Por Luisa Pernalete
Ha sido un
año difícil, aunque ya teníamos dificultades, no todo empezó en marzo, pero el
confinamiento, el miedo al contagio, las restricciones de movilización, a causa
de la pandemia y por la escasez de combustible, han complicado aún más las
cosas.
Comparto mis
aprendizajes, no sólo como educadora, sino como ciudadana de un país que ya
lleva cuatro años con una hiperinflación que pulveriza los salarios y con una
emergencia humanitaria compleja que genera mucho sufrimiento. A pesar de ello,
rescato elementos para nuestro crecimiento.
1.- Todos
somos vulnerables, unos más que otros, porque habrá menos formas de enfrentar
la situación, pero nadie está blindado. Hemos visto nuestra fragilidad. El
virus igual ataca a pobres y ricos, profesionales y analfabetas, jóvenes y
ancianos, gente importante y gente común, gente de la realeza y plebeyos… Esta
vulnerabilidad no es percibida por todos, y por eso hay gente que ni se cuida
ni cuida. Lo cual aumenta los riesgos.
2.- Las
relaciones sociales son muy importantes. Nos hacen falta las visitas, los
alumnos y compañeros a los que somos educadores… Suspender las reuniones en
navidad fue doloroso, triste, pero no se trata sólo de ese tipo de reuniones,
también el contacto diario con compañeros de trabajo, tomar café y comentar el
día… Actuar juntos en la comunidad, cantar con los vecinos… Ya sabemos que lo
que se nos pide es “distanciamiento físico”, pero la verdad es que los mensajes
de Whatsapp no pueden llenar todas las necesidades de expresar afectos.
3.- Hay
cosas que no son tan importantes. ¿No les ha pasado en este año de
confinamiento que se dan cuenta de cuánto perol innecesario tienen en sus
casas? ¿No consumimos más de lo necesario? También nos pasa con el uso de
nuestro tiempo. ¿Si hubiésemos sabido de esta cuarentena prolongadísima no
hubiéramos valorado más esos espacios y tiempos de interacción personal? ¿No
sentimos que perdíamos mucho tiempo en acciones inútiles?
4.- Hay
mucha gente buena, que se arriesga por los demás, como los que trabajan en
hospitales. A pesar de los bajos salarios. También hemos aprendido a
revalorizar a los educadores. “Maestra, yo sólo tengo dos hijos a quien ayudar,
y me canso, ¿qué tal usted?”, le comentaba una madre a una docente. Esos son
otros, con bajísimos salarios, y hay muchos perseverando y haciendo
malabarismos para atender a sus alumnos. Igualmente, se asombra uno de
iniciativas solidarias para mitigar el hambre, para atender la salud mental de
otros. ¡Hay mucha gente buena y generosa en este país!
5.- La
familia es el verdadero centro de nuestras vidas y no le dedicábamos tiempo.
Unos chamos, con los que conversé por el Día del Niño, me dijeron que eso era
algo que les gustaba de la cuarentena: “Pasamos más tiempo con papá y mamá”.
6.- Nos
hemos vuelto expertos en resiliencia: reinventarnos frente a las adversidades,
aprender de los problemas, pues, como ya mencionamos, esta cuarentena entra en
medio de la EHC, y ya teníamos rato con planes variables: A, B, C y D si hace
falta. Es verdad que ya llevamos años en esta práctica de saltar obstáculos,
pero en la cuarentena se ha afinado, pues hay más problemas que solventar. ¡Es
increíble la velocidad con la que resolvemos, cambiamos la ruta!
7.- Muchos
hemos tenido que aprender un poco o mucho de tecnología. La primera vez que me
invitaron a dar una videoconferencia confesé que no tenía idea cómo conectarme
a ninguna plataforma. “Nosotros le ayudamos. Verá que es fácil”, y con una
especie de “tutorial” por el teléfono me enseñaron. Igualmente cuando me
pidieron que participara en un forochat…
No puedo calificarme de “experta”, pero al menos ya no tiemblo. Los miedos
vienen por si se cae la conectividad, lo cual sigue siendo una lotería en este
país. Educadores, padres y madres, hemos aprendido mucho en tecnología, y ahora
es que falta.
8.- Tener
las dos manos extendidas: para pedir ayuda y para ayudar. Percibir cuando el
otro requiere un mensaje, o un audio, para no abusar del texto, y tener la humildad
y la inteligencia, como para saber recurrir a alguien para que nos auxilie.
9.- La
importancia de reír. ¡Cuánto se agradece un chiste a mitad de tarde! Ya eso lo
sabía, pero en el encierro, sin ver a esos compañeros ocurrentes, creo que los
valoro más. Reír distiende, reduce el estrés, favorece la atención… Estoy
segura de que el buen sentido del humor de los venezolanos hoy es más preciado
que antes.
10.- Lo
útil de desconectarnos, del teléfono, de las noticias, del internet. Lo
importante que es tener una rutina que incluya descanso, receso, desconexión,
cambio de actividad.
11.- También
se han puesto al descubierto la gravedad de algunos problemas del país: la
debilidad del sistema de salud, la escasez de medicinas, el crecimiento de las
desigualdades: la Venezuela que puede comer, que puede hacer mercado
suficiente, y la que no come todos los días, o no puede comer tres veces.
Igualmente se ha puesto de manifiesto la brecha entre los que tienen internet y
los que no. La vulnerabilidad de la educación de los que están en los planteles
públicos…
12.- Finalmente,
hemos aprendido la importancia de rezar y orar. ¡Cómo consuela poder orar!
¡Cómo reconforta saber que alguien reza por uno! “Padrenuestro, pido que
protejas/ a periodistas, médicos… a gente/ que sale cada día a servirnos/
arriesgándose, son muy valientes”.
Seguro que
usted también tiene aprendizajes. Póngalos sobre la mesa, compártalos, y siga
creciendo en medio de la adversidad.
19-03-21
https://www.correodelcaroni.com/opinion/mis-aprendizajes-de-un-ano-en-cuarentena/
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