Por Antonio Pérez
Esclarín
Si bien la Semana Sana
es para muchos tan sólo unos días de vacaciones pues estamos olvidando su razón
y significado, deberíamos tomarnos un tiempo para reflexionar sobre qué
celebramos y asomarnos al misterio de un Dios, que llevó su locura de amor
hasta dar la vida.
Iniciamos la Semana Santa con el Domingo de Ramos en que recordamos la entrada
triunfal de Jesús en Jerusalén. Pero tuvo poco de triunfal. Entró montado en un
humilde burrito, como los campesinos. No como los reyes y emperadores que
entraban por arcos de triunfo a las ciudades conquistadas montados en briosos
caballos y seguidos de un gran séquito de guerreros y esclavos. De este modo,
quiso evidenciar una vez más que sus ideas del poder y del triunfo eran
radicalmente opuestas a las de los poderosos. Si los conquistadores dominaban a
sus pueblos y levantaban su poderío sobre la opresión y la violencia, Él había
venido a liberarlos, pues su misión era servir a todos, especialmente a los
despreciados y humillados, y no ser servido ni reverenciado. Jesús siempre
eligió la grandeza de lo humilde, de lo sencillo. Los poderosos dominan y
arrebatan vidas, Él estaba dispuesto a dar la suya para que todos tuvieran vida
en abundancia, que es lo que quería el Padre, Dios de vida, con especial
predilección por los débiles y rechazados.
El grupito de sus seguidores y algunos peregrinos que reconocieron en Jesús al
Sanador de enfermos y al Maestro de la Misericordia, contagiados por la alegría
de entrar en la Ciudad Santa, empezaron a aclamarle. Y como muestra de su
admiración, alfombraron el camino con sus mantos, con ramas y flores que
cortaban del monte que crecía en las orillas. Algo muy sencillo, radicalmente
opuesto a las celebraciones suntuosas de los poderosos. Si estos utilizaban el
poder para oprimir y dominar, él lo usaba para liberar y servir.
Jesús fue, en definitiva, un perfecto anti rey, totalmente opuesto a los
gobernantes de la tierra, que resumió su vida poniéndose a lavar los pies de
los discípulos y diciendo que así debían comportarse sus seguidores. Un rey
coronado de espinas cuyo cetro fue una caña y su manto un trapo sucio, rey que
triunfó no desde un palacio imperial sino desde la cruz de los condenados, con
lo que quiso enseñarnos que Dios está siempre con las víctimas, los que sufren,
los que son crucificados por la ambición, la corrupción y la injusticia; Dios
está con los que se solidarizan con el dolor de los inocentes y luchan por
combatir el mal.
En estos días de Semana Santa, que además el confinamiento los ha hecho muy
propicios para la reflexión y la oración, debemos recordar que Jesús no murió
de muerte natural, sino que fue asesinado. Y lo fue porque se atrevió a poner
de cabeza los valores del mundo: en vez del poder para dominar, propuso el
poder para servir; en vez del egoísmo, la solidaridad; en vez de la violencia,
la mansedumbre; en vez de la venganza, el perdón; en vez del odio, el amor. En
nuestro mundo es primero el que más tiene (poder, dinero, fama…), para Jesús es
primero el que más sirve con lo que tiene.
Seguir a Jesús exige entregar la vida para que todos tengan vida abundante;
oponerse a todo lo que traiga injusticia, maltrato, explotación; ayudar a bajar
de la cruz a tantos crucificados por la violencia, la explotación, la venganza,
la miseria.
Semana Santa: Tiempo para gastar la vida en el servicio a los demás, como Jesús
que vino a servir, no a ser servido.
pesclarin@gmail.com
30-03-21
https://www.eluniversal.com/el-universal/93718/celebrar-la-semana-santa
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