Vladimiro Mujica 23 de marzo de 2021
@MujicaVladimiro
A raíz de una conversación con mi querido amigo
Asdrúbal Aguiar sobre los riesgos y tendencias de la democracia en estos
tiempos complejos, he leído con atención el Manifiesto
Progresista del Grupo de Puebla. Por supuesto que
conocía de las actividades de los herederos del Foro de Sao Paulo, pero el
Manifiesto de Puebla es un documento que requiere de análisis y reflexión
porque revela hasta que punto las tendencias y movimientos autoritarios, ahora
autodenominadas progresistas, que hacen vida en América Latina, han
avanzado en su intención de apoderarse de elementos claves de la narrativa y el
lenguaje sobre temas cruciales para la humanidad, especialmente en la etapa
pospandemia.
A diferencia del Newspeak introducido
por Orwell en su magistral advertencia sobre el totalitarismo 1984,
que apuntaba a una simplificación brutal del lenguaje de modo que algunas ideas
ni siquiera se pudieran pensar o concebir, y que formulaba paradojas
conceptuales, como las contenidas en el lema de Ingsoc “La guerra
es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es la fuerza“, el lenguaje
del Manifiesto de Puebla es cultivado y acucioso y descansa en una presunción
muy peligrosa para la libertad y la democracia en Occidente. A
saber, que es posible secuestrar el lenguaje del cambio deseado por las grandes
mayorías del planeta, y ofrecer una distopía de un Estado autoritario para
alcanzar ese cambio.
Para alcanzar este objetivo de secuestro de las
palabras y el lenguaje, el Manifiesto se pasea por temas centrales, como la
pobreza, la inclusión social, la sociedad del conocimiento, la atención
sanitaria universal, los desbalances económicos, las desigualdades raciales y
de género, y el acceso universal a la vacuna contra el covid-19, que
identifican aspiraciones de una parte importante de los habitantes de la
Tierra, y pretenden establecer una correlación de causa-efecto entre
su origen y la práctica de la economía liberal, y los fundamentos de la
separación de poderes, en los que se basan las sociedades occidentales.
Objetivo de ataque especial en el Manifiesto son los tratados y prácticas en los
que se asientan organizaciones internacionales como la ONU, el Fondo Monetario
Internacional y la Corte Penal. A todo ello se le añade sustanciales
apartados sobre el principio de no intervención en los asuntos presuntamente
internos de los países con “gobiernos progresistas”.
Copio el apartado final del Manifiesto que es una
pieza magistral de lenguaje doble o doublespeak: “Nuestro
deber, como progresistas, consiste en leer, entender y comprender el vigoroso,
aunque doloroso mensaje, de parar, reflexionar y seguir que nos deja la
pandemia. Nos urge trabajar en un proyecto político que conmueva y
convenza a las y los supervivientes del viejo modelo de que aún existen en
América Latina y el Caribe utopías alternativas posibles. La utopía posible que
hoy nos reúne es la construcción del nuevo ser progresista latinoamericano: más
solidario en lo social, más productivo en lo económico, más participativo en lo
político, más pacifico con la naturaleza, y, sobre todo, más orgulloso de su
condición de ciudadana y ciudadano de América Latina y del Caribe”.
Para el lector atrapado en las desigualdades y
complejidades de la vida en cualquier país latinoamericano, para los pobres y
desplazados, para quienes se sienten marginados y excluidos, el lenguaje del
Manifiesto puede terminar por sonar a paraíso anhelado, a utopía soñada y
posible. Ahí precisamente estriba el peligro letal de no enfrentar lo que
el doublespeak esconde. La verdad en el intento de apoderarse
del lenguaje de los sueños posibles, es que las fuerzas detrás del Manifiesto
de Puebla constituyen un verdadero eje del autoritarismo y que los gobiernos
dictatoriales en Latinoamérica a los cuales defiende expresamente, por ejemplo
Cuba, Nicaragua y Venezuela, están entre los mayores fabricantes de pobreza y
desigualdad en el planeta, regímenes cuya acción discurre bajo un esquema
represivo, de control de los medios de comunicación, y que utilizan el hambre y
el miedo para controlar a la población.
El Manifiesto en su conjunto es un documento
excepcional que señala lo que “habría que hacer” a sabiendas de que en
todos y cada uno de los ejercicios de gobierno afines con sus ideas se ha hecho
exactamente lo contrario. Tomemos por ejemplo el caso de Venezuela, y los
regímenes de Chávez y Maduro, para evaluar en detalle hasta que punto la
pretensión de secuestrar el lenguaje se contradice con la realidad. Examinemos
los títulos de algunos apartados del Manifiesto para comprender la magnitud
inmensa del despropósito:
1. Instituir un modelo solidario de desarrollo.2. Recuperar
el papel fundamental para el Estado. 3. Estimular la responsabilidad
social del Mercado. 4. Asumir la salud como bien público global.5. Revisar
privatizaciones y promover más control público y menos mercado en el suministro
de servicios y bienes públicos. 6. Proteger a la sociedad civil y acceso
equitativo a redes sociales 6. Profundizar y consolidar las democracias.
11. Promover un combate efectivo contra la corrupción política. 13.
Promover la igualdad, eliminar la pobreza, crear trabajos dignos,
aumentar salarios e implantar políticas robustas de inclusión social y la
eliminación de la división sexual del trabajo. 15. Promover la justicia
fiscal. 19. Generar empleo y desarrollo al tiempo que se garantiza la
estabilidad macroeconómica y rechazo a la austeridad. 24. Garantizar el acceso
a la información, la libertad de expresión y promover un orden informativo más
democrático. 28. Promover la revolución del conocimiento. 33. Promover la
revolución del conocimiento.
Creo que no se requiere mucho análisis para concluir
que en todos y cada uno de los puntos arriba mencionados, el régimen
chavista-madurista ha marchado en un propósito claro de mantenerse en el poder
a expensas del sufrimiento de su propio pueblo y ha conducido a Venezuela al
borde de su disolución como nación, destruyendo la economía, convirtiendo el
salario en una burla y generando una crisis humanitaria regional de dimensiones
históricas.
Un último elemento muy preocupante en este intento del
autoritarismo de izquierda por apoderarse del lenguaje de la utopía de las
mayorías es la cita a la encíclica Fratelli
Tutti, 2020, del papa Francisco. Hasta qué punto el Grupo de Puebla
pretende ir en curso de apropiación del mensaje papal y hasta qué punto ciertos
sectores de la Iglesia están propiciando esta coincidencia es un tema
inquietante, por decir lo menos. Para quienes creemos en la democracia y la libertad,
el peor curso de acción es ignorar la advertencia de Orwell. Es indispensable
construir redes, circuitos de divulgación y estrategias políticas claras que se
opongan al veneno de la fábrica de verdades a la medida de iniciativas como el
Grupo de Puebla. Estúpido, muy estúpido, sería ignorarlas. Recordemos la
sabiduría Confuciana: “Cuando las palabras pierden su significado, la gente
pierde su libertad”
Vladimiro
Mujica
@MujicaVladimiro
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