Por Gregorio Salazar
Son muchas las veces
durante el largo calvario al cual ha sido sometido el pueblo venezolano que los
analistas afirmaron que nuestro país atravesaba una «tormenta perfecta», una
conjunción de males que no pueden ser mayores. Pasado el tiempo, la dura realidad
nos va convenciendo de que estamos lejos del tope y las situaciones por venir
pueden ser inmensamente más catastróficas.
Nadie pudo imaginar que
viviríamos esta mezcla de «período especial» cubano con pandemia y mucho menos
con trabajadores de un salario mínimo nacional, por decir un dato de una
realidad infinitamente martirizante, 87 veces menor que los habitantes de aquel
«mar de la felicidad» al que Chávez ofreció llevar a Venezuela. Y dicen que
todavía tiene popularidad.
La supuesta «tormenta
perfecta» resulta inacabada, muta y «se perfecciona» a cada instante, alcanza
picos insospechados, tétricos, espantosos, cada vez más lacerantes y no da
signos de amainar.
No hay prácticamente
ningún campo de la vida nacional en el que el ciudadano común pueda encontrar
un espacio, un mínimo recodo ni bálsamo para apaciguar el inmenso dolor que se
siente por la patria destruida y por el futuro que se le está tronchando a las
futuras generaciones.
Esta semana, a la luz
del nuevo in crescendo que ha tomado la pandemia —prácticamente fuera
de control si es que alguna vez lo tuvo entre nosotros—, estamos en uno de esos
picos donde todo se vuelve incertidumbre. Nueve médicos murieron en cuestión de
horas en distintos estados, nueve profesionales abnegados que se habían
entregado al combate de la epidemia en un país donde la infraestructura
hospitalaria está devastada y la mayoría trabaja por unos escasos dólares al
mes.
Allí están en las redes
con sus fotos y sus nombres: Aida Lara, ginecobstetra; Yelitza Castillo,
internista-infectólogo; José Luis García Sainz, urólogo; Leonardo Ramírez,
oftalmólogo; Dilcia Gudiño, foniatra; Luis Monserrat cirujano plástico; Gonzalo
Fadul; Sergio Gudiño y el investigador Mario Sánchez Borges,
alergólogo-inmunólogo, quien fuera presidente de la Organización Mundial de
Alergias.
El boletín de la Academia Nacional de Medicina recogía para el pasado 17 de marzo 354 muertes en el personal de salud, de ellos 259 médicos, 62 enfermeras y otros 33 trabajadores del sector, lo que representaría el 25 % del total de muertes que admite el régimen. Solo en el Zulia han fallecido 78 médicos por covid-19.
Tratando de ver hacia
el futuro uno no acierta a imaginar cómo tantos valiosos profesionales de la
medicina fallecidos —a los que hay que agregar los arrojados por la diáspora de
neto origen revolucionario— van a ser reemplazados, en un país de
infraestructura universitaria devastada, con presupuestos reiteradamente
exiguos por vil decisión de la cúpula dictatorial y con el personal docente en
condiciones de miseria o simplemente ido hacia otras latitudes.
Es en medio de este
escenario nacional de horror y zozobra indescriptibles, de presente destruido y
de futuro dinamitado, de pandemia desatada donde el régimen de Nicolás Maduro
ha anunciado que no aceptará la compra de 12 millones de dosis de vacunas que
se adquirirían mediante la liberación de $12 millones, como primer pago, por la
administración de Juan Guaidó, que reconocen tanto Europa como los Estados
Unidos.
El pretexto ha sido los
casos de secuelas, ínfimos por lo demás, presentados en inoculados con la
vacuna AztraZeneca, por lo demás ya aclarados por
la ciencia. Pero ha podido ser otro, desde el color de la etiqueta hasta la
forma del envase. Ellos se asumen infalibles e invencibles. La celeridad que la
extrema urgencia impone es postergada por un interminable ajuste de cuentas, mientras
los venezolanos viven en desamparo y la más incierta cotidianidad, en la
desesperación perpetua. La tormenta revolucionaria es sinónimo de genocidio.
Gregorio Salazar es
Periodista. Exsecretario general del SNTP.
28-03-21
https://talcualdigital.com/la-tormenta-revolucionaria-que-no-cesa-por-gregorio-salazar/
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