reglas del juego que imponga la tiranía y cínicamente tratar
de sacar algún provecho de la situación; o tres, construir o reconstruir una
fuerza tal que se oponga al régimen, ponga a dudar a quienes ahora lo apoyan, e
ir horadando, resquebrajando eso que los especialistas llaman el “bloque
hegemónico de poder” y se logre entonces obligarlo a sentarse en la mesa de
negociación para buscar una salida. Esa salida a la larga, concluirá obviamente
en un proceso electoral −con el perdón de la palabra− en el que se pueda
participar en igualdad de condiciones.
Son pocas las personas en el país que hoy no
concuerdan con que, de este régimen de oprobio, la única manera de salir es
obligarlo a una negociación; el problema es cómo se logra eso. Pero esta no es
la “negociación” que está planteada en este momento, la que el régimen está
propiciando y en la que ha accedido a participar. Por lo tanto, la oposición
democrática, en esta etapa de reflujo en la que se encuentra, está transitando
la ruta larga, pesada, de discutir internamente −y externamente− si debe
abstenerse o participar en el próximo proceso electoral.
En realidad, se discute en torno a un mito. ¿Cómo
llegar a unas supuestas elecciones “libres”, “competitivas”, negociadas con el
gobierno, a cambio de levantar sanciones? Hay un cuestionamiento muy real, de
muchos analistas y consultores que se preguntan, y se dicen a sí mismos y a los
demás: ¿Por qué vamos a suponer que el régimen, todopoderoso, está dispuesto a
negociar y conceder condiciones electorales favorables?, ¿A cambio del
levantamiento de las sanciones? Les parece contradictorio, injustificado, un
contrasentido y no les falta razón. Veamos.
Si en las circunstancias actuales, de acuerdo con
todas las encuestas y la opinión de todos los consultores y analistas −tirios y
troyanos, de la oposición democrática, alacranes, exchavistas, exmaduristas aun
chavistas, todos− el régimen perdería de corrido o de calle, como se dice
coloquialmente, cualquier elección que se organice que sea más o menos libre,
¿Por qué negociaría la posibilidad de perder el poder a cambio del
levantamiento de sanciones? ¿De qué le serviría el levantamiento de las
sanciones si pierde el poder? La respuesta para algunos es que para el régimen
es un buen negocio, eventualmente “cedería” algunas gobernaciones −que en
realidad no le restan mucho poder y que siempre las puede controlar con los
consabidos “protectores” − a cambio de que le levanten unas sanciones que sí lo
perturban. Sobre todo, claro está, si le levantan las sanciones “personales”,
las que recaen sobre los personajes del régimen, que varios las tienen y que
los afectan y los afectarán, estando o no en el poder, para continuar sus
“negocios” y disfrutar sus fortunas mal habidas en cualquier parte del mundo.
Esa sería la razón y no el que consideren que su poder esté amenazado, que es
lo que no parece muy claro en este momento.
Y no faltan razones para pensar que no vean su poder
amenazado, a juzgar por la conducta política, impune, del régimen, para
controlar el país. No vale la pena repetir de nuevo todos los abusos,
ilegalidades y artimañas de que se vale para lograrlo, las doy por bien
conocidas, y son una clara muestra del omnímodo poder del régimen, aunque solo
esté sostenido, a no dudar, por la fuerza armada nacional y sus colectivos
violentos.
Sin embargo, en un mundo globalizado, como se ha
ratificado durante la pandemia, nada es gratis y el régimen ha pagado un precio
por todas sus ilegalidades, abusos de poder y violación de derechos humanos,
que lo han ido aislando internacionalmente, al menos del mundo occidental
democrático. A ello, sería absurdo negarlo, han contribuido esas sanciones
impuestas por algunos países como los EEUU y la UE, de las que el régimen ha
tratado, hasta ahora infructuosamente, de librarse.
Siempre he compartido que las sanciones contra un país
son inconvenientes, pues no solo no logran su propósito de debilitar al régimen
contra el cual se aplican y sí debilitan y empeoran las condiciones generales
de la población del país. Pero tampoco tengo ninguna duda que las sanciones
contra las personas, contra los factótums del régimen, si tienen eficacia. Y la
mejor prueba de esto es la insistencia del nuestro en intentar librarse de
ellas y poner como condición su eliminación cuando se les plantea cualquier
tipo de negociación. El objetivo del régimen es utilizar su poder de
negociación, que sin duda tiene, para librarse de unas sanciones que afectan en
lo personal a algunos de sus componentes; ni por un momento podemos pensar que
un supuesto daño de las sanciones a la población o una desmejora de su
condición de vida, sea algo que al régimen le preocupe y quiera resolverlo.
Pero sí una cosa debemos tener clara, es que esa es una señal de que las
sanciones personales si le pesan y debemos tener claro también que el gobierno
accedió a negociar en oportunidades anteriores por el peso que ejercen esas
sanciones.
Por otra parte, y para finalizar el tema de las sanciones,
no debemos cometer la ingenuidad en la que incurren algunos desprevenidos
opositores, que favorecen las opciones del régimen, al aducir un cierto daño,
impacto o empeoramiento de las condiciones económicas y sociales en Venezuela,
producto de esas sanciones, sin percatarse de dos cosas; una, que el régimen lo
que intenta es escudarse y tapar, con el supuesto efecto de las sanciones, la
desastrosa gestión de, casi, 23 años en el poder; y dos, que a pesar de lo que
dicen algunos voceros opositores contra ellas, varios estudios especializados,
de universidades y connotados grupos de pensamiento, sostienen y comprueban,
sin lugar a dudas, que nuestro mísero estado de vida y el deterioro de las
condiciones económicas y sociales, son el producto de erradas y desastrosas
medidas económicas, que vienen de mucho antes del año 2017, que es cuando se
empezaron a aplicar las mencionadas sanciones.
Como he dicho, no está muy claro que el régimen se
sienta amenazado hasta el punto de flexibilizar sus posiciones y hacer
concesiones a una oposición que considera, y está, debilitada; pero lo que he
descrito es el marco, el contexto, en el que se desenvuelve la negociación para
encontrar una salida a la crisis política y la discusión acerca de si
participar o no en el próximo proceso electoral, o en cualquier proceso
electoral de ahora en adelante.
Ismael
Pérez Vigil
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